viernes, 8 de febrero de 2019

El secreto de la tiranía radica en la ignorancia


Rebelión

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento *

Este ensayo crítico sobre Contracultura y underground, antes que refutar el texto del profesor Peñuela (1) pretende dialogar con él, complementarlo, convertir ese diálogo en una forma de felicidad, diría Borges, en la que no importa de qué lado viene la verdad. En Las antiéticas, filosofías que identifican un mal general en la sociedad o en la humanidad, se afirma que los jóvenes de los 60 se sienten protagonistas de la historia por primera vez, porque entonces ocurren dos eventos fundamentales y solidarios: 1. La aparición de la juventud. 2. El nacimiento del rock. Es decir, antes de los 60 existían los jóvenes, si bien no en sentido estricto, pero no la juventud, según Aranguren. Peñuela llama “juventud” en su ensayo a aquel pueblo (folk), como lo llama Finkielkraut, o sea, el que aparece a través de otro fenómeno: el surgimiento del rock. Dice Peñuela: “El rock es un fenómeno de los 60, el cual inicialmente se llama pop porque llega a impactar en las listas. Uno podría seguir el movimiento del rock a través del pop ten [sic].” En realidad, es Top Ten. Ahora bien, si los Beatles sustituyeron a Elvis en las listas, no es por azar sino por imposición de la industria blanca del disco: vende más un cuarteto (pop) que una figura solista (que exalta a los jóvenes con su pelvis): la que, además, ha regresado de prestar el servicio militar en Alemania, lo cual desvirtúa su imagen de rebelde y empieza a entrar en la decadencia, máxime cuando cae en cierto tipo de manías: alcoholismo, drogas “legales”, excesos alimenticios, “mirando diez canales a la vez”, como dice Calamaro en su tema Elvis está vivo: relato tácito de un hiperconsumista, en épocas en que se hablaba apenas de consumo.
https://www.youtube.com/watch?v=0ylbCz7apdw 

Si los solistas y grupos británicos de los 60, como Alexis Korner, John Mayall, Eric Clapton, Bluesbrakers, Yardbirds, alcanzan altas posiciones en las listas es, precisamente, porque se alejan del pop de los Beatles, que usan precariamente el blues, y se acercan al concepto de pop, antes que de Rhythm and Blues (R&B) o Rock and Roll (R&R). Claro, ya sin los tintes peyorativos de los inicios (R&R es un eufemismo blanco para una expresión negra como R&B: el DJ de Chicago Alan Freed lo usó por primera vez, hacia 1955, para referirse a “piedra y rollo”, en una alusión al órgano sexual de los negros), a través de grupos como Rolling Stones, Led Zeppelin, The Cream: grupos que se inspiran en figuras como Robert Johnson, John Lee Hooker, Muddy Waters, Sonny Boy Williamson, Chuck Berry, Howlin’ Wolf. Cuando el profesor Peñuela dice, y bien se entiende: “[…] pero para nosotros este pop es rock” (p. 14), también es necesario aclarar que pop no es rock, porque el primero hace énfasis en el sonido baladístico, ligero, aceptado por el statu quo, mientras el otro, en el sonido rítmico, grave, que reta al Establecimiento, sin concesiones a lo comercial o a la industria del disco: de ahí la eterna discusión generacional acerca de qué grupo es más aceptado por su postura política: Beatleso Rolling Stones, el primero, complaciente, el segundo, desafiante. Aquí se cita a un grupo que fundió, como ningún otro, el mejor periodo de la música llamada clásica, el barroco, con el rock: Jethro Tull, liderado por el cantante y compositor escocés Ian Anderson, quien se inspiró para el nombre del grupo en el descubridor de un arado para labrar la tierra, lo que de por sí lo vincula a un ethos terrígeno: cultura, viene de cultivo, en este caso, el cultivo del conocimiento, del saber, de la filosofía.

