sábado, 9 de febrero de 2019

Una caravana: Múltiples causas y dolorosas historias



Por Iolany Pérez *

Tirada en el suelo dando de mamar a su pequeña hija, dentro la Casa del Migrante San José en Ocotepeque, zona occidental de Honduras; así fue el primer encuentro con María Fernanda Suazo, una joven de apenas 23 años de edad, quien se unió a la tercera caravana de migrantes que salió de San Pedro Sula entre la noche del 14 y madrugada del 15 de enero.

Su mirada era de cansancio, miedo e incertidumbre, y no era para menos. Llegó al albergue, el primero en esa larga ruta que cada año hacen miles de migrantes en busca de un norte próspero. Le tocó caminar más de 8 horas hija brazos y con un viejo coche donde cargaba bolsas con ella y de su pequeña niña de año y medio.

De inmediato su rostro me fue familiar, la recordé de aquellas nutridas protestas que por más de dos años lideraron ciudadanos y ciudadanas de El Progreso, Yoro, en rechazo a la instalación de casetas de peaje en el norte hondureño. Ella participó en este proceso ciudadano en contra de la privatización de carreteras en Honduras, un modelo que impulsa el actual presidente Juan Orlando Hernández.

En este primer encuentro María Fernanda fue clara: “No hay trabajo, aunque uno quiera trabajar dignamente no se puede, en Honduras no hay oportunidades”.

Datos de Visión Mundial aseguran que en Honduras más de 76 mil jóvenes no trabajan ni estudian. Además, el 61.3 por ciento de los desempleados son jóvenes menores de 25 años.

En esa primera plática la tristeza fue notable en el rostro de María Fernanda, fue allí que se dio cuenta que estaba dejando atrás su gente, su tierra, su historia, quizás con la suerte de cambiarla, de brindar un futuro distinto a su hija. “Tomé la decisión de hacer este viaje también por la persecución que recibo de la Policía en El Progreso. Han llegado a mi casa, me han reconocido y me amenazaron. Siempre me han dicho que yo no podré trabajar porque identificaron que anduve en protestas. Dicen que me tienen en una lista. Yo nunca denuncié por temor, yo estoy huyendo porque tengo miedo que me hagan algo a mí y mi hija”.

Al finalizar el primer día de recorrido me despedí de María Fernanda, esa noche ella quedaba en el albergue. Allí descansó para luego continuar camino hacia la frontera de Honduras-Guatemala, el primero punto de tensión que cruzaron los migrantes en este nuevo éxodo.

María Fernanda se despidió diciéndome: Es difícil salir de Honduras. Mi familia no se lo esperaba, pero obligatoriamente lo debo hacer. Es doloroso dejar a los seres que uno ama.

Tensión en frontera


La desesperación por evitar la frontera militarizada hizo que el primer grupo de migrantes saliera la fría y lluviosa noche del 14 de enero de 2019. Tomar camino y adelantarse, también fue una forma de expresar sus deseos de huir de Honduras.

El resto de migrantes, que por cientos se aglutinaron en la central Metropolitana de San Pedro Sula, esperó la madrugada de este martes. Los rostros de jóvenes y mujeres con niños en brazos sobresalieron de esa postal humana de gente caminando o pidiendo jalón.  El recorrido del norte a la frontera de Agua Caliente en el departamento de Ocotepeque duró, con suerte 8 horas, ratos a pie, en buses o camiones.

En un monitoreo realizado ese mismo 15 de enero la Red Jesuita con Migrantes Centroamérica y Norteamérica (RJM-CANA), junto a la Red de Organizaciones de la Sociedad Civil para la protección de las Personas Desplazadas (Red OSC), registró un aproximado de 1500 personas que llegaron a la frontera entre Guatemala y Honduras.

La tarde de ese martes la presencia policial y militar fue evidente, cientos de elementos impidiendo el paso de los migrantes, a pesar que muchos llevaban su cédula de identidad, documento que según ley se requiere para ingresar a Guatemala. Las barreras policiales y el lanzamiento de gas lacrimógenas no impidieron que los migrantes soportaran horas instalados en esa vía, hasta lograr pasar a la aduana de Agua Caliente.

