lunes, 15 de diciembre de 2014

Narco Cultura



J. Donadin Álvarez

Ante la debilidad institucional y constitucional de un Estado incapaz de satisfacer las demandas de los gobernados, no debe resultar extraño que el justificado descrédito sufrido pueda nutrir una fervorosa devoción del ciudadano hacia otro tipo de entidades sociales cuya solución de sus problemas cotidianos sea más práctica y demostrable.
En este sentido, el narcotráfico, por ejemplo, ha resultado ser la principal fuente de atracción. Resulta perceptible cómo muchos hondureños desesperanzados han decidido echar a andar los proyectos de vida en sus turbias aguas. Los más atrevidos se han involucrado en su totalidad a la comercialización de la droga mientras que otros con menor arrojo se han dedicado al narcomenudeo.

Es sorprendente, asimismo, la manera en que el narcotráfico ha venido posicionándose y sutilmente ha logrado agenciarse una notable aceptación incluso de aquellos que no participan directamente de este ilegal ejercicio.  A esto, es lo que podría llamarse narco cultura, es decir a la forma de vida adoptada por las personas que viven en una sociedad, que aunque no participan del narcotráfico lo aceptan, admiran a algunos personajes e incluso de manera consciente o inconsciente han terminado imitando su modo de vida. Esto significa que no se requiere ser narcotraficante para habitar sus valores y gozar su mentalidad pues basta con creer a los modos simbólicos del narcotráfico que nos dicen que es nuestra mejor forma de hacer negocio y ascender socialmente.

La evidencia, en narco cultura es abundante. En la actualidad los famosos  narcocorridos que no son sino el vehículo para narrar hechos violentos, de Los Tigres del Norte  -cuyas ventas sobrepasan los 34 millones de discos- Los Tucanes de Tijuana, y algún aprendiz de narco cantante nacional son continuamente escuchados por una población que gusta oír las canciones exaltadoras de la opulencia del narcotraficante. La explicación más consecuente de este fenómeno, tomando en consideración la discordancia que hay entre la letra de las canciones y las miserias cotidianas del hondureño, radica en entender que el hecho de hablar de la riqueza de otros le permite soñar, imaginarse mundos nunca disfrutados. 

Otra manifestación característica de la narco cultura la representan las narco novelas. En los últimos años Pablo Escobar: el patrón del mal, El Señor de los Cielos, El Capo, entre otras, han sido degustadas por un público de dudosa lucidez intelectual. 

Contrario a la tendencia de las telenovelas sentimentales, la narco novela presenta contrastes sociales; desvela las relaciones sociales en los barrios marginales al mismo tiempo que presenta el lujoso mundo de los narcotraficantes. Ante este cambio visible algunas preguntas que se pueden formular son: ¿Qué pretenden los productores de narco novelas al presentar estos cuadros socialmente paradójicos?  ¿Denunciar la miseria en la que viven muchos seres humanos? ¿Responsabilizar a los gobiernos por las miserias de sus gobernados? ¿Demostrar que las calamidades económicas sólo pueden ser resueltas mediante la narcoactividad? Probablemente únicamente se trate de una estrategia de mercadeo consistente en retratar sus producciones fílmicas en escenarios geográficos y sociales con los cuales el espectador se identifica plenamente. Así ellos podrían asegurarse el éxito en cuanto a audiencias. 

¡Ah! Y no podemos olvidar otra manifestación más de la narco cultura: las narco limosnas.  Como un secreto a voces se sabe que muchos  ilustradísimos “padres de la patria”  han obtenido su estadía en el paraíso político hondureño gracias al financiamiento de algunos “bienintencionados”   empresarios de  las drogas.

La narco cultura absorbe al país y poco o nada se está haciendo por detener este proceso. Mientras el gobierno hondureño escuda su inoperancia en el trillado discurso de que el mal está en el sur que  produce la droga y el  norte que la consume y que por lo tanto nosotros sólo somos el puente,  la narco cultura es estimulada a través de los diversos medios de comunicación ante la vista de un sospechable Estado hondureño. 

Ofrecer soluciones a corto plazo, desde la dimensión social, es un poco atrevido. Además, no pueden obviarse algunos factores exógenos que de alguna manera contribuyen  a configurar el macabro escenario nacional monopolizado por el narcotráfico. Sin embargo, por algo debe empezarse. Ello implica renovar la idea de que la narco cultura en cuanto que es expresión cultural, vino para quedarse y adherirse al sentido de identidad de quienes habitamos este pequeño terruño centroamericano.

* Estudioso de las Ciencias Sociales de la UPNFM

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