viernes, 28 de diciembre de 2012

De sucesiones judiciales y otros sustos




Por Efrén D. Falcón

El editorial publicado en el diario Tiempo el 17 de diciembre merece una atención muy especial, pues al llamar a cada cosa por su nombre deja sentado que el sistema político hondureño es una especie de mutación de un Estado de Derecho —mutación maligna agrego—, que da a nuestro país la singularidad de gestar la modernización, o si se prefiere mutilación o deformación, de su particular sistema de gobierno, el cual debería funcionar —entre otras cosas— en virtud del equilibrio e independencia entre los tres poderes del Estado.

Como se infiere de dicho editorial, el golpe de Estado de 2009 es un punto de quiebre. Algo así como si nuestro remedo de Estado de Derecho hubiera sufrido un ataque cardíaco feroz, repentino y masivo; y desde entonces anduviera por ahí deambulando como un muerto vivo —un zombi—, después de sufrir la traumática inserción de un marcapasos proveído por los doctores del laboratorio golpista.

Estilo Honduras, made in Yarumela
Hace tres décadas —cuando las dictaduras militares ya olían a pútrido por toda Latinoamérica, y se instituía nuevamente la democracia representativa como el camino para conformar los gobiernos— los hondureños acudimos a las urnas a participar y observar el principio de un cambio esperanzador, hartos de una bota militar abusiva, inepta y corrupta. No todos estábamos conscientes de que el germen del caudillismo, el engaño y el machete desenvainado seguía presente en la sangre de los políticos —veteranos y noveles— llamados a escribir la nueva carta magna, y a gobernar el país. Y al “estilo Honduras” se redactó la nueva Constitución y se instauró el primer gobierno electo de la nueva era. No obstante, el sistema fue un aborto social desde sus primeros días: leyes teledirigidas, torcidas e inconstitucionales; presidentes extranjeros [uno como mínimo, panameño para más señas]; interpretaciones de leyes acomodadas; magistrados nombrados ilegalmente; congresos manipulables de tarifa exponencialmente mayor que el precio de una mula por cabeza; cortes donde se sigue encantando serpientes, y sintiendo sensaciones de ternura: todo un tropical Sodoma y Gomorra político a la medida de sus gestores. Fue como saturar el aparato circulatorio del sistema con grasas de la más baja ralea. Así que el golpe de Estado, por muy siglo XXI que fuera, era inevitable, pues solo era cuestión de tiempo. Ahora lo vemos claro, antes de 2009 podría no haber parecido tan grave el cuadro, pero los síntomas estaban ahí.

Sucesiones, impunidad y madrugones
El “golpecito” a los cuatro magistrados de la Corte Suprema de Justicia golpista, que como apunta diario Tiempo bien podría llamarse “sucesión judicial”, y su certera ejecución, nos enseñan que la impunidad otorgada por el sistema a la asonada que quebrantó el Estado de Derecho en junio de 2009 tiene y tendrá consecuencias de muy largo alcance en la vida política nacional. Pero el asunto no terminaría ahí, como contragolpe, los “Propietarios de Honduras, S.A.” podrían ingeniárselas para intentar ejecutar una “sucesión legislativa”, que sirva para destronar a Juan Orlando Hernández y para dejar sin protección a su socio, hoy forajido del bipartidismo, el presidente Lobo Sosa. Ahora, hay que reconocer que con conocimiento de causa, experiencia previa suficiente, y buen sentido de la urgencia la mancuerna Lobo-Hernández se adelantó a la denunciada conspiración empresarial que querría dar al traste —CSJ de por medio— con la candidatura presidencial del político de Gracias: mismo atol, mismo pocillo, misma sucesión. Pero todavía hay una decena de magistrados “progolpe” en el escenario. Así que los atrincheramientos y los flancos de ataque y defensa deben de estar a la orden del día.
Si bien, lo verdaderamente trágico de todo este caótico enfrentamiento entre politicastros es que los intereses del pueblo hondureño no salen a relucir más que por demagogia. Asistimos a una lucha de poder, entre intereses económicos. Es correcto, los golpistas deben estar satisfechos de haber impuesto su doctrina contra viento y marea; sin embargo, esta vez como que se les dio vuelta la tortilla con el “golpecito” judicial. Pero lo que más dolería es que siendo todo esto tan obvio, los hondureños nos dejáramos montar otra vez a esta pacotilla de farsantes apátridas cuyo mejor negocio es nuestra miseria, económica y cultural, pero sobre todo, nuestra miseria moral. Y que no haya amén.

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