Ahora, el blues no es ese “grito remoto” ni se transformó “en una especie de música, que se llamó blues, obviamente en una música triste, nostálgica” (p. 5). No. Esa es la mirada lastimera y falsamente compasiva del que hace las veces del amo (la sociedad blanca) para seguir sometiendo al esclavo (los músicos negros), si se considera la siempre vigenteDialéctica del amo y del esclavo, de Hegel, de su libro IV de la Fenomenología del espíritu. Como prueba de ello, se cita el programa del Depto. de Estado, para suministrar droga y alcohol baratos a los negros para obtener barata mano de obra musical, vigente desde las dos primeras décadas del siglo XX y usada de modo despiadado sobre todo en la tercera, la del periodo más comercial del jazz: la llamada Swing Era o Era del Swing, el estilo permeado por la influencia de Al Capone. Y como contraste, terrible además, están las race recordings de los negros, perseguidas con avidez por el establecimiento blanco para confiscarlas o para meter a la cárcel a sus dueños cuando eran pillados vendiéndolas en los distritos blancos: algo imposible de admitir, si se ve el asunto desde la discriminación y el racismo e incluso desde la xenofobia. En cuanto a “ese blues llevado a la ciudad” y que “lo llaman rhytm [sic] ‘n’ blues, que es como un blues urbano” (p. 5) es necesario hacer varias aclaraciones claves:

El R&B es básicamente citadino: ya se han filtrado en la urbe los spirituals y los gospels hasta volverse profanos, lo que luego tomará cuerpo, hacia finales de los 50, en la Soul Music, la de Otis Redding, Aretha Franklin, Wilson Pickett, que no debe confundirse con el Soul Jazz de Charles Mingus, Ray Charles, Horace Silver. Y aquí cabe aclarar que, a la vez, Ray Charles es el padre del R&B, y no del Soul, como lo sostiene en su autobiografía Brother Ray, coescrita con David Ritz (Global rhythm, Barcelona, 2007, 361 pp.: 189): “La verdad es que el mío era otro mundo, y si alguna etiqueta se ajusta a lo que hago, es la del rhythm and blues” […] “Más tarde se le llamó soul, pero los nombres no importan. Es la misma mezcla de gospel y blues, quizá con alguna melodía dulce para rematar la mezcla. Un tipo de música en el que los sentimientos no se pueden fingir”.

El blues arcaico o rural (Mississippi) se traslada a la ciudad (Chicago) y surgen dos transformaciones: se convierte, primero, en Urban Blues o Blues urbano y, luego, con los sonidos propios de la urbe, en City Blues o Blues citadino, algo que poco se cita en los libros de jazz: ver el de Joachim E. Berendt, El Jazz – De Nueva Orleans al Jazz Rock (FCE, México, 1986, 763 pp.).

La voz R&B apenas se introduce a finales de los años 40 pues hasta entonces la música negra se conocía con el mote de race recordings (Berendt: 263). De manera que, por lo dicho, es imposible decir que “ese blues o rhytm [sic] ‘n’ blues” comienza a ser distribuido a través de las ‘race récords’, música de negros” (p. 5).

“Los jóvenes en los 60 ven en la revolución una forma de alienación” (p. 8), sostiene Peñuela. No. Los jóvenes de esa época ven en aquella una forma de superar dicha alienación, situación a la que se ve reducido el obrero por la plusvalía: la diferencia entre el valor creado por su trabajo y el salario que recibe. Como se infiere de lo que dice luego: “[…] así también el trabajo, el estudio, la técnica, valores inclusive aceptados dentro de la sociedad nuestra, pueden llegar a ser forma de alienación.” (p. 8) El concepto peyorativo que cobra el ocio, de lo que Peñuela no es causante, tiene que ver con el que de él tiene el poder: ocio es lo opuesto al negocio porque no produce ganancias. Pero, se olvida que ocio en griego es escuela. Nietzsche decía: “El ocio es el comienzo de toda psicología”. Menos para el patrón, claro, que ve en el obrero ocioso un potencial símbolo de peligro. “Eso quiere decir que los jóvenes piensan en hacer el amor o tocar la guitarra todo el día y esas son actividades ociosas o inútiles.” (p. 10) ¿Quién dice que lo son, quién podría hacerlo si, al mismo tiempo, son las que permiten a los jóvenes adquirir la experiencia de la que se hablaba, justo, en los años 60 y 70? La amistad y el amor como valores solo valen la pena cuando se dan horizontales, como cabría imaginar la Contracultura y no en términos verticales, como sólo cabe imaginar la nueva esclavitud: lo que hoy, con pompa, se llama flexibilización laboral o tercerización, el recorte a todas las garantías laborales, hecho visto a la fecha como algo natural.

