lunes, 14 de diciembre de 2015
Terror por todas partes, humanidad en ninguna
Por Thomas Serres *
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Seguramente sería más razonable esperar unas cuantas semanas y dejar que las emociones se asienten. Eso es lo que la decencia y la razón exigen. Como parisino de corazón, debería quedarme callado. Por desgracia, los halcones y los fascistas, los lobos y los belicistas, los chacales y los ministros no se sienten comprometidos con esos escrúpulos. No esperaron ni a que se enterraran los cuerpos o se secaran las lágrimas para empezar a gritar su furia. Claman por una dura venganza, por el cierre de fronteras, por una nueva ronda de medidas de seguridad de mano dura. Nos tienen rodeados.
Es imposible resumir en un artículo las múltiples dinámicas en funcionamiento en la escalada del terrorismo masivo que la pasada semana ha herido sucesivamente al Líbano y a Francia. Sin embargo, es necesario repetir los mismos hechos obvios una y otra vez, confiando en que un día los cínicos y los payasos que nos gobiernan encuentren el coraje necesario para poner fin al círculo vicioso.
Terror para todo el mundo
A diferencia de algunos delirantes expertos, debemos recordarnos a nosotros mismos que estos ataques no golpean a Occidente o Francia “por lo que son”, como Daniel Pipes sugirió una vez. Sin embargo, editorialistas del tres al cuarto, junto a respetados académicos como Jean-Pierre Filiu, propagaron esta idea tras los ataques del viernes 13. Algo que permite que los aduladores de la “democracia liberal”, del capitalismo competitivo y del farisaísmo occidental encuentren refugio en la comodidad de un esencialismo ingenuo. Por tanto, no hay razón para más debates: somos tan felices, libres y poderosos que no les queda más remedio que envidiarnos y odiarnos al mismo tiempo, lo que hace que esos supuestos expertos reproduzcan el desfasado esquema del “choque de civilizaciones”. El hecho de que algunos gobiernos hayan llevado muerte y destrucción por todo el mundo perpetrando bombardeos policiales eimprecisos ataques con aviones no tripulados no tiene nada que ver con este resentimiento.
Más allá del hecho de que “Occidente” no exista como unidad política y del largo historial de actos violentos cometidos por muchos gobiernos, esta idea niega otro hecho obvio: el infernal ciclo de terrorismo y contraterrorismo se ha extendido mucho más allá de la supuesta confrontación “Oriente-Occidente”. Los combatientes nigerianos de Boko Haram, que secuestran, masacran y se inmolan, aunque pueden pretender luchar contra la educación al estilo occidental responden sin embargo a una amplia gama de dinámicas políticas y económicas locales. Matan a otros nigerianos cuyo supuesto “estilo de vida” tiene mucho menos que ver con el mío que el de un burgués en Doha.
Le Monde encuentra una complacencia escandalosa en describir una Francia que tiene el privilegio de ser el foco del odio yihadista. Nosotros –los galos laicos- deberíamos pensar por tanto que somos un tipo de víctimas diferentes de los libaneses que murieron en una barriada chií en Beirut, los doscientos rusos del Sinaí o los ciento y pico manifestantes de izquierdas en Ankara. Pero nuestras “democracias liberales” no son el principal objetivo de los yihadistas. Desde la insurrección en Iraq a su divorcio de Al-Qaida, la genealogía de Da’esh demuestra que el extremismo antichií es la base de la ideología de la organización. Antes de eso, el trágico resultado de la violencia takfiri en Argelia demuestra que va principalmente dirigida contra aquellos que han sido calificados de apóstatas. ¿Cuántas veces tendremos que repetir que la inmensa mayoría de esos ataques se dirigen contra los musulmanes a fin de poner fin a esta vieja sintonía del odio contra lo occidental?
