lunes, 31 de diciembre de 2012

La encrucijada argentina: República o país mafioso




Es un diagnóstico verdaderamente sombrío el que el ex director de Le Monde Diplomatique edición Cono sur presenta en su último libro sobre una democracia que no cumplió con las promesas que ofrecía en su restauración, allá por 1983. Crisis económica, inestabilidad política, corrupción, violencia e impunidad, discurso político vacío, desigualdad social; son algunos de los síntomas de la Argentina “inconclusa”.


Gabetta (1) respondió por escrito a las siguientes preguntas de Infobae:

P: Contrariamente a una suerte de consenso tácito que parece obligar a todos a hacer el elogio de este largo ciclo de democracia en la historia argentina –iniciado en el 83- usted viene trazando en varios artículos y finalmente en el libro que acaba de publicar (1), un balance muy sombrío de esta experiencia. ¿Cuáles serían los elementos centrales de ese cuadro pesimista?

R: El balance de este largo periodo -30 años- de alternancia democrática es en efecto negativo. Lo único positivo es, justamente, que hemos respetado el voto popular, al menos hasta ahora. Si consideramos la historia anterior –los golpes de Estado, las “asonadas”- hasta podría pensarse que el resultado final es positivo… Pero analizando este período en sí mismo; es decir el comportamiento de la sociedad y sus dirigentes en democracia; las graves crisis económicas (1989; 2001); los vaivenes políticos desde 1983 hasta la brutal polarización actual; la corrupción abierta y generalizada; la creciente violencia e impunidad; lo vacuo del discurso político; el aumento exponencial de las desigualdades sociales; la falta de alternativas… la verdad es que todo eso no da para el optimismo.
Como señalo en el libro, “La República Argentina no es tal. Vivimos en un sistema tan degradado social e institucionalmente, que corremos el riesgo de instalarnos por largo tiempo en una vida de corrupción económica, política, institucional y social sin limites, de violencia creciente e impunidad total. Desde que se recuperó la democracia hemos atravesado varias crisis económicas y sociales. De cada crisis el país ha salido, si así puede decirse, más deteriorado política, institucional y socialmente, en una deriva imparable hacia la aceptación y práctica general del comportamiento mafioso. Hacia un destino de Gran País Bananero”.

P: ¿Y a qué cree que se debe esto?

R: Es una larga historia, que arranca en 1810… Podría resumirse en que desde entonces nuestros liberales y nacionalistas nunca han resuelto sus contradicciones en una síntesis superadora de nuestra estructura de propiedad y producción, que nos permita ser un país capitalista verdaderamente independiente y desarrollado. Así, en política y al menos desde 1852, desde Caseros, invertimos la fórmula de Clausewitz: para nosotros, “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Y esto, literalmente. Basta contar los muertos, desaparecidos, torturados y prisioneros de nuestros golpes de Estado y sumar los de los momentos en democracia, incluyendo el actual. Tanto desde el punto de vista económico, como político y social, somos “una Nación inconclusa”, como sostiene Aldo Ferrer.

P: Usted dice que de cada crisis salimos peor. ¿No hemos progresado en nada?

R: El nuestro es un país muy contradictorio, difícil de situar en una categoría precisa. Ocupamos lo que es probablemente la región más rica del planeta; y dentro de ésta la porción más rica y variada en clima, geografía, recursos naturales. Es interesante señalar algo que desarrollo en el libro: el “enigma” que representa para economistas, historiadores, sociólogos y politólogos de todo el mundo el “éxito” del Japón, que de todo eso no tiene casi nada, y el “fracaso” de Argentina, que lo tiene todo. Apoyados en esas facilidades materiales, durante largo períodos fuimos el país más desarrollado e igualitario de América Latina. En consecuencia, y a pesar de la fuerte decadencia actual, seguimos disponiendo de una población educada, mano de obra calificada, científicos y técnicos de primer nivel en abundancia y un alto desarrollo en humanidades.