Valores horizontales para los griegos: 1. La amistad. 2. El amor. Que sólo son posibles entre iguales: cómo no extrapolar esta idea para aplicarla a los actuales diálogos de paz de La Habana, donde la idea no habita la mente de los interlocutores, porque uno de los dos lados se siente superior al otro, lo considera enemigo, criminal, narcoterrorista, porque el lado que maneja el poder no puede dar al otro un valor humano, jamás lo llamará igual, porque subvalorarlo lleva de suyo el desprestigio, así como la tácita censura oficial y social: “Por principio de institución, nunca podrá dar un valor humano, ni en lo militar ni en lo político, al enemigo que persigue” (Alape, Arturo. Tirofijo: los sueños y las montañas 1964-1984. Planeta, 2007: p. 241). Y aquí se recuerda al judío/palestino y gringo por adopción, Edward Said, quien señalaba: “La solución a un conflicto sólo puede darse entre iguales”.

Entre la producción y el consumo, la vida del adulto es cómoda, quizás, pero alienada de forma inevitable. Según los jóvenes de los 60 hay alienación por la producción y el consumo e incluso a través de la moda, la belleza y la misma juventud, como puede demostrarse a través de la cinematográfica y mal llamada Nouvelle Vague francesa, que no es movimiento ni tiene un manifiesto y que en realidad nació de la expresión, en inglés, New Look, acuñada por la periodista de L’Express Françoise Giroud para referirse a cuestiones de moda y belleza, de juventud y vitalidad, pero no de cine: cuando la escasez de tejidos, rigurosa durante la ocupación y la inmediata posguerra, pasó a ser un mal recuerdo, los modistas en una maniobra de gran estilo lanzaban la operación así llamada, New Look, que “se aplicó durante mucho tiempo a todo lo que pudiera considerarse moderno o que estuviera en primera línea”. (Jacques Siclier, La nueva ola, Rialp, Madrid, 1962: p. 29).

Marx ya había captado la alienación por el trabajo, como lo recuerda Peñuela en su ensayo. El obrero ya no obtiene satisfacción con su trabajo, como antes un campesino con la tierra o el artesano con sus cerámicas. Aquí se recomiendan dos películas y una novela: La clase obrera va al paraíso (1971), de Elio Petri; El árbol de los zuecos (1978), de Ermanno Olmi; y La caverna (2001), de José Saramago, en las que se evidencia la fatiga de la explotación por el trabajo con la consecuente renuncia del obrero Massa o Lulú; el castigo y la expulsión por el señor feudal de un campesino por tumbar uno de sus árboles para hacerle zuecos a su hijo; y el rechazo que la sociedad posindustrial hace de las artesanías de Cipriano Algor en esasnuevas catedrales (Saramago), que son los centros comerciales, raras iglesias en las que la familia miranda no deja diezmos sino que cobra con la mirada lo que no puede comprar.

