viernes, 12 de diciembre de 2014

Para una crítica de los movimientos sociales


Rebelión

Por Eleutheria Lekona

Asistir a una manifestación civil hoy con el propósito de protestar ante el aparato de estado por razones políticas no es de ordinario un acto subversivo. Es un acto político sin duda y puede ser en lo individual un acto revolucionario. Pero, ¿qué determina la subversión? Es decir, ¿cuándo se es subversivo? Y complementariamente, ¿cuándo no se es? La normalidad sin duda, la no discordancia con el orden estatuido. O eso que un buen día un conjunto de notables decidió para el comunal sin posibilidad de ser rebatido. O cuando la disidencia eran tan exigua y la necesidad tan urgente que valía la pena instaurar la norma a riesgo de incurrir en exclusión. 

Los teóricos de la política han debatido arduamente los últimos dos siglos sobre los peligros del estado totalitario y no hay un acuerdo inexorable al respecto. ¿Es el Estado la evolución natural de las formas de organización de los hombres tras varios siglos de civilización? Todos los estilos no occidentales de organización lo refutan. Quienes estamos guiados por seguridades marxistas creemos al menos que el Estado es la forma de organización social propia del capital y que si bien el estado liberal ha pretendido regular las formas de sociabilidad en pro de todo el societal y de lo que ellos llaman libertades políticas, lo cierto es que el Estado regula con preeminencia en favor de las libertades del mercado. Hay una contradicción irresoluble entre las libertades del mercado y las libertades políticas. Si el mercado es libre, las libertades políticas se reducen; y si las libertades políticas se amplían, la libertad del mercado neoliberal se achica. El liberalismo ha intentado por todos los medios fundamentar la libertad del individuo en la libertad política pero precisamente la crítica a la economía política capitalista concebida por Marx pone de manifiesto dicha imposibilidad, dicho disparate. La libertad negativa del liberalismo conservador o neoliberal hace suya la ética del alius pues necesita crear mecanismos permanentes para no afectar los deberes administrativos de la ciudadanía constitutiva del estado neoliberal con el propósito de que fluyan sin contratiempo sus procesos y sin importarle en lo absoluto las caras y las necesidades específicas de esos ciudadanos, y por esto mismo tal libertad aparece desentendida de la ética del alter, del otro. Además, vale no obviar que el capital es la suma de plusvalor generado por todos los trabajadores de la sociedad capitalista y por todas las mutaciones que ha sufrido ese plusvalor en las dinámicas de producción y de mercado a lo largo de la historia. De ganancia, a precio de la mercancía «trabajo» en la fase de producción; de salario del trabajador, a más ganancia en la fase de mercado; de salario del trabajador, a valor de cambio otra vez en la fase de mercado; de valor de cambio, plusvalor y finalmente capital en la fase mercado, a capital financiero en las nuevas fases del mercado financiero en la sociedad capitalista neoliberal. Y nada de ello sin que no se haya esclavizado al creador de ese plusvalor, el trabajador. [1] 

Ahora bien, se sabe ya que las dinámicas del mercado neoliberal tienden a desaparecer prácticamente al estado asistencial y a estrangular en consecuencia a los miembros de dicho estado, lo cual ha ocasionado una inversión de las formas de protesta política durante el último par de años y una excepción a lo indicado al inicio de estas notas, como en los casos puntuales de Ucrania y Grecia. De hecho, lo allí indicado es solamente válido para los movimientos sociales de los últimos treinta años de lucha y se circunscribe además a ciertas regiones del planeta —Europa y Estados Unidos con preferencia—, y a ciertos períodos, con algunos hiatos y discontinuidades para otras regiones, en las que la convulsión habría sido más bien la norma. 

Nuestras concepciones sobre lucha social por otra parte sufrieron un vuelco dramático a partir de la década de los cincuentas con el surgimiento y proliferación de los sindicatos y su correspondiente institucionalización por la vía de los partidos obreros, despreocupados para entonces —a diferencia de los primeros años de socialdemocracia— de la consolidación de la lucha ideológica y concernidos en cambio con la consolidación del partido y las prerrogativas para sus miembros. En paralelo a esta realidad propia de los países de los centros y de las economías emergentes de periferias, las economías periféricas sufrían el cotidiano expolio de la explotación neocolonial de postguerras, y sus luchas sociales eran por esto mismo profundamente subversivas y revolucionarias. Cuba, por ejemplo. Hacia fines de los sesentas entramos de lleno en un período de desideologización a la que nuestros filósofos de la postmodernidad rindieron buen tributo con su declarada muerte de todos los relatos y su supuesta crítica a los estatutos del saber volviendo indiferente toda reivindicación política sin proponérselo. De manera que para los noventas e inicios del dos mil vivimos plenamente lo que en términos žižekeanos podrímos denominar postpolítica. Así, nuestras concepciones sobre lucha política y disidencia social no solamente aparecerían mediadas estos días por nuestra condición postmoderna sino que son asimismo depositarias de grandes cúmulos de un arduo trabajo de asepsia cultural e ideológica de la que somos legatarios involuntarios todos aquellos que asistimos hoy día a las nuevas luchas sociales y políticas con una mezcla de estupor, escepticismo y esperanza. 

