sábado, 29 de marzo de 2014

Tengo miedo, ¡por lo tanto soy valiente!



Por Andre Vltchek

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Hace poco mi traductor italiano, Giuseppe, me escribió un correo electrónico. No fue una comunicación típica, sino una consulta personal bastante extraordinaria:

“Muchos te consideran una persona muy valiente. Querrían imitarte, por lo menos un poco, pero sienten que no son valientes, digamos, ‘por naturaleza’ y no pueden aprender a serlo. ¿Qué piensas al respecto? ¿Puede capacitarse la gente para ser valiente?”

No sé cómo responder esta pregunta en breve, y definitivamente no en el contexto de un correo electrónico, no en unas pocas palabras. Pero la pregunta es importante, tal vez esencial, y por lo tanto decidí responderla escribiendo este ensayo.

He viajado por el mundo cubriendo una miríada de conflictos en todos los continentes. He escrito libros, ha hecho películas, y he producido informes de investigación.

He visto el temor en las caras de hombres, mujeres y niños. He visto la miseria y a veces vi lo que solo puede describirse como absoluta desesperación. A menudo sentí el miedo ‘en el aire’, ¡y en tantos rincones del globo!

El miedo ha estado omnipresente, naturalmente, en todos los campos de batalla y en las áreas de carnicerías y saqueos, pero también en ‘sitios no tan obvios’, como iglesias y casas de familia, e incluso en las calles.

He estado ‘estudiando el miedo’, tratando de comprender sus causas, sus raíces. Siempre sospeché que definir lo que provoca miedo, lo que lo produce, sería cómo llegar por lo menos a mitad de camino para contenerlo, destruirlo, liberar a la gente de sus garras tiránicas.

Existen, por cierto, muchos tipos de miedo: desde el miedo racional a la violencia directa a algún miedo abstracto, casi grotesco, que es impuesto a la gente por nuestros regímenes políticos y establishment, por casi todas las religiones y por estructuras familiares opresivas.

El segundo tipo de miedo se fabrica intencionalmente y ha sido perfeccionado durante siglos. Cómo usarlo efectivamente, cómo maximizarlo, cómo infligir el mayor daño, todo eso pasa de opresor a opresor, de generaciones a generaciones.

El miedo se administra a fin de detener el progreso, a fin de asfixiar el disenso y mantener a la gente en una posición totalmente sumisa y servil. El miedo también genera ignorancia. Ofrece un falso sentido de seguridad y de pertenencia. Sobra decir que uno puede pertenecer a un ‘club’ extremadamente malo, a una familia de gángsteres o a un país fascista. El miedo manipula a las masas hacia una obediencia ignorante, y luego amenaza a los que se resisten: “no veis, es lo que quiere y piensa la mayoría de la gente. ¡Seguid a los otros, o veréis lo que os pasa!”

Hasta hace casi varias décadas, pensadores como Huxley, Orwell y otros profetizaron sociedades en las que ahora vivimos. Ahora leemos 1984 o Un mundo feliz con disgusto y con indignación. Leemos esos libros como si fueran un cierto horror imaginario, de ciencia ficción, sin darnos cuenta de que esas pesadillas, en realidad, ya han llegado a nuestros países, ciudades, incluso a nuestras salas de estar.

Mientras muchas naciones, incluidas las de Europa y Norteamérica, sucumben crecientemente al adoctrinamiento y la homogeneidad intelectual, el valor desaparece. Se manifiesta muy pocas veces y evidentemente no logra inspirar a la mayoría.

No es porque ‘la gente haya cambiado’, sino porque el mundo en el que vivimos se está volviendo cada vez más obediente y comedido y las principales fuentes de información (medios de masa), así como las fuentes que conforman la opinión pública y los modelos conductuales de los ciudadanos (medios sociales), están totalmente controladas por grupos corporativos y políticos conservadores y sus intereses.

Mientras la gente solía ser influenciada e inspirada por grandes pensadores, novelistas y cineastas, ahora es conformada por mensajes de 160 caracteres de los medios sociales y por todos esos creadores de opinión que tratan de convertirla en superficial, impasible, complaciente y cobarde.

En gran parte del pasado distante, pero antes de que yo naciera, las rebeliones y revoluciones se veían como algo verdaderamente heroico; se respetaban y se consideraban algo por lo que vale la pena vivir, incluso morir. Era la época del verdadero patetismo, de luchas contra el fascismo y contra el colonialismo. Y la vida todavía no estaba despojada de toda poesía, ni siquiera de poesía revolucionaria.

La valentía de cada era definida por su contribución a la construcción de un mundo mucho mejor, no por el tamaño de su vehículo todoterreno.

En esos días, naciones enteras se ponían de pie. Grandes hombres y mujeres dirigían algunas rebeliones espectaculares. Escritores, cineastas, incluso músicos, se unían a la lucha o a menudo marchaban en la vanguardia. La línea entre el gran trabajo periodístico de investigación y las artes se confundía crecientemente, mientras grandes personalidades como Wilfred Burchett y Ryszard Kapuscinski viajaban por el mundo, identificando incansablemente sus sufrimientos y agravios.

La vida comenzó repentinamente a tener sentido. Muchos, no la mayoría, pero definitivamente muchos, estuvieron dispuestos a dedicar sus vidas, incluso a morir, a fin de destruir ese orden mundial obsoleto e injusto; para construir, partiendo de cero, una sociedad decente y próspera para todos los seres humanos, o en breve, ‘para mejorar el mundo’.

Si uno ve algunas películas francesas, italianas, japonesas y latinoamericanas de esa era, es probable que le pongan la carne de gallina. Era tal la energía, el ardor y la determinación de cuestionar el establishment y mejorar la vida en el planeta.

Cuando hablaba Sartre, incluso de tópicos como el imperialismo y el colonialismo, cientos de miles de personas se reunían en París y a menudo aparecía en sitios como la fábrica de Renault, lejos de los famosos salones intelectuales de la capital.

“¡Me rebelo, luego existo!” escribió Albert Camus orgullosamente. Parecía una de las consignas principales de esa era.

Luego, repentinamente, la rebelión terminó, fue ‘contenida’.

Pero las guerras continuaron. El imperialismo y el colonialismo se reagruparon. Los medios noticiosos fueron comprados. El capitalismo volvió a ganar, a pesar de toda lógica dialéctica contra una victoria semejante. El progreso fue detenido, incluso revertido. El corporativismo produjo el thatcherismo y el reaganismo y el mundo recuperó sus cadenas y mordazas. Entonces se lanzó la gangrenosa ‘Guerra contra el Terror’ y el miedo comenzó a reaparecer, incluso en sitios de los que había sido expulsado varias décadas antes.

No me considero ‘valiente’, Giuseppe.

De hecho, tengo mucho miedo, y por eso me rebelo y arriesgo mi vida constantemente.

Tengo miedo de lo que veo. También tengo miedo de no poder ver, testimoniar, documentar.

Tengo miedo cuando veo las caras desesperadas de mujeres sujetando fotos de sus esposos e hijos desaparecidos o muertos.

Tengo miedo de las consecuencias de los bombardeos aéreos y de la guerra de drones.

Tengo miedo de los hospitales abarrotados, con gente herida gritando en el suelo, bañada en su propia sangre.

Tengo miedo cuando presencio cómo los grandes sueños, sobre el papel, de países independientes de África, Asia, Medio Oriente y Oceanía desaparecen en el aire.

Tengo miedo frente a todas las nuevas formas de imperialismo, de neocolonialismo, de compra de intelectuales en países pobres, de la fabricación de ‘movimientos de oposición’ contra gobiernos que no cuentan con el beneplácito de Occidente.

Tengo miedo de la irreversible destrucción de nuestro hermoso planeta. He visto cómo bellísimos países enteros, naciones de atolones, se hacen inhabitables debido al calentamiento global y al aumento del nivel del mar -Tuvalu, Kiribati y las Islas Marshall-.

Tengo miedo cuando veo cicatrices en lugar de hermosas selvas húmedas, troncos cortados y productos químicos negros flotando donde otrora corrían ríos burbujeantes, felices –en Sumatra, Borneo y Papúa-.

¡Tengo miedo de tantas cosas!

Y tengo miedo de ver mujeres tratadas como perros, como felpudos o como posesiones de sus padres y esposos, e incluso hermanos.

Tengo miedo cuando sacerdotes brutales, corruptos e ignorantes, arruinan vidas y propagan temores grotescos.

Tengo miedo cuando queman libros, directa o indirectamente, reemplazados por placas de metal y plástico, con un contenido potencialmente controlable.

Tengo miedo cuando disparan, metafórica o realmente, a gente directamente entre los ojos, o en la espalda, simplemente porque no se pone de rodillas.

Tengo miedo cuando la gente tiene que mentir para sobrevivir o cuando tiene que traicionar a sus seres queridos.

Tengo miedo de las violaciones, de gente que es violada; no importa, cualquier violación física o mental.

Tengo miedo a la oscuridad. No la del dormitorio, de noche, sino de la oscuridad que vuelve a descender sobre nuestro planeta y sobre la humanidad.

Y cuanto más miedo tengo más siento que tengo que entrar en acción.

Es solo porque quedarse sentado es la cosa más espeluznante de todas. Quedarse sentado mientras este mundo, este hermoso mundo que conozco tan íntimamente, desde Tierra del Fuego al Norte de Canadá, desde el Cabo de Buena Esperanza a las pequeñas islas del Pacífico, desde Papúa Nueva Guinea a la República Democrática del Congo, está siendo saqueado, violado, y sus intelectuales lobotomizados.

Es también porque soy un ser humano, un pequeño grano de arena en esta inmensa humanidad, y como escribió Máximo Gorki: “¡Humanidad, tiene un sonido orgulloso!”

No siempre tengo miedo.

Cuando la boca de un cañón montado sobre algún tanque se mueve lentamente en mi dirección no tengo miedo. He visto lo que sucede, lo que puede suceder si dispara; por desgracia lo he visto demasiadas veces. El momento de dolor debe de ser muy intenso pero extremadamente corto y entonces no hay nada. No quiero que me pase, porque amo esta vida mucho, apasionadamente, pero no tengo miedo de la posibilidad de la muerte.

Pero de nuevo, tengo muchísimo miedo de ‘no estar presente’, de no presenciar y documentar la vida, en toda su belleza, en su riqueza y su brutalidad.

¡Tengo miedo, estoy aterrorizado, de no saber, de no comprender, de no luchar, de no rebelarme, de no amar, no odiar, no correr, no caer, no reír o llorar (ya que lo uno no puede existir sin lo otro), de no hacer lo correcto, de no equivocarme, de no existir!

Buscar la verdad, educarse, eso ya es valiente, es muy valiente.

En la forma en que nuestro mundo está estructurado actualmente la gente es vigorosamente disuadida de ser diferente.

La mayoría de los hombres y mujeres, incluso los niños, son ahora condicionados de manera que tomar el primer paso para apartarse de la corriente dominante controlada es extremadamente difícil. Apartarse de esa ‘zona de confort’, lejos del barrizal de ‘valores comúnmente aceptados y promovidos’, de clichés baratos y de mentiras descaradas es valiente, heroico.

Como resultado, mientras el mundo está en llamas, mientras es saqueado, muy pocos luchan realmente por su supervivencia.

¿Ha desaparecido del mundo la valentía? ¿Es cobardía lo que realmente acompaña esos baratos ‘valores del pop’? ¿Engendra sumisión la superficialidad, intelectual y emocional?

¿Puede todavía haber una lucha por la justicia? ¿Es todavía posible la rebelión? Por cierto todavía es posible, y si te apartas, también te estás rebelando, Giuseppe, con cada artículo que traduces, y con cada pregunta que haces.

No es siempre necesario enfrentarse un helicóptero de combate para que te califiquen de persona valiente. Algunos van a las guerras, por cierto. Yo lo hago. ¿Es porque soy valiente? ¿O es porque a veces es más fácil apuntar mi cámara en algún campo de batalla que encarar el noble arte de la traducción? No lo sé. Dejemos que otros juzguen.

Pero mi respuesta a tu pregunta es: sí, se puede aprender el oficio, cualquier oficio. Y también se puede aprender a ser valiente.

Sin embargo la valentía por sí misma no vale nada. Es como saltar bungee, o conducir a una velocidad descabellada por alguna carretera helada, no mucho más. Solo un fuerte subidón de adrenalina…

El auténtico valor, pienso, tiene que tener un propósito, un objetivo importante. Y para arriesgar la vida, uno tiene que amarla real y profundamente, y respetarla: la propia vida, así como la vida de otros. Por ello, la valentía tiene sentido solo si existe para proteger la vida de otros seres humanos. Hay que amar esta vida, apasionada y locamente, para luchar por ella, a fin de luchar por la supervivencia de otros.

Una persona valiente nunca puede ser esclava de nadie ni de nada. Tal vez es la mejor manera de comenzar ‘a ser valiente’: haciendo realidad, desafiando, demoliendo la esclavitud, luchando contra ella no importa dónde y en qué forma exista. Todavía hay demasiada, alrededor de nosotros… No solo la esclavitud antigua definida por grilletes, sino todo tipo de esclavitud, en tantas formas.

Aceptar la esclavitud, pero especialmente convertirse en un esclavo voluntario, es lo opuesto a la valentía.

‘Nadar con la corriente’, es lo mismo que ser un esclavo. Repetir clichés prefabricados, negarse a formar la propia opinión personal es nada menos que vasallaje intelectual.

Por cierto, para ser valiente, hay que estar informado, ya que hay que ser capaz de analizar el mundo, elegir un conjunto personal de valores, estar seguro. Entonces y solo entonces se puede luchar, si no hay otro camino; luchar y arriesgarlo todo combatiendo la opresión y la brutalidad, cada vez que los seres humanos son torturados y violados, en cualquier sitio de este planeta.