De manera análoga, los jóvenes de los 60 piensan que hay una alienación en el consumo puesto que el capitalismo es en sí una trampa: se cree que hay libertad porque permite consumir hasta el cansancio, pero ese hecho se convierte en una esclavitud de signo actual, ya no la de la cárcel cerrada de que hablaba Foucault, alimentada por la idea del consumo y, según Lipovetsky, del hiperconsumismo, como se ve en La felicidad paradójica (2010, Anagrama, 399 pp.). Aquellos jóvenes llamaban a la familia, fábrica de neurosis. A la U. la cuestionan porque no tiene nada que ver con lo que está pasando, básicamente por su “excesivo academicismo” y los discursos del profesor, y porque, contradictoriamente, tiene mucho que ver con lo que está pasando. En el primer caso, no afecta, no transforma, no mejora a nadie; en el segundo, la U. se ha convertido en una fábrica que produce obreros a destajo, con una cada vez más pobre preparación, a fin de abastecer el mercado laboral: de una sociedad sin ánimo de lucro ha pasado a otra: la que es sinónimo de lucro, jejeje.

La Contracultura está más cerca de los cínicos griegos, aquéllos que tenían una cosmovisión vitalista y respetuosa de la naturaleza y que, sin embargo, con el tiempo fueron desvirtuados por los políticos a causa de la manipulación que de las palabras han hecho hasta convertirlas si no en voces vacías, en las palabras violadas de las que habló Cortázar en Años de alambradas culturales (1984), que de la cultura medieval, basada en el oscurantismo, la negación, el feudalismo, con su mirada reductora, castrante, religiosa no en cuanto a religar sino a extraviar a la gente por los inciertos caminos de la fe, esa que Carl Sagan definió así: “Fe es la creencia en una falta de evidencias”. Los valores de la Contracultura son de contacto y ese contacto es el modelo comunicativo entre iguales en tanto respeto, entendimiento, y no mera cortesía. La de los 60 estaría incompleta si no se incluyera en ella a la Contracultura Negra (CN). Cuando se habla de Contracultura, se piensa en beatniks, sus sucesores hippies y en drogas, paz y amor, o en sicodelia, Woodstock y, sobre todo, en la radicalización de un pensamiento contestatario blanco. Si cabe subvertir la historia oficial habría que citar a la CN, aquella que tuvo sus primeras y más fuertes sacudidas al interior de la música negra. En efecto, si ya en 1964 había surgido la Jazz Composers Guild, bajo la batuta de Bill Dixon, antecedente directo de la Asociación para el Avance de los Músicos Creativos (AACM), fundada en 1965 por Muhal R. Abrams, entonces, su grupo emblemático el Art Ensemble of Chicago (AECO) sería precursor de la CN: no a partir de una oportunista perspectiva cronológica sino desde sus más profundos intereses sociales, políticos y, antes que nada, artísticos, de los que poco se habla al interior de la Industria Cultural de la s(u)ciedad blanca.

No se puede pasar por alto el interés del AECO por asumir el doble papel de grupo contracultural/underground, así como por recobrar la importancia de la experiencia teatral dentro del jazz, hecho manifiesto desde el vestuario, el maquillaje, el baile, la pantomima, la comedia, la parodia y los diálogos absurdos, en rutinas que van de lo serio a lo frívolo y viceversa, y en ritos que oscilan entre lo cómico y lo chamanístico, en cuanto tiene que ver con el culto a la naturaleza, a los espíritus y a los muertos, y con el arte de curar con hechicería, siempre mediante la música. Lester Bowie, Joseph Jarman, Roscoe Mitchell Jr., Malachi Favors y Famoudou Don Moye, todos ellos multiinstrumentistas, y creaciones como The Great Pretender, Nice Guys, Urban Magic (del álbum Urban Bushmen), New York Is Full of Lonely People, Coming Back Jamaica, son muestras de una música que en no pocas ocasiones genera atmósferas contemporáneas en las que coexisten ruidos, ecos del caos, restos del pop, residuos industriales, insultos, gritos, gemidos, lamentos, desplantes: mezcla, en suma, de expresiones africanas, afroamericanas, europeas e incluso asiáticas y gesto de un sincretismo pan nacional, en el que la palabra comunidad, sucedáneo de cooperación, se opone a la palabra individualismo, sinónimo de ego/vanidad, competencia, éxito material.