Pero antes de avanzar quisiera hacer un breve retroceso con el propósito de anotar el siguiente primer corolario sobre las luchas políticas de los movimientos de izquierda anticapitalista. 

Corolario 1. La defensa de las posiciones ideológicas de los movimientos de izquierda anticapitalista parece decrecer en relación directa con la consolidación de estos mismos movimientos en los ámbitos institucional y reformista. 

Un ejemplo de este corolario podría ser quizás la derrota de la república durante la Guerra Civil Española, cuando los grupos anarquistas y socialistas españoles se ven forzados a abandonar a los republicanos en su lucha hacia las urnas con tal de mantener su pureza ideológica. En general, parece que hasta el momento los movimientos de izquierda radical, los partidos comunistas y sus gremios, no han encontrado una forma eficaz de incidir en la realidad social sin corromperse como no sea por través de la lucha revolucionaria. ¿Es esto incontestable? 

No ha sido por otra parte lo suficientemente ponderada la contradicción entre la acentuación y crecimiento de los privilegios de clase, el mercado y la economía de expolio capitalista, por un lado, y la desideologización sufrida en paralelo por los distintos miembros de los diversos estamentos sociales con independencia de su membresía. Y esto mismo es válido para los movimientos de izquierda radical. Cabe preguntarse si la realidad social no ha forzado a los movimientos radicales a ceder sus posiciones políticas con tal de no ver malbaratado su programa. De aquí, deducimos el segundo corolario: 

Corolario 2. A las mutaciones y transformaciones de la economía política capitalista se han seguido mutaciones y transformaciones de las distintas formas de lucha contra esa economía. 

¿Cabe reprochar esas transformaciones? Dependerá de la magnitud de nuestro pragmatismo. Lo que sin duda es un hecho es que la eficacia de un movimiento social no solamente está determinada por la materialización de sus demandas populares sino por la flexibilidad de sus métodos. Y todavía más grave: hay luchas enteras devoradas por la maquinaria sin haber hecho otra cosa que fortalecerla. Ahora preguntamos, ¿deben los movimientos políticos adaptarse a esas transformaciones? ¿Goza el movimiento de suficientes grados de libertad para modular dicha adaptación? Es evidente que esa adaptación es en algunas circunstancias producto de la necesidad y por eso el corolario 2 no tendría en sí mismo nada de extraordinario. Sin embargo, y más allá de que la adaptación sea ineludible en algunas coyunturas, cabe preguntar más especialmente si la adaptación debe ser premeditada, si debemos actuar preventivamente y si debemos pensar, y un poco con espíritu capitalista —puntualizo la ironía por si no se captó—, en términos del rendimiento, la pertinencia y la eficacia de estos movimientos. Para dar respuesta a esta pregunta me remitiré a los tipos de lucha social más comunes en estos días y a algunos pocos casos que la ilustren. No es por cierto una respuesta total y no es una respuesta completa. 

Generalmente la emancipación contra la hegemonía capitalista define dos formas de lucha más o menos excluyentes: la lucha revolucionaria y la lucha reformista, o equivalentemente, la lucha por medios no pacíficos y la lucha por medios pacíficos; en cualquier caso, ambas formas aglutinan a diferentes sectores de la sociedad, ambas formas crean su propia disidencia y ambas formas coinciden más o menos en sus fines a pesar de diferenciarse en sus medios. Si la unión de ambas luchas constituye el universo completo de las luchas de izquierda, entonces la disidencia de cada una estaría precisamente dada por su complemento, es decir, la lucha no pacífica sería parte de la disidencia de la pacífica y la pacífica de la no pacífica. ¿Cómo hacer que en momentos críticos ambas luchas se unifiquen con independencia de sus métodos y ganen batallas ante el estado capitalista? Es importante dejar aquí claro que las protestas sociales no son lugares a los que se asista como si se asistiera a un carnaval a divertirse y que la estructura que las vio nacer es idéntica a la estructura que las genera y de la cual son consustanciales [el Estado] y que, en suma, todo sistema dinámico complejo genera sus propias resistencias. La izquierda, como subsistema de este mismo sistema, posee a su vez las suyas propias y ello se hace particularmente evidente durante los movimientos sociales. De esto, inferimos el corolario tres:

Corolario 3. El Estado goza por definición del monopolio de la violencia y el poder. De esto se sigue el valor de la disidencia política pero no necesariamente su eficacia y no necesariamente su pertinencia. 