Nuestros monstruos, nuestra responsabilidad
Y más problemático aún, se da por supuesto que Occidente, cuyos valores se colocan en la cima de la jerarquía de las civilizaciones, representa a toda la humanidad. Por tanto, una Francia doliente ha recuperado su papel como ejemplo de universalismo. En Washington, Barack Obama describió los ataques de la noche del viernes como un desafío a “toda la humanidad y a los valores universales que compartimos”. En París, el presidente del parlamento, Claude Bartolone, citaba a Thomas Jefferson, declarando que “toda persona tiene dos países: el suyo y Francia”. No voy a abundar en la ironía del tango de amor entre el gobierno francés y su homólogo estadounidense cuando uno es completamente consciente de la abrumadora responsabilidad del segundo provocando el caos actual en Oriente Medio y sus consecuencias para Europa. Pero, ¿qué vamos a decir a los kurdos o tunecinos que pueden al parecer morir asesinados sin ofender a la “humanidad”? ¿De qué tipo de humanidad estamos hablando cuando siempre se invoca el mismo grupo de personas?
Como sabemos, el universalismo humanista incluye necesariamente formas de exclusión. También nos protege de lo que no queremos ver en nuestros países de origen. La “humanidad” es un concepto conveniente al ayudarnos a olvidar que nuestros Estados y sus homólogos pakistaníes, árabes o africanos han sembrado activamente el odio que entristece París y Beirut hoy, Nairobi y Mumbai ayer. En cuanto a los monstruos que entraron en una sala de conciertos y dispararon contra jóvenes desarmados, estos gobiernos los fabrican. Nosotros los fabricamos. Esos monstruos –que cumplieron su sueño de volar en pedazos por una explosión que ellos desencadenaron- no tienen alas ni colmillos. Son franceses y belgas. Han nacido y crecido en nuestro preciado “mundo occidental”. Por supuesto que son individualmente culpables de un baño de sangre que revela la pérdida de cualquier tipo de empatía. Por ello, la ausencia de un más allá después de su suicidio es el castigo definitivo. Pero son los Estados francés y belga los responsables de crear las condiciones estructurales de una transformación tan espantosa.
En cuanto a nosotros, que cerramos los ojos frente a la violencia de la segregación espacial y racial, que nos rendimos al diktat de un ordoliberalismo insensible, que celebramos la venta de armas a países emergentes como un triunfo de la competitividad nacional, también compartimos la carga de la responsabilidad. La falsa oposición entre la barbarie que nos amenaza y la civilización que nos define es una mera mistificación. Es un discurso que niega las causas estructurales y oculta la ausencia de una respuesta política adecuada.
¿Ganar la guerra? ¿Cómo se hace eso?
Como pavonearse en la televisión nacional para demostrar la incompetencia y la incapacidad de uno para producir nuevas ideas resulta siempre positivo para los índices de audiencia, el primer ministro Valls no perdió la oportunidad de alardear en TF1 (el principal canal privado francés). Vamos a “devolver golpe por golpe” a este “ejército yihadista terrorista”, dijo, mientras se toqueteaba la barbilla. Frente a tanto belicismo, un humilde ciudadano como yo se queda sin habla.
La guerra contra el terrorismo empezó hace quince años, y el único resultado ha sido una persistente y precipitada avalancha de violencia. Jacques Chirac –un presidente reaccionario y deshonesto pero que no carecía de inteligencia- tuvo el sentido común de condenar la invasión anglo-estadounidense de Iraq. Más de diez años después, los tan cualificados tecnócratas que usurparon el término de socialista no tienen como respuesta más que la guerra y la represión ante el asesinato de 139 de sus conciudadanos. A lo largo de la pasada década, Sadam fue ahorcado, Al-Zarqaoui pulverizado y Bin Laden atrapado y liquidado. Durante la pasada década, el presidente Obama dio su autorización personal a miles de asesinatos extrajudiciales sin que su humanidad llegara a cuestionarse. Durante la pasada década, el terrorismo no ha disminuido sino que se ha complementado de la guerra civil siria, provocando el exilio de millones de personas.