La cadena de la alienación podría representarse así: Trabajo – Ocupación – Preocupación – Estrés – Velocidad – Sometimiento – Alienación. Aquí puede verse un nexo directo con La lentitud (1995), de Kundera, cuando en determinado punto de un congreso internacional sobre entomología, el narrador reflexiona sobre una ecuación que resume la doble idea lentitud/memoria vs velocidad/olvido: “El grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido.” Y eso a la luz de la portada del libro: ir en el coche de caballos permite hacer conciencia del cuerpo, de los golpes producidos por los huecos del camino, del paisaje; ir en la moto, en cambio, a 180 KPH, impide hacer conciencia del cuerpo, los amortiguadores hacen desaparecer los golpes y el paisaje: tampoco hay memoria; la velocidad la ha suprimido. La velocidad es allá y aquí una metáfora de la alienación, el consumo, la inconsciencia, que lleva más temprano que tarde a la sociedad de control y, hoy, a la sociedad del desempeño, en la expresión (in)feliz del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, citado por la brasileña Eliane Brum en El País, en la que los seres humanos son amos y esclavos a la vez en el mismo cuerpo, lo que lleva al hecho de la alienación por el hiperconsumismo (2).

Peñuela señala: “Paul Virilio [1932-2018] dice que si el tiempo es oro [frase de Benjamin Franklin que contiene la nuez del capitalismo: la plusvalía o el plusvalor, como lo llama Néstor Kohan en su brillante exposición del pensamiento marxiano visto al día de hoy (3)], entonces la velocidad es poder. La gente de una manera ingenua trabaja y trabaja, estudia y estudia, pero eso es una forma de control. […] Insisto en que el trabajo es un valor de la sociedad capitalista, de una sociedad de producción y consumo. Para los jóvenes, en cambio, es el ocio lo que tiene valor.” (p. 10). Aquí ellos coinciden con Nietzsche al ver en el ocio lo que la voz griega octium significa: una “escuela”, gratuita, que no cuesta pero que vale por todo el oro que en apariencia el negocio (del griego neg octium, negación del ocio) representa. Tras analizar el mal y sus causas, Peñuela pasa a intentar hallar una salida. En el caso del marxismo, la solución se busca por la ruta de la revolución política y social: solo esta puede solucionar la división social y acabar la lucha de clases; solo así puede darse fin a la división por el trabajo; solo así es posible tener una sociedad más equitativa, menos injusta y más proclive a la estabilidad pacífica que a la inestabilidad violenta. En la época del Establishment (1960), la rebelión, para Peñuela, “se plantea no en términos políticos, sociales o económicos, sino en todos los términos.” Se trata, entonces, de una “contestación” antes que de una “rebelión contestataria” lo que “de cierta manera es un pleonasmo”. Y cita a Jerry Rubin para recordar, “la revolución” es “vuestro modo de vivir”. Luego aclara: “La supuesta democracia nuestra pretende que somos políticos en el momento del voto y el resto de los cuatro años no hacemos política.” (p. 12) En síntesis: “La vía de salvación no es a través de la política sino de la cultura; la contestación es de carácter cultural y se presenta como universal y profunda. Pese a su universalidad, la contestación no tiene el sentido de lo general, de lo abstracto, sino el sentido de lo concreto, de lo singular. La meta sería la contracultura.” (pp. 12-13).

