miércoles, 10 de diciembre de 2014

"Impuesto de guerra"



Eso es lo que estamos pagando los diversos sectores medios, bajos y empobrecidos de la sociedad hondureña tras 25 años de padecer la implementación del modelo neoliberal. El impuesto de guerra es sencillo y duro: cargar con los militares, y tener que padecer el discurso oficial de que ellos, los militares, nos dan seguridad y protegen nuestras vidas. Eso es a lo que llamamos el impuesto de guerra.

Obviamente ese impuesto de guerra representa dinero para mantener los operativos de los militares para que nos protejan y vigilen. No es dinero que lo aporta Juan Orlando Hernández de su bolsillo, ni es dinero que lo aportan los altos empresarios neoliberales de sus propias cuentas. Es un dinero que los hondureños tenemos que pagar al Estado. Y son muchos millones.

Ese mismo impuesto que tenemos que pagar, sirve para la campaña publicitaria oficial que busca convencernos de lo bueno que son los militares, y sobre la necesidad que tenemos de que ellos, los militares, estén en la calle protegiéndonos. La publicidad, cuando se repite con insistencia, acaba penetrando las mentes y los corazones de mucha gente sencilla y que es víctima de las consecuencias de la inseguridad, especialmente de la extorsión en barrios, colonias y aldeas.

Si la gente anda angustiada porque en cualquier momento será víctima de un asalto, y tiene miedo por lo que pueda pasar a sus hijas e hijos estudiantes o trabajadores, entonces la oferta militar acompañada de una publicidad feroz del gobierno es vista y aceptada como una respuesta salvadora. Y mucha gente sencilla aplaude la decisión del gobierno, y acaba viendo a los militares, ya no como lo que son, protectores de los intereses de las élites neoliberales, sino como sus salvadores. Esa es la perversidad de la publicidad oficial.

La estrategia oficial es muy clara y sencilla: el despliegue de operativos militares en las calles, y en general la militarización de la sociedad en defensa de los puros y crudos intereses económicos, comerciales, financieros y políticos de las élites neoliberales, está precedido de dos acciones audiovisuales y físicas muy bien identificadas: una, la publicidad en los medios del bien que nos hacen los militares; y dos, una marcha oficial encabezada por el propio presidente y sus aduladores con los símbolos de la paz que tanto ansía la sociedad entera.

Marcha por la paz, color blanco, palomas al vuelo, fervorosos discursos patrióticos, piadosas oraciones, son piezas de una misma estrategia política que tiene al militarismo y a las medidas de fuerza como el sustento fundamental. Quién iba a decir que entre los políticos más mediocres y formados en el servilismo, nos iba a surgir un pequeño dictador en pleno siglo veintiuno, el mismo que para proteger a las élites neoliberales con todo su capital, nos ha impuesto a la sociedad entera lo que creímos que solo eran prácticas de bandas criminales: el impuesto de guerra para que los militares nos controlen.

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