La eficacia dependería directamente de los medios de lucha y dependería asimismo de su pertinencia. La pertinencia por lo demás no haría sino remitirnos al contexto social, cultural y económico y, en el caso de las revoluciones, sería sencillamente poco más que ingenuo pretenderla.

Las luchas de vía no pacífica

No debe pretenderse pertinencia en este tipo de luchas. Nunca será pertinente interrumpir el decurso de la historia para quienes se satisfacen de su realidad y nadie que se alce contra sus excesos actuaría motivado por el cálculo exclusivamente. Sin embargo, debe o debería en contraste pretenderse la espontaneidad de este tipo de lucha. Se sabe de hace largo tiempo que las revoluciones de colores estuvieron intervenidas por Estados Unidos —con la publicitada siembra de falsos positivos en el caso de las fosas de Timisoara en Rumanía— y se sabe con cada vez más elementos de análisis y pruebas que las revoluciones árabes fueron cooptadas e inclusive financiadas por Estados Unidos. ¿Cómo asegurar otro destino para los procesos revolucionarios más recientes? ¿Y cuándo podríamos pensar que nuestra revolución ha sido efectivamente consumada para luego dar continuidad a sus procesos naturales? ¿Con el estado socialista? ¿Con la socialdemocracia? ¿Con la negación completa del capitalismo? ¿Con la satisfacción de nuestro pliego petitorio? No son preguntas retóricas. En mi opinión, no se ha terminado de captar la complejidad de los sistemas sociales y ello motiva en parte la desesperación de las protestas. Pero también clausura la posibilidad de pensar y estructurar movimientos permanentes. Como exponía en un escrito anterior, no tiene sentido abandonar la vía reformista si se la considera una lucha otra en el tumultuoso prontuario de las luchas de resistencia antisistema. En ese mismo artículo sostenía que la alta complejidad de las sociedades las somete periódicamente a procesos caóticos y que por su alta sensibilidad no sería difícil sumírselas en procesos semejantes como específicamente ocurrió con las primaveras árabes con el propósito occidental de hacer viable la explotación de los recursos en los países convulsionados y/e ocupados. En ese artículo ponía menos en duda la posibilidad de una revolución, enfatizando su inevitabilidad o necesidad y también su singularidad, que la espontaneidad en sí de las revoluciones. Y lo hacía porque me parece ver en el movimiento Ayotzinapa algunas similitudes con las primaveras árabes y con las primaveras de colores. Es decir, lo creo un movimiento genuino pero no un movimiento espontáneo y lo creo asimismo un movimiento cooptado por los poderes fácticos, destinatario de una importante propaganda en la prensa occidental, lo cual en sí mismo debería hacernos dudar de su finalidad. ¿Por qué al establishment le interesa publicitarlo? 

Por último quisiera tratar en este segmento el tema de la subversión en la lucha no pacífica volviendo otra vez al movimiento social de Ayotzinapa. 

En estos días se ha discutido con ahínco la asistencia a las protestas con máscaras y capuchas, y se ha discutido por que desde el establecimiento del gobierno de Enrique Peña Nieto —desde el 1 de diciembre de manera simbólica— se han sumado a las protestas movimientos de contestación directa. Y se arguye que estos movimientos justifican la represión en la protesta y desprestigian su finalidad. Lo último por supuesto es irrisorio si se acepta que la protesta social nunca ha tenido prestigio y que si, si bien no tendría por qué renunciar a él, tampoco tendría por qué orientarse en los términos del prestigio. Ahora bien, el segundo punto tiene más sentido discutirlo. Supongamos que ocurre la subversión en nuestras protestas y aceptemos después que la capucha y el paliacate constituyen actos en sí subversivos, ¿hasta dónde llevar esa subversión? La capucha y la máscara subvierten porque no aparecen en el orden de quienes temen la represión en la marcha, pero si éste fuera nuestro último grado de subversión, nuestro non plus ultra, ¿vale la pena catafixiar la máscara por la sanción jurídica? Digo que sí, ¿por qué entonces después pedir la libertad? ¿Por qué no llevar nuestra subversión hasta sus últimas consecuencias? Si la subversión es una finalidad en sí misma quizás no deba pedírsele coherencia, pero al menos sí quizás podamos exigirle ser siempre subversión. Pienso inevitablemente en Hugo Chávez Frías cuando en 1992 reivindicó los actos de Miraflores y asumió la completa responsabilidad de la maniobra revolucionaria y sus consecuencias. 