Para complementar esto, cabría hacer mención de la manera como Carlos Fuentes define la contestación, esa vía de salvación por la cultura de la que habla Peñuela, porque cada vez se hace más urgente la necesidad de devolver la coherencia, no solo a un sistema universitario sino a un mundo que parece haberla perdido definitivamente tras la más reciente de sus guerras. Y aquí se impone la rápida respuesta de los estudiantes, la contestación, definida por Fuentes, en Los 68, como “cuestionar, poner en duda, someter a examen, desafiar sin tregua, debatir a todos los niveles, impedir la consagración esclerótica de las cosas: contestación, respuesta, poner las cosas en su lugar, en situación crítica permanente”. Es decir, todo lo que hoy se niega a los estudiantes que reclaman y exigen educación pública gratuita y de calidad, así se les haya concedido un monto de 4.5 billones por los próximos cuatro años, que sirven apenas para poner a funcionar de nuevo a la U. Pública; a los profesores que hagan parte de la libre cátedra, pero no a los que se ajustan a la universidad como confesionario, al discurso oficial y ceñido a los intereses del statu quo; en fin, a los periodistas de RTVC, de la RNC, Carlos Chica y Andrea Olano, a quienes se les dijo que “no le podíamos preguntar nada al presidente” Duque, en el extremo de la mordaza a la libertad de expresión y de opinión, así como de censura/autocensura a la prensa en una democracia, como la que se dice que hay, pero no hay, como se infiere de las palabras del Nobel José Saramago: “El poder real es económico, entonces no tiene ningún sentido hablar de democracia” (4).

Todo lo que hoy no aceptan capital, bancos, sistema, gobiernos. Contra esto, hay que negarse a hacer parte de un sistema que pueda considerarse más cercano al mundo empresarial que al de la cultura. Cultura que para Cortázar es “la  actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad”; que “no es un almacén de libros leídos, sino una forma de razonar”, según Ribeyro; que, creía Rojas Herazo, consiste en “el refinamiento de los sentidos”, propio de la cultura, ya no del orden empresarial y del todo ajeno al bolsillo roto del capitalismo, que no neoliberalismo porque no es nuevo ni liberal. Solo debe haber “una patria, la poesía de ser hombre en la tierra”, como decía Cortázar, aunque también la de vivir en poesía sin la espada de Damocles encima.

En apoyo de lo expresado por Peñuela en cuanto a que en la Contracultura, primero en el beatnikismo y luego en el hipismo, se da un neoprimitivismo, una recuperación de las culturas primitivas muy próximas a los orígenes chamánicos, es decir, una reacción contra la modernidad, hay que mirar a la premodernidad, con lo que viene, entonces, el mito de la Wilderness y aparecen unos componentes arcaicos en la Contracultura: a) un retorno a la Naturaleza, en el que la ciencia comenzó a ser cuestionada desde el punto de vista de la responsabilidad ética, ya que dejó de ser una forma de pensamiento para convertirse, como investigación científica, en un aliado del poder y en un factor de poder económico, político y social: Internet surgió como un programa de investigación científica y militar como lo muestra El eros electrónico (2000), de Román Gubern; b) Un retorno al cuerpo, en el que hombres y mujeres hacen conciencia de él para, en compañía de medios naturales, la meditación, y de artificiales, la marihuana, el LSD (Timothy Leary), el alcohol, redescubrir el placer. Epicuro decía que “si una actividad no está acompañada de placer, mándala a paseo” y Aristóteles que “hay una gran diferencia entre una actividad que está acompañada por el placer y otra que no: la acompañada por el placer es mucho más perfecta”.

