miércoles, 5 de agosto de 2015

Aniversario ignaciano



Debido a la presencia e influencia de los jesuitas en el departamento de Yoro vamos a centrar nuestra reflexión en su carisma, actividades y presencia social-eclesial. Y esto debido a que el día de hoy celebramos un aniversario más de su santo fundador y como Congregación religiosa al servicio de la Iglesia. Si tuviéramos que enumerar alguna de sus características por el trabajo que realizan señalamos las siguientes. 
En primer lugar destacamos su identidad eclesial al servicio de la Iglesia Católica y su jerarquía. Desde sus inicios el carisma ignaciano fue el recibir su “misión” del Papa y atender los llamados que se la hacen para “discurrir en cualquier parte del mundo”. Yendo a todo tipo de fronteras, culturas, pueblos y situaciones conflictivas humanas y cristianas. Eso explica por qué su llegada a Honduras en el siglo pasado no sea iniciativa propia sino “a petición jerárquica”: el qué hacer, el dónde, el cómo y con quiénes. Un jesuita no es un francotirador, no se da a sí mismo la misión ni trabaja en su propio proyecto, sea político, ideológico o eclesial.

En segundo lugar, se hace como “cuerpo y/o comunidad”. Un jesuita es muy consciente de ser y poseer una identidad y espiritualidad propias, centradas en el “seguimiento de Jesús”, en la obediencia y la disponibilidad. En lo más profundo de su personalidad está la experiencia del encuentro con Jesús propiciado en los Ejercicios Espirituales que han marcado su vida para siempre.

En tercer lugar, en su afán y deseo de mostrarse siempre disponible y buscar la voluntad de Dios va actualizando su misión y carisma a medida que se van cambiando los retos eclesiales, sociales y culturales en cada momento histórico. Una reflejo de todo esto se ha expresado a raíz del Concilio Vaticano II cuando actualizó/reformuló su carisma como “el servicio de la fe y la promoción de la justicia”.

En cuarto lugar, entrando más de lleno en la historia reciente, hay que destacar su tarea educativa a pesar que su trabajo se ha realizado al margen y fuera de los centros urbanos y universitarios del país en comparación con el resto de Centroamérica. Y en este ámbito se ha dado una mayor pluralidad y apertura de horizontes. No es una educación elitista y para las élites: abarca colegios, escuelas, formación profesional como Fe y Alegría, educación para los pobres como el Instituto Hondureño de Educación por Radio, y todo tipo de formación para las comunidades eclesiales de base (EdT), promoción de movimientos laicales y servicios comunitarios. Lo que uniría esta “pluralidad de horizontes educativos” sería el ser agentes de cambio social y eclesial.

En quinto lugar, el trabajo parroquial al servicio mayoritario de los pobres. Se le ha denominado acertadamente el “polo tierra” del trabajo jesuítico: ha sido en departamentos enteros, en el interior del país, en aldeas, caseríos, valles y montañas, colonias, y barrios de todo tipo. Es un trabajo de acompañamiento y presencia con “todo tipo de pobres-periferias-trabajadores y campesinos”. Es una manera de concretizar la “opción por los pobres”: no solamente con el “pobre organizado” que tiene conciencia, organización y conciencia de sus derechos y poder social; también con el “pobre que pertenece a esta Honduras profunda” sin palabra, indefenso, vulnerable y sin conciencia de lo que es y de lo que vale; por último, el “pobre globalizado” de nuestras periferias urbanas, victimas y al servicio de los poderes trasnacionales o de las redes perversas de los nuevos poderes vinculados al narcotráfico o al crimen organizado. Son las víctimas de la guerra de “los pobres contra los pobres” que se desata en nuestros centros urbanos o los “hijos de la maquila” sin derechos ni seguridades. Son los descartables de la economía y finanzas.

En sexto lugar, el trabajo a través del mudo mediático, de la radio y de la opinión pública. En una sociedad como la hondureña donde la concentración del poder político, económico y de los medios es tan aplastante, el ser portavoz y dar lugar para que los pobres y los que no tienen cabida entre los grandes de nuestra sociedad, es un logro, una dicha y una esperanza. Tanto la Iglesia, como cualquier institución eclesial, no solamente deben ser libres e independientes de todo grupo de poder e ideología, sino tener una palabra que encarne aunque sea a la distancia el proyecto de Jesús, del Reino del Padre y del mundo de las víctimas.

Por último, el servicio de acompañamiento a los movimientos populares tal como lo señaló el Papa Francisco, tanto en Roma como recientemente en Bolivia. Acompañamiento en sus luchas por hacer realidad las tres T: tierra, techo y trabajo. Como bien señaló: “ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social ni la propuesta de soluciones a los problemas contemporáneos”. Debe darse un acompañamiento en las tres grandes tareas de los movimientos populares: “poner la economía al servicio de los Pueblos, unir a nuestros Pueblos en el camino de la Paz y de la Justicia y, tal vez la más importante de todas, defender a la Madre Tierra”.

Son apenas unas pinceladas del “ser y quehacer” de los jesuitas en Honduras, en Centroamérica y a nivel universal. Pedimos para ellos y por ellos que mantengan en la Iglesia y la sociedad la “antorcha del servicio de la fe y la promoción de la justicia”, así como la vocación para todo cristiano de ser “hombres y mujeres para los demás, con los demás y como los demás” Feliz día de San Ignacio.

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