sábado, 15 de agosto de 2015

Oda a nuestros políticos de ayer, hoy y siempre



Nuestros políticos de hoy son los mismos políticos de ayer, añejados en sus mañas y en sus cinismos, pero los mismos de ayer. Y siguen abriendo puertas para seguir siendo los políticos de mañana y siempre. Hasta con los mismos rostros, los mismos gestos, las mismas sonrisas y las mismas palabras. Y los mismos curules con los mismos cálculos.

“El tiempo el implacable, el que pasó, siempre una huella triste nos dejó”, dice el poeta tropical en su canción, pero ese implacable tiempo del cantor no lo es para los políticos de nuestros lares. Los políticos de ayer, de hoy y de siempre nos salen al paso como fantasmas por encima de los tiempos. Tienen tantas vidas, en el pasado y en el presente, que arrasan sin remedio con las siete vidas del gato.

Nuestros políticos nos salen al paso en edificios públicos y también en los privados, en los antiguos centros comerciales y en los modernos Moles de nuestras rurales áreas urbanas; nos los encontramos en las haciendas y en los cerros, trepados en sus cuatro por cuatro; en las maquilas, en las plantaciones de palma africana y en los cañales de alguno de nuestros valles. Se encuentran con igual comodidad en un centro de adoración celestial como contando kilos de droga para acrecentar su capital.

Nuestros políticos son los mismos políticos de ayer y los mismos de siempre, desde aquel perpetuo rosucón hasta el más joven patepluma sin candor y sin otro color que el mismo que aprueba la ley y prepara la trampa. Los políticos de ayer, son los mismos de hoy y serán los mismos de un mañana sin final. Aparecen con tanta vida en nuestras vidas que aunque se les rinda honores en un pulcro culto funeral, su muerte es apenas un argumento más para renovar su demagogia emocional.

Ni importa si están en el Soberano Congreso Nacional, en Casa de gobierno, en un tribunal de justicia, en un partido político o viendo un partido de fútbol. Da lo mismo si aparece en teletones o en la página social, hincados ante el santísimo sacramento del altar o en un lugar de amores apurados. El lugar es lo de menos. Hasta podrían estar zambullidos en una tumba con flores, cruces y epitafios. Los políticos rompieron las barreras de los tiempos, las geografías, las distancias, lo profano y lo sagrado, las muertes y las vidas.

Para los políticos, como dice hasta el cantor más superficial, y por eso el preferido, “la vida sigue igual”, o como lo ha inventado la mítica Prosilapia Ventura, para ellos “aquí no ha pasado nada”, ni golpes de Estado ni golpes contra las mujeres. Aquí todo sigue viento en popa, con extractivismos y ciudades modelo. Y para que todo siga igual, ayer, hoy, mañana y siempre, en estos tiempos que nunca serán los últimos, hasta se dan el taco de llamarnos a un gran diálogo nacional.

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