Las luchas de vía pacífica

  Las luchas de vía pacífica son en general conflictivas desde el momento mismo en que están demasiado preocupadas con no ser tildadas de violentas. Quizá porque no son sinceras en esta declaración. Cuando una protesta se autodefine como pacífica lo que en el fondo quizá quiere hacer es protegerse a sí misma y a sus miembros de la violencia del estado. De esta manera, no debería esperarse de estas protestas una subversión al orden establecido a manera de no sentirnos decepcionados con ellas. Estas protestas se han alzado durante los últimos años con pliegos petitorios precisos y demandas exactas de diversa índole y no están entusiasmadas con destruir al estado capitalista. Son moderadas y quizá muy realistas. En México es una manera típica de protestar. Quizá excepcionalmente el movimiento zapatista y ahora el movimiento Ayotzinapa han logrado que gente de pensamiento muy conservador en la izquierda vea con beneplácito a los encapuchados y su supuesta violencia, por ejemplo. Son por otro lado problemáticas porque han sido también utilizadas por Occidente para desestabilizar a los países antiimperialistas, como ocurrió durante las protestas de la Chile de Allende y como ha ocurrido en la Venezuela chavista. Es una manera muy efectiva de crear caos en un país polarizado infiltrándolas y con el efecto casi instantáneo de poner a la sociedad civil en contra de sus gobiernos rápidamente. Esto también ocurrió en el 68 de México. 

¿Deberían en suma ser nuestras protestas de alguna forma en particular? No, si nos entregamos despreocupados al flujo dialéctico de la historia. Sí, si queremos evitar algunas de los nuevas tácticas del imperialismo occidental como la específica de cooptar nuestra disidencia inclusive. Hace falta pensar una revolución permanente a la contrarrevolución que ellos incesantemente ejecutan contra nosotros. ¿Cuántos grados de libertad nos quedan? 

“La idea de diversión en el sentido en que Pascal la empleó; es decir, la idea de que el hombre no puede tomar conciencia de sí mismo sin una angustia intolerable provocada por el sentimiento de la propia nada, y se lanza a la acción para perder la conciencia de sí y para huir de esa angustia. A partir de esa angustia esencial se desarrolla, en Pascal, la religión, considerada como el único refugio seguro; lo que expresa la genial fórmula de Marx según la cual la religión es la conciencia del hombre que se ha perdido a sí mismo o que no se ha encontrado todavía. (…) Uno debe preguntarse si la acción revolucionaria, cuando sale de esa fuente, tiene sentido. Si se trata de huir de uno mismo, es más simple jugar o beber. Y es todavía más simple morir. (…) No se puede ser revolucionario si no se ama la vida. La revolución no puede dar un sentido a la vida humana; para aquellos que tratan de dar un sentido a su vida mediante la revolución, el éxito sería la mayor de las desdichas, exactamente igual que el cazador, así lo vio Pascal, es infeliz por haber alcanzado al animal perseguido, porque desde ese momento la caza ha terminado. Si la revolución es otra cosa que un juego, es únicamente en la medida en que aligera el peso que las condiciones sociales hacen recaer actualmente sobre cada ser humano y que impide vivir. La revolución es una lucha contra todo lo que obstaculiza la vida. No tiene sentido más que como medio; si el fin perseguido es vano, el medio pierde su valor. De manera general, nada tiene valor desde el momento en que no lo tiene la vida humana.” [2]  

Notas

[1] Plusvalor, que es la ganancia obtenida por el capitalista al fijar el precio de las mercancías producidas por el trabajador durante su jornal después de haber pagado a éste una cantidad establecida o salario por ese jornal y sin olvidar que la inversión para pagar al trabajador el jornal correspondiente se hace una sola vez —la primera— en tanto que el trabajador producirá determinadas mercancías durante su jornal y en donde habrá de producirlas un número no determinado de veces en tanto siga empleándose para el capitalista (sin opción generalmente) y de donde el capitalista además pagará al trabajador sus sucesivos jornales ese número indefinido de veces. Y plusvalor que, se insiste, adquiere formas inéditas en los mercados financieros del mercado capitalista neoliberal y en donde el Estado es solamente el formalismo jurídico dado al aparato encargado de legislar a favor del capital y cuya función asistencial hoy prácticamente derruida ha tenido menos el interés de asistir a los miembros de esta sociedad que crear a la sociedad del capitalismo en sí.   

[2] Weil, Simone. A propósito de la condición humana [De Malraux]. Ed. Trotta. Madrid, España. 2007. P. 102 y P. 103.

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