Es definitivamente verdad que una vez que se llegue a un acuerdo en la forma de transición política en Siria, la enérgica acción de las potencias globales y regionales podrían derrotar a Da’esh como estructura territorializada de tipo estatal. Sin embargo, esto no implica el fin de las redes terroristas y los ataques oportunistas. Es muy poco probable que un mundo donde coexisten la injusticia, la tiranía y los kalashnikovs a un precio de dos mil euros, pueda pacificarse con bombardeos, invasiones militares y esfuerzos de reconstrucción que benefician principalmente a los grandes contratistas privados. Esa fórmula no es mágica, es simplemente estúpida.
En cuanto a la técnica de la ciudadela asediada que lanza continuamente ataques preventivos –propugnados por genios como Benyamin Netanyahu-, el estado de psicosis que ha caracterizado a la sociedad israelí durante los pasados diez años muestra que no solo es algo ineficaz sino también tóxico.
Vigilancia policial sin protección
El gobierno francés puede continuar ampliando los registros sin orden judicial que ha estado llevando a cabo desde el sábado por la noche. Esto no va a cambiar otro simple hecho: que los servicios de seguridad no van a poder impedir futuros ataques. Nunca tendrán tal capacidad, a menos que aceptemos una orientación totalitaria para nuestra sociedad además de una vigilancia sistemática de las comunicaciones. Los miles de millones de conversaciones que ya han estado escuchando y los correos electrónicos y direcciones de IP que han estado grabando, no les ha ayudado a localizar a un montón de pequeños delincuentes radicalizados que están organizando su ataque sobre París utilizando su Playstation 4. Pueden situar un poli en cada esquina pero esto no impedirá que terroristas oportunistas aprovechen los inevitables lagunas de seguridad.
Uno debería preguntarse por qué nuestros gobernantes están continuamente abogando por una mayor vigilancia dado que nunca podrán asegurar la seguridad en cada centímetro de su territorio. Desde luego, uno puede considerar esto en términos de la tentación autoritaria inherente a toda policía o gobierno. Sin embargo, la respuesta más probable recae en la irresponsabilidad que caracteriza a todas las burocracias, como Hannah Arendt señaló una vez. Intentando eludir las críticas, los ministerios y los servicios encargados de la seguridad se protegen a sí mismos a expensas de nuestras libertades individuales, sin solucionar la amenaza terrorista que su guerra contra el terror ha fomentado. El espíritu del terrorismo necesita de la burocracia para sobrevivir, ya que el terrorismo no ha estado nunca mejor complementado que por la banalidad del mal. Para una mente sana, sólo queda impotencia y dolor.
No había otra posibilidad: dos días después de los ataques dirigidos contra los jóvenes parisinos, François Hollande no tenía nada más que proponer que la retórica de la guerra y otro refuerzo de los poderes excepcionales. Incapaz de cumplir con su responsabilidad histórica, de enfrentarse a las crecientes presiones de los halcones que denuncian una invasión de los sarracenos, fiel a una constante y asombrosa debilidad, el presidente francés ofrece más guerra contra el terror para combatir la “guerra del terrorismo”. Ni siquiera puedo decir que me siento sorprendido.
Al concluir este artículo, me hubiera gustado sostener que estos ataques nos ayudarán a darnos cuenta de la tragedia a que se enfrenta Oriente Medio desde 2003, o que nos permitiría comprender totalmente las causas del exilio de millones de sirios, afganos, iraquíes y muchos otros. Me habría gustado afirmar que, al fin y al cabo, puede que haya espacio para alguna forma de humanidad tras los recientes sucesos. Pero todo en la conducta de nuestros gobernantes, en Francia y en otros lugares, apunta a lo contrario.
* Thomas Serres es profesor de la Universidad Jean Monnet en Saint-Étienne.
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