miércoles, 13 de febrero de 2019

La Maldición



Las Fuerzas Armadas de Honduras, que no son de Honduras sino de un cartel del crimen organizado que destruye el país, están malditas.

Las fuerzas armadas de este grupo están malditas porque en las fiestas de la espiritualidad lenca en Suyapa han asaltado el altar con sus uniformes manchados de sangre, tufosos a gas lacrimógeno, a pólvora y a otras sustancias malignas.

La imagen de ayer es tomada del infierno y no del purgatorio. El jefe del cartel de la destrucción, el impostor, el líder de Pandora y coordinador de la Red, atraviesa con prisa la sala llena de militares, para entregar al profanado altar de la virgen de Suyapa un candelabro encendido en ofrenda de luz.

Digamos las cosas por su nombre. Una iglesia que tolera un espectáculo ridículo como este, venido desde las sombras del mal, merece morirse en el alma buena del pueblo de Honduras. El catolicismo, igual que el ritual evangélico, están ocupados en su esencia mística por el crimen organizado que utiliza las creencias para manipular el sentimiento colectivo. Y perpetuarse.

No se trata de un lavado de los crímenes políticos, los asesinatos, el tráfico y lavado de activos ni del perdón de las represiones y los robos durante los últimos 10 años de desastre institucional de Honduras. Es un juego macabro de los demonios. El ritual de su propia maldición. La fiesta de los sepulcros blanqueados, para tomar control de la paz de los cementerios.

Para las familias de los hombres y mujeres asesinados por los militares y policías en las crisis post golpe y post fraude, este show perverso de los uniformados al lado del señor Hernández, delante de la virgen de los pobres, es un irrespeto absoluto. Un sacrilegio. Una maldición. Y lo es para los torturados, los prisioneros políticos y para la Patria en general, que huye o se muere a causa suya.

En realidad, lo más temerario es que este ritual de los demonios, ocurre en el mismo instante que los militares mercenarios están a la orden del Pentágono para realizar operaciones combinadas contra Venezuela, Nicaragua y Cuba, los blancos del Comando Sur en las próximas semanas.

Ahí van los pichinguitos de plomo de la oligarquía bendecidos por el señor del mal, el cardinal del golpe, van al frente de la batalla por el petróleo, el control estratégico de Centroamérica y del Caribe, en la locura capitalista por robarse los recursos naturales de la Tierra e imponer su maquinaria militar. Van en el nombre del Señor. El señor de las tinieblas.

Por eso, el legítimo embajador de Venezuela expulsado de Tegucigalpa por Estados Unidos, ha dicho claramente que regresa de inmediato a Caracas porque Honduras no respeta ninguna ley ni tratado internacional, y su vida corre peligro absoluto en estas circunstancias.

Estos pichinguitos de plomo y su jefe, el impostor, son capaces de todo. Han probado en 10 años que son malos payasos al servicio de los halcones de la guerra, ese John Bolton, ese Mikque Pompeo y ese Eliott Abrams, los tres carniceros del personaje de los Simpson. Matones y asaltantes con enormes antecedentes criminales.

En nuestras lecturas de la semana, no hay duda que el Pentágono está en fase de guerra desde Panamá, Palmerola y Colombia, para impulsar la opción militar contra el pueblo de Venezuela, que defiende con Bolívar la más grande reserva de petróleo de América, la segunda más grande del mundo. Y el oro, y el lithiu y otros minerales preciosos.

Asistimos como testigos a un momento crítico para el planeta. Un fascista al frente de Brasil, que ha empezado la destrucción de la Amazonía, el pulmón de la tierra, y un par de neoliberales salvajes en Argentina y Chile, que disparan a matar contra los pueblos originarios que defienden los bienes naturales.

Al lado de esos hijos del demonio capitalista, seres grotescos que responden yes man, heil Hitler, está también una Colombia destructora del equilibrio regional con Uribe y Duque, una mancuerna de señores de la guerra, gerentes de la OTAN y esclavos del sionismo, que buscan instalar el medio oriente aquí en América.

Obviamente estos no son buenos tiempos, quizás comienzan los peores, que no son los últimos como les encanta anunciar eternamente a los religiosos manipuladores de siempre.

Talvez Venezuela no sea una nueva Libia ni una nueva Siria o un nuevo Irak, más bien podría ser un nuevo Vietnam o un nuevo Afganistan, donde Estados Unidos tuvo que sacar sus tropas, derrotado. Derrotado militar y políticamente, derrotado por la Ética del mundo. Por la bravura de los pueblos.

Ante el enorme riesgo, desde esta columna expresamos nuestra solidaridad al pueblo de Venezuela, que resiste un embargo peor que el decretado contra Cuba, y celebramos frente al anuncio de guerra esas posiciones humanistas de Uruguay y México, que ponen al frente la dignidad soberana, la autodeterminación, y le dicen al imperio y a la vieja Europa: si intervienen deben atenerse a ser intervenidos.

En esta batalla por el control de las riquezas, por asegurarse las reservas de energía hacia el siglo XXII, nosotros NO somos espectadores. Somos actores. Y aquí queda constancia de nuestra voz.

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