miércoles, 13 de febrero de 2019

Reorientación estratégica



Por Editorial La Jornada

Tras protagonizar una retirada con sabor a derrota del escenario bélico de Siria, todo parece indicar que Estados Unidos ha encontrado en Venezuela un nuevo objetivo geoestratégico. Así lo indican las múltiples declaraciones guerreristas contra el gobierno venezolano que han venido formulando el presidente Donald Trump y sus colaboradores. La más reciente es la del propio mandatario, quien, en una entrevista difundida ayer, dijo que el envío de fuerzas militares a ese país sudamericano es una opción que la Casa Blanca considera para respaldar al diputado opositor Juan Guaidó, quien la semana anterior se autoproclamó presidente encargado de Venezuela.
Hay múltiples razones para pensar que la superpotencia pretende crear un conflicto armado en esa nación. La primera, y acaso la más obvia, es que Estados Unidos necesita mantenerse en guerra en algún lugar del mundo, o en varios, tanto para alimentar lo que el ex presidente Dwight Eisenhower llamó el complejo industrial-militar, que desde la Segunda Guerra Mundial ha sido uno de los principales motores de la economía estadunidense, como para atizar el patrioterismo y el chovinismo que fueron factores principales para el triunfo electoral de Trump en 2016 y siguen siendo el origen fundamental del respaldo social a su presidencia.

Debe considerarse que la más reciente incursión militar de Washington en el extranjero culminó, como se ha dicho, con una derrota: en Siria, la Casa Blanca no logró deponer al gobierno de Bashar Al Assad, aunque su presencia en esa nación árabe acabó fortaleciendo a los grupos fundamentalistas islámicos a los que decía combatir. Para colmo, la salida estadunidense de Siria significó una victoria geopolítica para Rusia, que apoya por tradición a Al Assad y que comprometió en el escenario sirio una presencia militar activa.

Por lo demás, Estados Unidos parece haber desistido de iniciar una escalada bélica contra Irán, un proyecto que Trump intentó y se vio frustrado por su inviabilidad táctica, así como por la falta de apoyo internacional. En lo que respecta a Corea del Norte, todo indica que Washington determinó que una guerra contra ese país resultaba demasiado peligrosa, habida cuenta del arsenal atómico de Pyongyang, que si bien resulta modesto en comparación con los de otros países poseedores de armas nucleares, parece haber sido suficiente factor de disuasión.

Ante la imposibilidad de emprender nuevas aventuras de rapiña colonial en Levante y en Asia Oriental, Estados Unidos considera a Venezuela como la presa ideal: se trata de un país cercano, poseedor de inmensas riquezas petroleras y de abundantes recursos naturales. Adicionalmente, tras el colapso de los gobiernos progresistas en la mayor parte de Sudamérica, el gobierno de Caracas se encuentra en una situación de aislamiento, sin más apoyos regionales significativos que los de Cuba y Bolivia y sin más espacios diplomáticos que la neutralidad ofrecida por México y Uruguay para buscar una solución pacífica y negociada a su crisis política interna.

Es cierto que el régimen chavista cuenta con una de las fuerzas militares más relevantes de la región, pero insuficiente para enfrentar un escenario de intervención conjunta como el que Washington parece estar preparando con la ayuda de los gobiernos dóciles de Colombia y Brasil.

A pesar de su aparente lógica, este cálculo estadunidense es delirante y peligroso para todo el mundo, empezando por los propios vecinos de Venezuela: una agresión armada formal podría desembocar en escenarios insospechados, como la regionalización del conflicto y en una oleada de desplazados que podría sobrepasar a las autoridades de Bogotá. No debe olvidarse, por añadidura, que el gobierno de Nicolás Maduro cuenta con el apoyo de Rusia y China y no puede descartarse que esas potencias decidieran respaldarlo, si no mediante una participación directa en el conflicto, sí al menos con un abasto militar multiplicado que implicara una elevada tasa de pérdidas para Washington y sus aliados.

Cabe esperar, pues, que alguien en la Casa Blanca le haga ver al temperamental presidente estadunidense los peligros que conlleva el empecinamiento en una agresión bélica en contra de Venezuela.


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