La presión de los migrantes hizo que la desesperada policía comenzara con un primer registro, que horas después quedó evidenciado que no tenía razón, ya que la gente con o sin autorización logró pasar haciendo registro migratorio o por puntos ciegos.

Así los caminantes daban su primer paso fuera de Honduras. Los mil quinientos en pocas horas se convirtieron en más de 2 mil al comenzar el recorrido por Guatemala.

La decidida Cinthia

Luego de una noche tensa, durmiendo en el frío pavimento y con una frontera repleta de policías, los migrantes poco a poco fueron saliendo de Honduras. Iniciaron su recorrido desde Esquipulas, una comunidad del municipio de Chiquimula, zona fronteriza entre ambos países.


Varios integrantes de la caravana pasaron por el albergue José, una casa del migrante atendida con el cariño y el esmero que da un grupo de voluntarios de la iglesia católica. Allí cientos de migrantes hacen una pausa, buscan descansar, darse una ducha, comer algo o simplemente un respiro para pensar lo andado y si están dispuesto a continuar el largo y peligroso recorrido.

Desde Nueva Ocotepeque, donde se ubica la aduana de Agua Caliente, hasta la ciudad de Guatemala es necesario andar más de 200 kilómetros. El Rancho – Río Hondo, San Jacinto, Padre Miguel, desvío a Zacapa son algunos de los lugares que se recorren hasta llegar a la fresca ciudad de Guatemala.

Entre el municipio de Esquipulas, a paso lento producto del cansancio y el fuerte sol, nos encontramos a un grupo de migrantes. En pocas horas los desconocidos hicieron un trato: ir en manada para garantizar su seguridad. En el grupo la mitad eran mujeres, varias de ellas embarazas, otras junto a sus niños y niñas.

El grupo de migrantes se detuvo a descansar, algunos carros se detienen sacan agua, refrescos y churros, es el acto generoso de una Guatemala que carga una crisis similar. Los guatemaltecos ven pasar la caravana con pesar en su alma, sabiendo que pueden ser sus nacionales, incluso ellos mismos. Esa pausa nos permitió conversar con varios de ellos, cada uno de los testimonios marcado por la pobreza que en Honduras afecta al 60 por ciento de la población.

El Salvador, Guatemala y Honduras se encuentran entre los países más pobres del hemisferio occidental, con un 44%, 68% y 74% de niños que viven en la pobreza, respectivamente.

Los testimonios estaban vinculados a esos jóvenes que por meses buscaron empleos en fábricas, mujeres que huyen de sus parejas porque las maltratan, madres y padres que llevan a sus hijos ilusionados con darles un futuro distinto, darles comida, educación y sobretodo seguridad.

Las historias están por miles, cada una más difícil, más dolorosa, más incrustada en una realidad que terminó de desparramarse con el golpe de Estado de 2009 y con la crisis que provocaron las elecciones de 2017, cuando Juan Orlando Hernández se impuso por la fuerza.

Un informe del diario británico The Economist afirma que Honduras es considerado un régimen híbrido, ocupa una posición peor que en años anteriores y se encuentra a un escalón de ser un régimen completamente autoritario.

Entre esas historias me topé con Cinthia, esa pequeña de 14 años iba con su padre y hermanito de 10 años. Al enterarse de la caravana, ella a su corta edad fue quien le dijo su papá que era la oportunidad de buscar una mejor vida. La fuerza de sus palabras, las energías a pesar del camino de incertidumbres me impactaron, además en ella reflejé a mi hija, con dos años más ella también podría tomar la decisión de salir huyendo de un país que la margina, violenta y discrimina. Cinthia se convirtió rápidamente en mi María José.

Los niños, niñas y jóvenes son víctimas sistemáticas de la violencia que golpea a Honduras. Entre 2014 y julio de 2018 han sido asesinados 3.479 menores, situación que también propicia su desplazamiento forzado, datos de la organización Plan Internacional.

En el recorrido tuvimos la oportunidad de conversar sobre sus sueños, las razones que la hicieron pedirle a su padre sumarse a la caravana y sus planes si logra llegar a Estados Unidos. Allí Cinthia me abrió su corazón, las condiciones en las que vive en la colonia Los Laureles de El Progreso, Yoro, sus deseos de seguir estudiando, ayudar a su madre y diez hermanos que quedan en Honduras.

Fue en la ciudad de Guatemala en el Albergue Scalabriniano de la zona 1, tan llena de basura que dejaron por su paso nuestros migrantes, que despedí a Cinthia, su hermanito Adán y su padre. Los recuerdo separándose esa noche, las mujeres y niños se quedaron dentro del albergue, los hombres con suerte en los dos centros habilitados por las autoridades guatemaltecas, el resto fuera de la Casa del Migrante, en la fría acera de esa tan peligrosa zona 1.

Nuestro segundo encuentro

La mañana siguiente llegamos nuevamente al albergue de la zona 1, en espera de los otros cientos de migrantes que durante la noche hicieron el recorrido desde Chiquimula hasta la ciudad capital.

Nos impresionó llegar al lugar que hora antes era un basurero público y encontrarlo completamente limpio, nos alegró pensar que los migrantes podría haber limpiado la zona en donde se les brindó la mano, el pan y la cobija. La alegría duró poco, el encargado del albergue dijo que el personal de la Casa del Migrantes y los empleados públicos realizaron la limpieza, evitando que la población se quejara tras el paso de la caravana, como sucedió en las dos anteriores.

Tras concluir la plática con uno de los encargados del albergue, quien nos brindó datos de las más de 2 mil atenciones que dieron esas últimas horas, le agradecemos y damos la vuelta.

De pronto vi frente al albergue una joven sentada en la acera junto a un bebé y un coche. Sí, era ella. Allí estaba nuevamente María Fernanda, había llegado en la madrugada y debido a que sus piernas no daban para más se quedó fuera de albergue, no pudo continuar el recorrido.

Me acerqué rápidamente, sonriéndome me dice: nos volvimos a encontrar. “Ahora espero que alguien nos ayude a avanzar en bus o jalón, ya no soporto más, mis piernas están dolientes, hinchadas, mi espalda no aguantará seguir cargando a mi bebé”, me contó con los ojos llorosos.

Su cansado recorrido apenas es un cuarto de lo que debe avanzar si quiere llegar hacia su destino: Estados Unidos. María Fernanda decidió esperar, reponer energías para continuar, temía que el camino de Ciudad de Guatemala a la frontera fuera agotador, que terminara en un hospital donde no tendría fuerzas para cuidar de su hija. Decidió esperar que alguien, algún samaritano diera algunos quetzales para pagar un bus directo hasta Tecun Uman.

La volvimos a dejar sentada, ahora en aquella acera frente al albergue. Seguimos avanzando para llegar a la frontera con México, allí los primeros migrantes llegaban al puente sobre el río Suchiate que separa la ciudad de Tecún Umán en Guatemala con Ciudad Hidalgo en México.

Unas 7 horas nos tardamos para llegar a la frontera, es una carretera que revela los bellos y verdosos paisajes que tiene Guatemala, esos que despiden a cientos de migrantes que utilizan esa ruta para continuar hacia el norte. El tráfico y varias paradas para comer e ir al baño nos hicieron llegar pasadas las siete de la noche.

La ciudad de Tecún Uman, cabecera municipal de Ayutla en el departamento de San Marcos, es calurosa, y esas noches de mediados de enero la temperatura superó los 35 grados. El calor incrementó al recibir a los miles de migrantes que avanzaron rápidamente por esa ruta, la misión era cruzar rápidamente para ingresar a territorio mexicano, seguir la presión en Tijuana donde convergieron las dos caravanas anteriores.

¿Cambió el modelo de migración?

Con un recorrido de dos días, el primer grupo de migrantes comenzó a llegar a frontera entre la tarde y noche del 17 de enero. Algo distinto tuvo su recibimiento, esta vez no hubo presencia militar ni policial. Se sorprendieron cuando agentes del Instituto Nacional de Migración de México los recibían pidiendo hacer una fila en todo el puente que une los dos países.

El amontonamiento de migrantes cruzando el río Suchiate en las famosas “cámara” fue cosa del pasado. Cada grupo que llegaba era atendido colocándosele unos brazaletes que eran el inicio de la solicitud de visas humanitarias.

