lunes, 22 de diciembre de 2014
Navidad en la realidad hondureña
Muchas calles, parques y plazas de las principales ciudades del país ya están adornadas con luces especiales. Las canciones navideñas suenan en la radio y las ofertas con la publicidad arrolladora forman parte de una realidad que nos invita a derrochar lo poco que tenemos y hasta lo que no tenemos, porque si actuamos distinto atentamos contra el espíritu de la navidad, nos dice el comercio. En nombre del nacimiento del hijo de Dios se realizan distintas actividades que nos alejan más de lo que Dios quiere que vivamos como cristianos y cristianas.
En estos días de diciembre se hace publicidad con unos “aguinaldos” que millones de desempleados jamás podrían disfrutar, mientras aquellas personas que lo reciben, solo lo ven pasar porque las jaranas son tan grandes que el aguinaldo está empeñado a veces desde mediados de año. Mientras la publicidad nos llena los ojos y hasta el corazón con supuestas ofertas comerciales, la inmensa mayoría de la gente se retuerce de angustia por encontrar un trabajito que permita garantizar el arroz, los frijoles y los huevos para alimentar a sus familias.
Sin embargo, nunca faltan los detalles, las ternuras de tanta gente que desde sus pobrezas organizan sus tradicionales posadas que recuerdan la sencillez en la que nació Jesús, el hijo de María, y las durezas que tuvo que pasar aquella familia atrapada en una sociedad en la que no había cabida para quienes ponían su fe en la gratuidad y nunca en el mercado, el capital y en los privilegios.
Hoy se repite con auténtico dramatismo la marginalidad en la que nació Jesús, y la publicidad nos restriega en la cara en estos días dicembrinos que las cosas no han cambiado desde entonces. Los últimos datos que maneja el Instituto Nacional de Estadísticas nos indica que 6 de cada 10 familias vive en condición de pobreza, es decir que están como la familia de Jesús, sin que se abra la puerta de la dignidad y de la inclusión.
Es cierto que cada quien puede hacer de su dinero lo que quiera. Sin embargo, el derroche y el malgastar los recursos en un país en donde existe tanta calamidad humana, es una práctica antiética y anticristiana. En tiempos de hambre nadie puede usar un dinero para malgastarlo sin atentar contra la dignidad de otros, porque antes de mi exclusivo bienestar existe la búsqueda del bien común. Y diciembre es un tiempo propicio para iniciar con un cambio en nuestras vidas que nos devuelvan los valores de solidaridad, hermandad y compromiso.
No olvidemos que la solidaridad y el compartir, son valores que no deben jamás ser coyunturales, que sólo en fechas especiales los pongamos en práctica, Compartamos nuestras alegrías, nuestras penas y nuestras tristezas, porque en un mundo tan individualista, violento e intolerante, como el que hoy tenemos, se hace más necesaria y urgente el reto de humanizarnos, socializarnos y crear lazos de solidaridad.
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