En conclusión, el mal que nos aflige es quizás el peor de los conocidos hasta ahora: la semicultura, con la cual los medios masivos bombardean a la población, bajo la directriz mediática de EE.UU, y que es peor que la ignorancia porque engaña al que cree que sabe y le impide saber que no sabe; su engaño mantiene atados a los hombres, subyugados por quimeras: es la ilusión de saber. Los diarios surten a diario estímulos y noticias, pero al servicio de grupos dominantes que los manejan a su antojo: para servirlos de modo adecuado, necesitan del éxito a toda costa, lo que los hace caldo del sensacionalismo: el afán por exagerar la noticia más trivial, manda a la basura los hechos fundamentales. Las noticias/problemas/conceptos que se difunden están manipulados, para luego manipular a la incierta opinión pública: aquí concreta, porque es la que a la entrada de la U. recibe toda suerte de pasquines que si no le cambian el corazón le dañan la cabeza, y a los que termina por aceptar, de momento, sin reparo alguno. Situación que se espera cambie en el futuro para que el ADN informativo de los lectores no sea el que ofrece gratuitamente El Tiempo , hoy en manos del dueño del sistema financiero en Colombia: con lo cual el coctel explosivo prensa + banco, dinamita la ya muy precaria situación económica de los contribuyentes. Con un agravante: el 80% de la información que se difunde no ha sido confirmada. El mismo LCSA, hoy en serios problemas, primero, por la pérdida de más de dos mil millones de dólares, tras la muerte, probablemente no por suicidio, de acuerdo con la reciente renuncia del director de Medicina Legal (¿?), Carlos Valdés, del ingeniero Jorge Enrique Pizano, así como por el envenenamiento con cianuro de su hijo Alejandro; y, luego, por el llamado a juicio, como cabeza del grupo Aval, por haber quebrado la ley anticorrupción, hecho gravísimo (no solo) para la policía del mundo, entiéndase EE.UU, sino para sus bancos, cuyos depósitos, en un 70%, provienen de actividades ilícitas como tráfico de drogas, trata de blancas (y de negros), guerras producto de invasiones hechas por los mismos gringos, etc.

En síntesis, la Contracultura juvenil de los años 60 constituye toda una pragmática ética que se enfrenta a la cultura moderna y pretende socavar sus bases; no ha muerto, solo ha dado lugar a un fenómeno más universal. En vez de ser aislado, es parte de un proceso muy antiguo y transcurre paralelo a la cultura dominante: la que responde, en primer lugar, a un imperialismo, el europeo, y luego a otro, el estadounidense, como resultado de sendas revoluciones industriales: la de 1771, cuando las fábricas de tejidos de Richard Arkwright inauguraron la industria tal como se entiende hoy, seguida de la de comienzos del siglo XX, con la fabricación de los carros Modelo T, de Henry Ford, y todas sus derivaciones: conductismo, taylorismo, fordismo y demás secuelas del capitalismo industrial. Una frase resume lo que no solo ha sido la I Rev. Industrial, Vapor/Fábricas textiles, sino las otras tres (II: Carbón/Hierro/Acero; III: Microelectrónica; IV: IA): “La revolución industrial de hoy ha creado la esclavitud moderna”, lo cual indica que ya son cuatro o igual una sola que no ha cambiado para nada el orden-natural-más-bien-artificial de las cosas: gatopardismo puro. El de la eterna petición de cambio, que pregona que todo cambie para que todo siga igual (5). 

“Muchos entre nosotros pueden no estar de acuerdo con la guerra, el racismo, la desigualdad entre los hombres, las diferentes formas de autoritarismo y el ejercicio sádico de poder. Pueden incluso sospechar del carácter masculino de la cultura oficial, de la sociedad del dinero y de la inútil búsqueda del poder. Pero nunca antes, no de una manera tan decidida, se había combatido todas estas ideas y se había logrado un entusiasmo como el que se dio en la llamada ‘década dorada’ de los años sesenta.” (p. 24) Lo anterior le sirve a Peñuela para mostrar que, en vez de ser un fenómeno aislado, la contracultura es parte de un proceso antiguo proveniente de la sociedad chamánica y que transcurre en paralelo a esa cultura dominante Occidental: la que por tratarse de un proceso marginal se le ha llamado underground. Underground y contracultura tienden a confundirse, pero la voz primera es más amplia que la segunda. Según Racionero, underground “es la tradición del pensamiento heterodoxo que corre paralela y subterránea a lo largo de la historia de Occidente, desde la aparición de los chamanes prehistóricos hasta nuestros días”.

