martes, 19 de febrero de 2019

Cabañuelas


Por Melissa Cardoza *

Mi abuelo Cheyo,  que era un hombre plácido,  poco afecto al trabajo y de enormes capacidades contemplativas, tenía por hábito sentarse, casi a diario, en una banca de madera que por años ocupamos en su casa, y miraba pasar la primera docena de días del año con particular atención. De ahí concluía la intensidad del invierno y los hábitos del frío y el sol.
Mi abuela, que siempre sabía más que él y trabajó por ambos, asentía y organizaba la vida familiar con esas medidas. Ella hacía todo lo demás para lo cual el estado del tiempo era fundamental, como lo es para todo.

Un buen día, años antes de que falleciera, mi abuelo decretó que las cabañuelas ya no eran precisas porque la gente de hoy había matado el clima, con tanta cosa que inventaba. (Recuerdo que le pareció inconcebible que se vendiera agua en botellas de plástico, y que hubiera gente que la comprara)

Tal cual, yo que aprendí la mirada acuciosa rural, ya no logro encontrar una relación acertada de esos días primeros con el comportamiento climático del año entero.

Mataron el clima.
Pareciera que la lógica de la humanidad ahora se ha enfocado en matar. Matar el clima y por ende a casi todo lo demás porque es más fácil y mejor pagado que sostener lo vivo y por vivir. Así ya perdimos no sólo pájaros y flores de colores increíbles que se extinguieron para siempre, sino miles de niñas y niños que se ahogan en los mares de migrantes, o mueren de hambre, guerra, violencia patriarcal doméstica y sexual.

Observar en Honduras, el comportamiento de la violencia en sólo un mes sí que da escalofríos.

Los cuerpos de las mujeres se amontonan con tanta frecuencia y crueldad en los caminos y calles que una quisiera salirse de algún sitio, como si del cine se tratara, salir corriendo, pasar la imagen y pensar que no es posible. Pero lo es.

Enero, mes que las hondureñas aquilatamos en nuestra historia de mujeres libertarias y constructoras de mundo ha sido letal, cruel, desgarrador.

Así anda este país, y la esperanza abandona el cuerpo, cuerpos vivos agotados y angustiados de tanta impotencia y terror organizado.

Encima de eso tenemos que soportar el cinismo imperial y colonial contra el pueblo venezolano y la ilegalidad con que se posicionan para asesinarlos de las múltiples maneras posibles, mientras lo atestiguamos.

Muchos acontecimientos importantes han sucedidos, sin embargo, el COPINH siguió exigiendo justicia para Berta, su pueblo y el río Gualcarque en la madrugada del mes, llegó a la Corte donde nuevamente los maltrataron, y ellos de nuevo  perseveraron.

Tocoa juntó a miles de personas para defender su agua y la legitimidad comunitaria de pelearla en una asamblea poderosa donde voces que aún no conocíamos se escucharon. Los campamentos dignos siguen en pie, bajo amenazas mortales. Feministas de diversos países se reunieron con las compañeras de la Red de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras para darse abrazos y palabras de experiencias y consuelos en cuerpo presente por muchas comunidades del país. Y mientras el poder financiero, con sus mandaderos de las instituciones judiciales, intenta aplastar a María Luisa Borjas, en una jugada ya muy practicada por esos poderes, diversos personajes con trayectoria de lucha y otras nuevas protagonistas se aprestan a defenderla, a acompañarla.

En ese espacio de acuerpamiento abundaron las lágrimas. Es poderoso el sentimiento de la derrota tanto como el de la lucha, para algunas compañeras ahí presentes ya suman décadas enfrentando a quienes todo resuelven con el sonido metálico de sus apellidos.

Son muchos nuestros nombres queridos en lápidas, en procesos judiciales, en listas de migrantes. Y sobrevivir todo esto es difícil.

Un enorme dolor recorre a quienes amamos esta tierra donde se mata el clima y a las mujeres como si se trataran de platos desechables que ahogan  peces y tortugas en el mar.

La impotencia y la desesperanza nos llenan las mañanas y nos embarran de rabia. Y si es necesario llorar, hay que hacerlo. Pero es ahora que se requiere entibiar la frágil esperanza, porque en las noches oscuras brillan más las luciérnagas y las estrellas.

La esperanza se nos vuelve una obligación moral, una práctica ética y una ruta de vida.

Es evidente el cansancio colectivo, y los resultados de conflictos y posturas diversas han roto pactos y redes que a lo mejor ya eran obsoletas y otras maneras de juntarse están por ensayarse; sin embargo, no queda otro camino más que luchar, como dijo Berta.

Habrá que encontrar o continuar cada quien a su modo,  su tiempo y sin perder de vista quienes somos, de qué lado estamos y porqué hemos elegido quedarnos aquí,  y seguir.

* Melissa Cardoza, enero de 2019

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