martes, 30 de diciembre de 2014

Migrar construye un mundo diferente



Alex* (15), Ana*(9) y Daniel*(17) tuvieron que huir de su comunidad en La Lima, una pequeña ciudad a 20 km de San Pedro Sula, conocida como la ciudad más violenta del mundo. Dos intentos hicieron hasta llegar a Estados Unidos donde estaba su padre a quien no veían desde hace 8 años. 

“Por la mara, nos estaban diciendo que si no nos metíamos a la mara nos iban a matar junto a toda nuestra familia. Yo preferí irme a algo peor”, dijo tímido Alex el día que fue deportado en su primer intento en saltar fronteras. De Méjico los regresaron a los tres junto a cientos de niños y niñas que viajaban con el mismo destino. 

Hoy es el Día Internacional de las personas migrantes, y en este día diversas organizaciones que constituyen la Campaña por la hospitalidad, impulsada por la Red Jesuita con Migrantes pretenden  devolver voz y rostro a cada una de las personas migrantes, reivindicando su derecho a desear y buscar mejores condiciones de vida y celebrar su valentía por dejarlo todo y apostar por una realidad mejor. El lema de este año: Migrar construye un mundo diferente. 


Datos del Centro de Atención al Migrante Retornado (CAMR) afirmaban en 2013 que cada 15 minutos salía un hondureño del país de forma irregular hacia Estados Unidos. Pero en 2014 se vivió una de las mayores crisis migratorias desde 2005. 

De octubre de 2013 a julio de 2014, la Patrulla Fronteriza estadounidense detuvo a 62,998 niños y adolescentes no acompañados menores de 17 años, el doble que en el mismo periodo del año fiscal anterior, cuando se detuvo a 31,491 niños y adolescentes que viajaban solos. Honduras es el país del que procede la mayoría de estos menores (17,582), seguido de Guatemala (15,733), El Salvador (14,591) y México (13,675), precisó la Patrulla Fronteriza en un comunicado.

Daniel, Ana y Alex son parte de estas cifras y Radio Progreso pudo acceder a ellos cuando llegaban deportados de Méjico la primera vez en uno de los tres buses que vienen desde Méjico a San Pedro Sula entrando por la frontera de Corinto cada semana.

 “Yo quería conocer a mi papá y además tuve problemas con los mareros, nosotros un día íbamos caminando y los mareros nos persiguieron y nos desnudaron para ver si teníamos tatuajes, nos vaciaron el bolsón con el que íbamos al colegio. Ellos sabían dónde vivíamos y allí nos dijeron que si no estábamos en la mara nos iban a matar”, contó Daniel, el mayor. Esto es una sentencia clara de muerte en la colonia en la que viven, que a pesar de no ser controlada por mara o pandilla, el camino de la misma hacia el colegio está minado por la guerra territorial de estos grupos criminales. 


Daniel se fue con su hermanita y su hermano sin decir a su madre. Ella ya sabía que se irían, pero la despedida la evitaron por dolorosa. 

“Hay que hacerle wuevos (aguantar) a las cosas. Yo no quisiera que se fueran pero quiero su bienestar, su estudio. Aquí no hay nada, ellos estaban en el colegio pero como los maestros tampoco los querían, es mejor que se vayan”, dice su mamá, una mujer robusta a quien la vida no la ha tratado muy bien. Con 5 hijos, sin apoyo de nadie más, esta mujer se rebusca la vida vendiendo agua ardiente, pimienta y de vez en cuando aseando escuelas. Ella sabe bien qué es el estigma. Sus hijos parecen haberlo heredado por la zona donde viven y ser hijos de madre soltera en la pobreza. 

Después de la llamada “crisis migratoria” por el incremento de niños y niñas detenidas en Estados Unidos que intentaban entrar a la frontera irregularmente, el Estado de Honduras determinó que la Dirección Nacional de Niñez y Familia (Dinaf) se hiciera cargo de los menores que vinieran deportados. La institución que se ha encargado de la infancia y la familia, el Ihnfa, fue eliminada en un proceso que diversos analistas han catalogado como retroceso en materia de derechos humanos. 

La Dinaf ha recibido a estos menores, y según Daniel, los han recibido bien entregándoles un kit de limpieza, un tiempo de comida y llamando a sus familiares para que los vayan a recoger. Una alegría pasajera en medio de la tormenta, porque a Daniel, Ana y a Alex, ni la Dinaf ni nadie les garantiza que al volver a su barrio, del cual huyeron, podrán mantenerse con vida. 

“Me dio mucha lástima que me regresaron, ya había pasado lo peor. Por un tiempo estaré encerrado en casa con mi familia y luego me iré de nuevo, no tengo de otra. Vivo en La Lima, allí manda más El Barrio que la policía”, cuenta Daniel.  

Geraldina Garay del Centro de Atención al Migrante Retornado, quienes atienden a los deportados que vienen en avión, dice que las deportaciones de niños y niñas no son nuevas. “Lo hemos venido viendo desde 2005, se comenzó a deportar niños de Méjico y actualmente llegan 3 buses a la semana con menores deportados de Méjico. Ocho mil van en el año”, dice. 


La Red Jesuita con Migrantes manifestó en un comunicado que: “la realidad de la migración en nuestro continente es cada vez más intensa, interconectada, compleja y se desarrolla a menudo en perjuicio de la dignidad o hasta de la vida de las personas. Las deportaciones de un país a otro se han intensificado rompiendo familias y proyectos de vida, y se sigue negando el acceso a los derechos básicos de salud y educación a las personas migrantes “en condición irregular”, mientras que las posibilidades de regularizarse se restringen. 

Señalamos las especiales circunstancias de violencia y desprotección social de las personas que migran desde Honduras, El Salvador y Guatemala, que requieren nuevas medidas de protección que amparen sus derechos fundamentales. Según un estudio reciente del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) sobre niños, niñas y jóvenes centroamericanos detenidos en México, “el 48,6% de ellos señalan distintas formas de violencia y persecución como el principal motivo”. 

A Daniel, Ana y Alex no solo los expulsó la violencia, los expulsó todo un ambiente que amenaza la vida en diversas formas. El ambiente que impera en uno de los países con más altas tasas de asesinatos del mundo (85 por cada cien mil habitantes).  No se puede señalar un solo factor para la migración. La violencia, la crisis económica, la reunificación familiar, convergen en una situación donde migrar se convierte en la única opción para seguir con vida. 

Solidaridad

Alex y Daniel cuentan que el camino es muy difícil pero confirman que en las precariedades, las solidaridades van por montones. 

“Los hombres cuidábamos de los niños y las mujeres, no dormíamos para que ellas estuvieran bien, cuidándolos de los animales u otros peligros, y cargábamos las cosas de las mujeres que andaban con los niños”.

La RJM destaca con su campaña Migrar construye un mundo diferente, que es necesaria la hospitalidad y que los Estados tanto expulsores como receptores orienten sus políticas con respecto a la migración a la defensa de la dignidad humana y en el caso de los menores en la defensa del interés superior del menor. Que esa solidaridad de la que cuentan Ana, Daniel y Alex bañe todo el proceso migratorio que va haciendo más diversas las sociedades. 

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