Es un pensamiento sin sujeto que circula por toda época y país y se reconoce quizá por un espíritu próximo a la tierra, a la vida, a una figura superior. Caracteriza el pensamiento underground a través de la idea de una solidaridad mundial, la idea de cooperación como opuesta a la de división que entraña el capitalismo; la resistencia a sistemas de poder y a todo tipo de entes autoritarios, ahora hiperautoritarios (Trump, Bolsonaro, Le Pen, Orbán, Salvini), en tanto son ejercidos por hombres informes, voraces y faltos de vida; y la importancia que se le concede a la vida sobre el pensamiento, dado que, para los jóvenes de hoy, es más importante la experiencia directa que cualquier forma de aprendizaje intelectual, como ya lo decía en la década de 1960 el padre del neorrealismo italiano, el católico/marxista Roberto Rossellini (1906-1977), en su bello libro/universidad Un espíritu libre no debe aprender como esclavo.

Con base en él se propone una lectura de izquierda, desde el nacimiento del mundo contemporáneo (la I Rev. Ind. y el reinado de la máquina), pasando por la necesidad de una “educación integral”, hasta llegar a la crisis de la cultura y los medios, haciendo énfasis en la s emicultura, la propia de dichos medios hoy, basada en un diálogo con modernismo y marxismo a través de la cual se pretende mostrar que ante la alienación del hombre actual solo queda transformar la estructura mental, máxime si se considera el incesante flujo de descubrimientos científico/técnicos. Lo que hace imperativo cambiar los métodos de aprendizaje del pensamiento: revolucionar la escuela; modificar los hábitos de enseñanza; dejar atrás los paradigmas/espejismos de la memoria y la repetición. Para así consolidar el oficio de hombre y seguir dialogando críticamente, no sin contradicciones, con las venas abiertas de la creación de otros mundos no solo posibles sino necesarios, como digo en el ensayo Un espíritu libre… : Sobre la crisis de la Cultura y los Medios, del libro Modernismo e Marxismo em época de literatura pós-autônoma , edición digital de UFES, Vitória (6).

De ahí se infiere, para concluir, que la Contracultura no es, ni por error, solo blanca, sino que su sociedad tiende de por sí a opacar toda luz de Contracultura Negra que pueda poner en evidencia los históricos atropellos contra su Comunidad; y que lo que se llama Underground es mucho más que un movimiento clandestino, por subterráneo, con un carácter reflexivo, crítico, contestatario, al margen de habituales circuitos comerciales. Y, más allá, de la aconductada e irreflexiva Industria Cultural, la misma que hoy, en Colombia, habla de una “cultura y/o economía naranja”, en la que la palabra cultura se traduce en simples y vulgares números al servicio de los interesados fines mercantiles de una burocracia inculta, que por igual ignora a los creadores, así como impulsa a analfabetos funcionales a que funjan de artistas, sabiendo de antemano que la labor les queda grande y, lo más patético, sin que le importe al Gobierno o al Sistema: el que de por sí es una trampa que conduce a la esclavitud. No en vano, Robespierre sostenía que el secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlas ignorantes. Quizás por eso, tampoco en vano, Colombia es hoy considerado el sexto país más ignorante del planeta y de ello los dirigentes no creen ser para nada responsables, apenas víctimas de una desproporcionada e injusta calumnia: como si ellos fueran practicantes de la mesura, la justicia o la verdad (7).

Notas:






(6) UFES, Vitória, Brasil, pdf, 980 pp.: Cap. XLIX: 609 a 635 .



Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de El Espectador (EE). Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo y Dos Antologías, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Editores, 7/may/2017). Mención de Honor por su trabajo Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Internacional de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Corresponsal en Colombia de la revista Matérika, de Costa Rica. Autor, traductor y coautor, con Luis Eustáquio Soares, de ensayos para Rebelión. Desde el 23/mar/2018, columnista de El Espectador.

No hay comentarios: