lunes, 10 de agosto de 2015
Tejer humanidad desde las redes sociales
Usted se toma una fotografía en una comunidad de montaña y en ese mismo instante ya es conocida por sus familiares, amigos en otras partes del país, en Estados Unidos, Canadá, España, México o en cualquier otro país del planeta. Se cuentan por decenas y por miles las parejas de novios que están enlazados en este momento por una de las redes sociales sin siquiera conocerse, y en este momento se organizan las caminatas de las antorchas del fin de semana sin siquiera tener una sola reunión de planificación ni contar con un lugar físico para planificar las actividades.
Es el poder de la tecnología. Por las redes sociales Usted puede encontrar un familiar que desapareció de su vista muchos años atrás, las recetas más raras para sus problemas de salud y la información más extravagante que se le ocurra sobre música, gustos, amores y desamores.
En los tiempos de las cavernas, es decir, hace veinte años, toda la vida pasaba por la relación humana y nada podía sustituir la experiencia personal del encuentro con los demás. Hoy en día, en esta era del twiteo y digiteo, del facebook y el whatsapp, hasta las vocaciones para religiosas y sacerdotes se pueden descubrir y tramitar por las redes sociales. Basta que le dé e clic que corresponde para encontrar cualquier diversidad de ofertas para su vida. Confesionarios y absoluciones, penitencias y escapularios pueden estar a su alcance con solo dar clic con su dedo en las milagrosas redes sociales.
Las redes sociales son un hecho, no se pueden negar. No son buenas ni malas. Están al alcance de la sociedad, y todo dependerá de la orientación que les demos. Las redes sociales pueden agudizar adicciones y ellas mismas convertirse en una adicción. Puede ocurrir que las redes sociales, siendo virtuales, nos den tanta información que acabemos prescindiendo de la realidad y del contacto con la gente. Mucha de la educación actual dejó de tener su base principal en la familia, en la escuela o en la Iglesia.
Las redes sociales son actualmente el lugar desde donde nuestra juventud recibe no solo la mayor información, sino los mayores valores, positivos o negativos. Puede ocurrir que las redes sociales atrapen tanto a la familia que en la noche estén reunidos todos los miembros de la familia, pero cada quien, tanto el papá y la mamá como los hijos e hijas, estén ensimismados en su propio mundo de las redes sociales. Mucha gente es capaz de llorar por tragedias humanas, o sentirse parte de un proyecto social, no porque tenga acceso a ellos físicamente, sino porque los descubrió a través de las redes sociales.
Las redes sociales por sí mismas pueden hacernos caer en engaños. No son ellas las movilizadoras y educadoras. Son instrumentos. El peligro de ver en sí mismas las redes sociales es que sustituyamos la realidad humana y social por ese extraño mundo de la virtualidad. De igual manera, el uso excesivo de las redes sociales puede significar un síntoma de los enormes vacíos y soledades en los cuales vivimos. Las redes sociales son un hecho, no podemos prescindir de ellas. El gran desafío está en no hacernos esclavos de ellas, hasta desprendernos de la relación humana, sino en usar de ellas para fortalecer la solidaridad, ampliar nuestros conocimientos y construir redes humanas movilizadoras como la lucha de la indignación que se ha tejido en nuestra Honduras.
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