A fin de estar informado, no hay que ‘creer’ nunca, ¡siempre hay que insistir en saber! Eso también es valiente, y no es nada fácil, pero necesario. Es valentía exigir con determinación estudiar y aprender, cuando uno se atreve a formar su propia opinión personal. No algún plan de estudios escolar premasticado, sino verdadero conocimiento. Es realmente inmensamente valiente, y es también el único camino para hacer avanzar a la humanidad.

Por este motivo el pensamiento verdaderamente libre ha sido recientemente atacado directa y brutalmente en Occidente y en otras partes oprimidas del mundo. Porque este régimen actual, este ‘Nuevo Orden Mundial’, que en realidad no tiene nada de nuevo, hace todo lo que puede para revertir el desarrollo natural, volver a encerrarnos en la desmoralización de algún dogmatismo obsoleto al estilo religioso. Somos forzados; nos están condicionando para creer en el capitalismo, en un estilo occidental de ‘democracia multipartidos’, en la superioridad de los conceptos occidentales.

Pero es obvio, mientras haya más pensamientos, más alternativas, opciones, más limitaciones y chequeos, más seguro se hace nuestro planeta. Sobra decir, es valiente luchar por su seguridad.

Tal vez no haya nada tan poderoso, tan modesto, tan honrado, como esta cita de Bertrand Russell colocada en la oficina de Noam Chomsky, en el MIT:

“Tres pasiones, sencillas pero tremendamente fuertes, han regido mi vida:

- el deseo de amar y ser amado

- la búsqueda del saber y

- una compasión, superior a mis fuerzas, por el sufrimiento de la humanidad”.

Esta cita también ayuda a responder la pregunta planteada por mi traductor y amigo de Italia:

Cuando el deseo de saber se hace verdaderamente abrumador, uno simplemente no se puede detener o ralentizar. La única manera es seguir adelante, absorber conocimientos, luchar por saber, ver el mundo, comprender, sentir, escuchar; apasionada y consecuentemente. Ningún temor puede disuadirnos cuando buscamos ávidamente la verdad. ¡Es tan orgulloso, tan valiente, este deseo de saber!

Cuando sentimos ‘una compasión, superior a nuestras fuerzas por el sufrimiento de la humanidad’, cuando presenciamos cuán injusta es la configuración de este mundo, cuando verdaderamente interiorizamos los sufrimientos de otros, de los demás seres humanos que viven en todos los continentes de este hermoso pero maltratado planeta, entonces casi todos nosotros, o por lo menos los que son humanistas hasta la médula, se vuelven audaces y valientes. Repentinamente saben lo que hay que hacer.

En cuanto al ‘deseo de amar y ser amado’, existe, está siempre presente, en todos nosotros, en todos los seres humanos. La lucha por el amor, cuando tiene lugar, es valentía, y morir por él, si arriesgarlo todo es el único camino para salvarlo, es valiente. Ese ‘deseo de amar y ser amado’, es la parte más humilde, más sagrada, más esencial de nuestra naturaleza. ¡Se necesita valor para amar; se necesita un tremendo, indescriptible, valor!

Como escribió una vez el poeta cubano Antonio Guerrero Rodríguez, uno de esos valientes ‘Cinco Cubanos’, encarcelados por defender su país contra la infiltración y terrorismo yanquis: “El amor es eterno o no es amor”. El amor que expira no es amor.

Esas palabras, un poema, fueron escritas en una brutal prisión estadounidense y lo que significan es evidente. Es valiente amar. Es muy fácil traicionar. Pero se necesita auténtico valor defender el amor.

Es posible, Giuseppe, aprender ese valor. O puede ser simplemente descubierto y nutrido, ya que vive dentro de nosotros: ¡vive dentro de todos nosotros!

* Andre Vltchek (http://andrevltchek.weebly.com/) es novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. Su libro sobre el imperialismo occidental en el Sur del Pacífico se titula Oceania y está a la venta en http://www.amazon.com/Oceania-André-Vltchek/dp/1409298035 . Su provocativo libro sobre la Indonesia post Suharto y su modelo fundamentalista de mercado se titula Indonesia: The Archipelago of Fear, http://www.plutobooks.com/display.asp?K=9780745331997 . Recientemente produjo y dirigió el documental de 160 minutos Rwandan Gambit sobre el régimen pro occidental de Paul Kagame y su saqueo de la República Democrática del Congo, y One Flew Over Dadaab sobre el mayor campo de refugiados del mundo.

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