sábado, 23 de febrero de 2019
El miedo está incrustado en la médula espinal de EEUU
Por Javier Cortines
El gran escarabajo de culpa que arrastra Estados Unidos, lo que intenta disimular poniendo la sonrisa del jocker sobre El grito de Munch, se debe a que el Imperio se levantó sobre la osamenta del genocidio, la esclavitud de millones de negros y la sangre de millones de civiles que fueron asesinados por imperativo de “la ley del más fuerte”.
No hay necesidad de acudir a Freud -uno de los grandes maestros de la sospecha- para desarrollar esa hipótesis, ya que disponemos de datos suficientes para afirmar que el ciudadano estadounidense está dominado por “un profundo miedo”, ya que su “subconsciente” sabe que todos los crímenes que cometieron sus guerreros, tras recibir el lavado de cerebro correspondiente, tendrán pronto o tarde un efecto boomerang y cabalgarán sobre EEUU “todos los caballos amarillos del apocalipsis”.
El atentado (que marcó el inicio de una nueva Era) contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre del 2001 (también eran objetivos la Casa Blanca y el Pentágono), fue sólo, aún reconociendo el horror de la tragedia, “una picadura de mosquito” en comparación con el dolor, llanto y destrucción, sin precedentes, que la superpotencia causó, con una frialdad escalofriante, en civilizaciones, ciudades y aldeas de medio mundo.
Es inútil que el Gobierno de Washington y los grandes medios de comunicación traten de justificar los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki; el infierno de Vietnam; el apoyo a las sangrientas dictaduras militares en América Latina; las masacres en el mundo árabe para instalar “Estados fallidos” que dieron lugar al ISIS; el derrocamiento del gobierno laico de Afganistán (respaldado por la URSS); la destrucción de la patria palestina; los éxodos bíblicos, el bloqueo criminal a Cuba, etc.
Todo lo anterior y mucho más, es una verdad carnívora, omnipresente, que está preñada de cenizas, fuego, cuerpos en llamas y fantasmas. Los muertos claman justicia. La Estatua de la Libertad ha hecho mudanza y tiene altar, junto a los becerros de oro, en Wall Street.
Al Imperio le pisa los talones una sombra que personifica todos los crímenes cometidos por “el Capitán América”, y por mucho que EEUU quiera emprender la huida en el laureado carro del triunfo, no logrará despegarse de ella porque -como decía el filósofo- nadie escapa a la persecución de sí mismo.
Esa sombra, esa mancha roja que empapa el subconsciente colectivo de todo el pueblo estadounidense, algún día mutará en tsunami de Erinias enloquecidas, esas diosas griegas que vinieron de la sangre para vengarse de las injusticias, los crímenes, la muerte de los inocentes, etc. Su lado femenino las hace más terribles porque, aunque las guerras son masculinas, las mayores torturas y vejaciones las padecen las mujeres, las muchachas, las niñas, y esas divinidades se identifican con ellas.
Las Erinias, conocidas también como las Furias, llegarán, quizás este siglo, quizás en el siglo XXII, quizás el XXV, pero acabarán aterrizando en los balcones donde hoy ondean orgullosas las flamantes banderas de “las barras y estrellas” pues, como todos sabemos, el destino nos obliga a saldar cuentas con nuestras decisiones, acciones, mentiras, etc., para que se mantenga el equilibrio en la Galaxia. Los sabios de India y Extremo Oriente pueden dar fe de ese lenguaje hermenéutico que está escrito en las estrellas.
Y, como preparándose para el mazazo de la Parca, tornan la inquietud en espectáculo, y el cine se encarga de introducir a los monstruos que podrían amenazar su existencia: King Kong, un meteorito, los extraterrestres, misiles rusos, un virus mutante, un bicho que produce locura colectiva, etc. Luego, tras sufrir en la ficción, llegan sus superhéroes y salvan al Imperio y, de paso, al mundo. Y así, los ciegos sueñan que ven y los asesinos se convierten en santos que ocupan las hornacinas de la Catedral de Hielo.
Si algún día el Imperio recuperase la cordura, debería empezar por pedir perdón a los pueblos que bañaron en sangre, y luego gastar parte de “sus infinitas riquezas” en reparar el daño causado a “sus semejantes”. Eso contribuiría a sacar de la Tierra “mucha energía negativa”, pero jamás borraría las huellas que dejaron las águilas bicéfalas, es decir, esos cuervos y aves de rapiña que se ceban con los más débiles.
No voy a caer en el error de identificar a los pueblos con sus gobernantes, sería algo imperdonable. Estoy seguro de que una gran parte de los estadounidenses es buena gente pero, el dinero y el poder pudren tanto las conciencias que, esa lepra cae en cascada, y por múltiples canales, sobre todo y sobre todos, borrando, como si estuvieran escritas en la arena de la orilla mar, las nueve letras de la palabra humanidad.
Nota: No deberíamos descartar que Estados Unidos planeó la caída de regímenes estables del norte de África (como Libia) y Oriente Medio (como Irak), para provocar un giro a la derecha en Europa y su división, a fin de afianzarse, tras engañar a sus aliados, como la única superpotencia que puede sustituir a Dios.
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