viernes, 7 de diciembre de 2012

La “política neo-otomana” en un impasse



Por Francisco Veiga

Lo que se ha denominado “política neo-otomana” en la Turquía del Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkınma Partisi: AKP) surge como reacción a la ofensiva de los bastiones kemalistas contra los gobiernos islamistas turcos a partir de 2003 y hasta el verano de 2008. En esa fecha se puede decir que el AKP se consolida definitivamente en el poder, tras asegurar los resultados de las elecciones legislativas de 2007 –en las cuales el AKP vuelve a revalidar mayoría absoluta- y las presidenciales, a raíz de las cuales Abdullah Gül se convertirá en el primer presidente islamista de la República turca.
La victoria final del islamismo turco supone haber contrarrestado la presión del establishment secular (o “kemalista”), cuyos arietes principales eran las fuerzas armadas, el poder judicial, la diplomacia y, en menor medida, algunos partidos políticos, comenzando por el histórico Partido Republicano del Pueblo (Cumhuriyet Halk Partisi – CHP) y continuando por el ultranacionalista MHP (Milliyetçi Hareket Partisi o Partido del Movimiento Nacionalista).
En relación a la diplomacia, la contraofensiva del gobierno del AKP se empieza a manifestar ya a lo largo de 2007 cuando suena internacionalmente, cada vez con mayor fuerza, el nombre de Ahmed Davutoğlu (n. 1959), el nuevo gran cerebro de la diplomacia turca, actual ministro de Asuntos Exteriores. Davutoğlu, autor del libro Profundidad estratégica (2001) planteaba una nueva diplomacia turca teniendo en cuenta el factor islamista, el pasado otomano de Turquía, y el papel de la república como potencia dispuesta a asumir su papel regional.
Pero, sobre todo, Davutoğlu salta a la fama internacional por su protagonismo como mediador en la shuttle diplomacy, durante la ofensiva israelí sobre Gaza durante el invierno de 2008 a 2009. De hecho, en mayo de ese último año asumió la cartera de ministro de Asuntos Exteriores, y ya en 2010 se ganó el séptimo lugar en el panteón de los FP Top Global Thinkers, “for being the brains behind Turkey’s global reawakening”.
En realidad, la actividad de Davutoğlu contribuyó muy activamente a la disolución de la herencia política kemalista en Turquía, si tenemos en cuenta que proclamaba una intervención activa del país en las regiones adyacentes a sus fronteras. Aunque oficialmente la idea era limitarse a la actuación de mediador, proclamando la doctrina neutralista de los “cero problemas” con los vecinos, esa nueva actividad era, de hecho, intervencionista.
Inicialmente, es cierto que no lo parecía. El apelativo de “política neo-otomanista” era peyorativo y procedía de la oposición. Y lo cierto era que la nueva actividad diplomática de Turquía tenía su propio fuste que parecía deber poco a la historia del Imperio otomano. Entre otras razones, porque iba más allá del ámbito de las antiguas provincias árabes o los Balcanes: llegaba hasta África oriental, e incluso hasta el Caribe, o Filipinas. Ankara se ponía del lado de los uigures del Sinkiang y mantenía unas relaciones muy activas con Pakistán, aparte de llevarse la mayor parte de las obras contratadas por la OTAN en Afganistán.
De otra parte, las relaciones que se establecen con los países árabes “ex otomanos” tampoco se articulan realmente en base al recuerdo del glorioso pasado otomano, sino a partir de beneficios comerciales o geopolíticos bien tangibles en el siglo XXI. Tal era el caso de las relaciones con la Siria de Bashar el Assad, por ejemplo: hasta que no comienzan las protestas de 2011, Ankara mantuvo una alianza muy estrecha con ese país árabe cuyo régimen nada tenía de islamista. En cualquier caso, se llegó a decir que en Damasco nadie se ponía al teléfono para hacer negocios sino era por mediación de los turcos.
Ahora bien, esa línea se politiza en un sentido islamista debido a varias razones:
a) A partir de la misma dinámica política interior: la política de Davutoğlu erosionaba las bases kemalistas del sistema, tanto en lo que respecta a la nueva estrategia exterior, cada vez menos acorde con el legado del fundador de la República; pero también por las transformaciones internas de la misma corporación diplomática, al servicio de las nuevas líneas de trabajo.
b) Desde las plataformas políticas islamistas de actuación exterior, no vinculadas al Ministerio, tales como la veterana Millî Görüş (Visión Nacional), que desde 1969 aglutina a amplios sectores de la emigración turca en Europa. O el movimiento piadoso de Fethullah Gülen, de carácter islamista pero también panturco, con su red de fundaciones de interés social, medios de comunicación o centros docentes que se extienden por Asia Central e incluso países latinoamericanos, Filipinas o Estados Unidos.
c) A raíz del enfrentamiento del gobierno turco con Israel, por su condena de la Operación Plomo Fundido, lanzada por el ejército israelí contra Gaza en diciembre de 2008, que estalla en una aparatosa discusión mantenida ante las cámaras de la televisión por Erdogan y Shimon Peres en pleno Foro de Davos, en enero de 2009. Se sucederán los roces diplomáticos, con el consiguiente aumento de la tensión, que de nuevo llegará un punto culminante con el incidente del asalto israelí al barco Mavi Marmara, integrante de la Flotilla de la Libertad, el 31 de mayo de 2010.
d) La Primavera Árabe, a partir de enero de 2011.
Este último fenómeno produce una aceleración súbita de la política “neo-otomana”, entendido esto ya como una distorsión del programa original de Davutoğlu, en un sentido más oportunista, más islamista-nacional, tirando de “modelo turco” de forma abierta. El problema es que esta deriva llevará a la nueva política exterior turca hacia un pantano de contradicciones peligrosas, e incluso a un par de resbalones.
Así, el arranque de la Primavera Árabe en Túnez, Egipto e incluso Libia, parecen una oportunidad de oro para el “modelo turco”:
El régimen de Ankara provee de una modelo de islamismo moderado, aureolado de cierto prestigio porque, además, le respalda la UE y los EEUU: recordemos que el gobierno del AKP es apoyado por en 2007-2008, frente a las presiones políticas del establishment laico y kemalista. En efecto, el neoliberalismo islámico que imponen los gobiernos del AKP parece converger con la filosofía político-económica de los nuevos líderes en el Magreb, en un sentido descrito por Vali Nasr en sus trabajos sobre el neoliberalismo islamista. Así que, inicialmente, los nuevos líderes islamistas tunecinos –el mismo Rachid Ghanuchi, amigo de Davutoğlu- y los representantes egipcios de los Hermanos Musulmanes- mostraron un indisimulado interés por acudir a Estambul, a entrevistarse con los hermanos del AKP.
Turquía se involucra con Qatar y Arabia Saudí en el “rescate” militar de Libia, y Erdoğan viaja a Trípoli en septiembre de 2011, para dejar claro que Ankara desea tener un protagonismo en la transición post-Gadafi de la antigua provincia otomana.
Ahora bien, con este último paso, Erdoğan alinea el “modelo turco” con la OTAN. Es evidente que Turquía forma parte de la organización atlántica desde 1954, pero al presentarse en Libia como heraldo del modelo turco, pocos días después de que lo hicieran Sarkozy y Cameron, ese dato queda muy en evidencia: Turquía no está actuando sola, sino como parte de (o dependiendo de) grandes organizaciones internacionales. Y eso conlleva un coste político; porque, además, Turquía está en la OTAN, si, pero no ha logrado resolver la batalla por el acceso a la UE. Lo cual no termina de ofrecer la imagen de potencia independiente que el modelo turco aspira a proyectar.
La situación se tuerce aún más cuando Turquía insiste en repetir la maniobra libia, pero en versión ampliada, y se involucra claramente en el nuevo conflicto sirio. Y entonces crece la confusión y las contradicciones:
En 2009, Erdoğan se había enfrentado a Tel Aviv por los palestinos, pero también por los sirios; es decir, por su aliado Bashar al Assad. En 2011 rompe con éste, pero sin recuperar la relación con el ex aliado israelí. Es más: Tel Aviv mira con enorme sospecha a todos los que se cuelan en su patio trasero sirio, comenzando por Turquía.
Turquía no actúa sola en Siria. Tiene en territorio propio, muy cerca de la frontera, la base de İncirlik, de la Fuerza Aérea estadounidense, y no pude hacer lo que se le antoje en Siria. De hecho, tampoco posee la capacidad militar como para intervenir por su cuenta. Y matar sirios, aunque sean partidarios de Bashar al Assad, destruiría su imagen ante los árabes.
Por si fuera poco, los kurdos dan un vuelco a la guerra civil en Siria en julio de 2012, al tomar el control de toda una serie de localidades en el norte y noreste de Siria, a lo largo de la frontera turca. Esto complica enormemente la posición de Ankara, dado que su intervención en Siria puede convertirse en una prolongación de su lucha contra el PKK, complica la toma de posturas de la OTAN (el PYD o Partiya Yekîtiya Demokrat es, de hecho, una prolongación del PKK) y además los kurdos de Siria alientan a los hermanos de Turquía en su lucha contra las fuerzas armadas turcas. Eso, sin contar con el hecho de que no queda claro quién apoya a los kurdos del PYD y qué réditos geoestratégicos están en juego.
Y para concluir, el presidente egipcio Mohammed Mursi termina por apropiarse ciertos aspectos del modelo turco en beneficio político propio: durante la reciente reedición del conflicto armado en Gaza (noviembre de 2012) el egipcio se erige en mediador entre Hamas, Washington y Tel Aviv. Aunque no queda excluido de las maniobras que llevaron al acuerdo de tregua, Davutoğlu no vuelve a tener en Gaza el protagonismo de 2009. Para rematar la jugada, Mursi, que parece estar siguiendo los pasos dados por el AKP entre 2003 y 2008, aunque a mucha mayor velocidad, aprovecha la exitosa maniobra diplomática para afirmar su poder en el interior, dejando fuera de juego al poder judicial y contrarrestando en la calle a los partidarios del régimen secular.
En conclusión, la política exterior de prestigio llevada a acabo hasta ahora por el ministro Davutoğlu parece estar en un impasse. Y, como consecuencia, lo mismo sucede con el modelo turco. Resulta evidente que eso puede tener consecuencias en la política interior, debido al desgaste que ello le pueda suponer al gobierno Erdoğan, puesto que la política exterior de los nuevos regímenes islamistas está muy vinculada al afianzamiento en la política interior. Sin embargo, todas las posibilidades siguen muy abiertas, puesto que en el complejo tablero de MENA, las piezas de la guerra civil siria, Palestina, Líbano, Israel, Egipto, Turquía e Irán están todavía por encajar unas con las otras.

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