viernes, 25 de diciembre de 2015

El amor a las armas



La cultura de la violencia es uno de los componentes más populares de Estados Unidos. Un dicho famoso en el siglo XIX sentencia: “Dios puede haber creado a todos los hombres, pero fue Sam Colt el que los hizo iguales”. Colt fue el inventor del revólver de seis disparos que “democratizó” el acceso de los norteamericanos a las armas cortas de fuego, justo en el momento de la expansión hacia el Oeste a costa de los nativos.
Pese a la actual xenofobia rampante, un producto extranjero como la pistola Glock, de fabricación austríaca, se ha convertido en el arma corta más popular en las sobaqueras de los adoradores de las armas. Hay igual número de armas que de habitantes: 300 millones, lo que no quiere decir que cada habitante tenga una, sino que cada fanático tiene ocho.
El cargador de la Glock alberga 17 proyectiles y los cuerpos policiales de EE.UU. la adoptaron porque no tenían que recargar tan a menudo en los tiroteos. Los delincuentes y los fanáticos de las balaceras no tardaron en imitarlos.
Por eso, Estados Unidos es un país en el que hay más tiroteos masivos que días… o más tiroteos que meses. Depende de cómo se mida.
Es como la controversia que rodea al último de estos incidentes, en el que Sayid Farooq y su esposa Tashfeen Malik asesinaron a 14 personas en un centro de ayuda a discapacitados en la ciudad californiana de San Bernardino.
Barack Obama declaró que “es posible que el ataque tenga relación con el terrorismo, pero también que esté relacionado con conflictos laborales”. El FBI, según los medios estadounidenses, estaba siguiendo indicios de que Farooq podía ser un islamista, aunque todo parecía indicar que, aunque ése fuera el caso, no tenía una vinculación orgánica alguna organización terrorista, como los criminales de París con el Estado Islámico o los del 11-S con Al Qaeda.
A diferencia de lo ocurrido en California, ninguno de los 15 candidatos republicanos en campaña hizo la menor crítica al ataque contra una clínica en la que se realizaban abortos el viernes de la semana pasada, en el que murieron tres personas. Luego, la investigación policial reveló que la acción había sido llevada a cabo por un fundamentalista protestante llamado Robert Dear, con un largo historial de violencia de género, acoso sexual y la firme convicción de que las personas que atacan a clínicas de abortos en EE.UU. hacen “el trabajo de Dios”.
Con esa retórica, parece que Estados Unidos está en guerra consigo mismo. A fin de cuentas, es un país en el que 31.000 personas mueren a balazos cada año. De ellas, unos 12.000 son asesinados y los 19.000 restantes, suicidios. Son 90 muertos al día. Cada dos meses mueren por armas de fuego más estadounidenses que los que cayeron en Irak. Cada 33 días, tantos como fueron asesinados el 11-S.

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