Sorprendiendo a propios y extraños el gobierno mexicano anunció la entrega de permisos para que migrantes puedan entrar de forma regular, con un documento que les permitirá su estadía y trabajo durante un año. Tonatihu Guillén, director de Migración del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, dijo en conferencia de prensa y en medio de cientos de migrantes que luego del trámite los permisos serán entregados en los siguientes 4 a 5 días, y que esta decisión se tomó para ratificar la migración como un derecho.

David León, coordinación de Protección Civil, también participó en esa conferencia, asegurando que se está implementando un Protocolo para atención al fenómeno de migración, como resultado del acuerdo de desarrollo con el Triángulo Norte que firmó López Obrador el pasado 01 de diciembre, día de la toma de posesión.

En otro monitoreo, la Red Jesuita con Migrantes aseguró que la principal novedad en México es que la caravana no fue recibida por policías ni militares, sino civiles del Instituto de Migración que explicaron el plan que México había pensado: facilitarles un albergue en Ciudad Hidalgo, justo en la frontera, y tramitarles la visa humanitaria, que les permite tener permiso de trabajo y acceso a salud, educación, entre otros.

A pesar que esto supone, sin duda, un quiebre en la lógica de las políticas migratorias de México, la incertidumbre del futuro de estos días, y las preguntas sobre lo que viene son muchas. La primera ya viene de la mano de los propios migrantes, muchos de los cuales no se han acogido a esta propuesta, por la mala experiencia de la anterior caravana en la frontera Sur de México.

El adiós

El anuncio de entrega de la “tarjeta de visitantes por motivos humanitarios” hecho por el gobierno mexicano, provocó en cuestión de horas que más migrantes tomarán la decisión de huir de Honduras. Rápidamente saturaron Tecun Uman, donde debieron permanecer hasta que se les entregara el documento que les permite avanzar al norte, ahora distinto, con un permiso que puede reducir los peligros que por historia ha representado México.

Luego del trámite la situación es compleja para los migrantes, quienes deben permanecer en el parque de Tecun Uman o dormir entre las líneas del tren que están en el puente sobre el río Suchiate.  En esa larga espera el reto cotidiano es pensar dónde dormirán, qué comerán, dónde podrán bañarse y cómo hacer para evitar enfrentamientos con vecinos de la zona que rechazan la presencia de migrantes.

En las últimas horas de cobertura, nuestro equipo de Radio Progreso decide recorrer nuevamente ese puente que en cada momento contaba con más presencia de migrantes. Yo ilusionada por cruzar mirada con muchos de ellos con quienes conversamos en toda la ruta.

En medio de tanto rostro, en una noche únicamente iluminada por la hermosa luna llena de esos días, nuevamente nos encontramos con María Fernanda, llegó, estaba haciendo fila para lograr el trámite de visado. Logró conseguir los más de 100 quetzales para el pasaje y hasta para una burrita.


Fue inevitable acercarme y sonreír. Sin saber lo que le esperaba en esa frontera me dijo que era un descanso saber que ya estaba allí, y que dentro de unos días le entregarían una visa que le permite moverse por México, alejándose así de Honduras. Sus planes son intentar cruzar a los Estados Unidos, donde viven algunos familiares que hicieron la promesa de ayudarla para que ella y su hija se brinquen, como se le conoce al paso irregular entre las fronteras.

Esa noche nos despedimos, le agradecí por contarme su historia, por permitirme entender las causas que le están expulsando de Honduras, no solo comprender sino sentir esa decisión que toman tantas madres que juntos a sus hijos agarran camino. La noche fue aún más generosa, en ese mismo puente también me reencontré con Cinthia, su hermanito Adán y su padre. La alegría en sus rostros era innegable. “Cansados, pero ya estamos acá, nos darán una visa”, me dice esa niña de 14 años. Ella siente que está más cerca de su sueño, aunque la alejen de su familia.

María Fernanda, su hija, Cinthia, Adán y su padre, quedaron junto a esos miles de migrantes. Ellos no saben qué comerán, dónde dormirá, eso sigue siendo una incertidumbre, que lo seguiría siendo si estuvieran en Honduras, la diferencia es que ellos se sienten más cerca del lugar que considera les garantizará su vida y la oportunidad de un futuro digno.

* Periodista hondureña, contadora de historias que pretenden dignificar la vida de la gente. Actualmente coordina el equipo de Comunicaciones de Radio Progreso-ERIC.

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