Es largo de explicar aquí –trato de desarrollarlo en el libro- pero puede resumirse en que actualmente uno puede observar con un ojo el imponente edificio de cualquiera de nuestras facultades, o el Centro de Energía Atómica de Bariloche, y con el otro a miles de argentinos hurgando en la basura para comer. Somos 40 millones y en un año normal nuestros país produce alimentos para 150 millones…

P: ¿Qué cosas nos faltarían para poder decir que en Argentina hay un sistema político maduro?

R: Una sociedad activa, consciente de sus deberes y derechos. Vigilante y exigente, no solo con la dirigencia, sino consigo misma. Como dijo Jorge Luis Borges, “el argentino es un individuo, no un ciudadano”. Digo “deberes y derechos”, en ese orden, porque los argentinos lo decimos al revés; “derechos y deberes”. Lo que nos sirve, según nuestro grado de conciencia ciudadana, para reclamar por los primeros y olvidar los segundos. Desde el punto de vista de la ciudadanía, que supone la cesión voluntaria de libertad individual ante reglas consensuadas, esta noción deviene en el derecho a violarlas; a la transgresión sistemática en todos los terrenos. Peor: a su reivindicación. Según nuestra idea del “ser nacional”, esa categoría metafísica que hemos inventado y consideramos magnífica, somos “piolas”; “cancheros”; “informales, pero simpáticos y creativos”… Nuestros dirigentes son, como es natural, los representantes y principales beneficiarios de esa mentalidad, expresada insuperablemente en el “roban, pero hacen”. Citando a Jovellanos, André Malraux subrayó que “los pueblos no tienen los gobiernos que se merecen, sino los que se les parecen”…

P: ¿Cree que en el progresismo o la izquierda –amplio espacio al cual usted se identifica- la finalidad de no dar argumentos al “enemigo” o a la “reacción” ha servido de coartada para evitar los cargos por las promesas incumplidas de la democracia en materia social, política y, sobre todo, institucional?

R: Si un argumento es real, consistente, no hace falta retaceárselo “al enemigo”. Ya lo conoce; y la sociedad también. Quien asume esa postura no es de izquierdas, ni siquiera progresista.

Las izquierdas tienen hoy otros problemas. Después del fracaso en la URSS de la economía 100% planificada y ejecutada por el Estado y del “centralismo democrático” –que tenía todo de lo primero y nada de lo segundo-, la izquierda revolucionaria mundial debe revisar sus proposiciones políticas y buscar otro “sujeto histórico”, ya que el capitalismo está acabando con el proletariado. Por otra parte, la sola idea de un socialismo sin libertad es contradictoria en sí misma, y la experiencia soviética lo ha demostrado.

La socialdemocracia, por su parte, no atina a asumir la gravedad de la crisis capitalista mundial. Basta ver la deriva económica y política desde que empezó la crisis, en los ’70, de los gobiernos de Mitterrand, González, Craxi, Blair. Ahora mismo Hollande, que en seis meses ha perdido la mitad de su popularidad.

La socialdemocracia ha abandonado sus herramientas teóricas -el marxismo y sus afluentes- en el mismo momento en que, por un lado, su propuesta política de socialismo en libertad, republicano, es ratificada por los hechos de la historia. Por otro, en el momento en que los análisis económicos de Marx sobre la lógica interna del capitalismo y las circunstancias en las que éste agotaría sus posibilidades, se confirman en la realidad. En teoría, sería el momento de las propuestas socialdemócratas; pero la socialdemocracia no es actualmente una alternativa a la crisis mundial.

La izquierda debe refundarse, a escala mundial. Por ahora se muestra impotente; carece de un diagnóstico y en consecuencia de proposiciones ante la crisis estructural del capitalismo.

Esta confusión general; la falta de propuestas eficaces ante la crisis a derecha e izquierda, está dando como resultado el auge del populismo en casi todos los países. En Estados Unidos, en Europa, incluso en los países escandinavos. Entre nosotros, puesto que ésta es la cuarta vez que nuestro principal populismo se encuentra en el gobierno y en cada una nos ha mostrado una cara distinta, ya no es posible saber si está en fase de tragedia, de farsa, de renacimiento o de extinción.

El populismo es la expresión política de una crisis profunda, estructural, del sistema. Siendo como es una pura dinámica de poder, sin teoría alguna en la que sustentarse, aparece como una necesidad en momentos en los que las teorías sólidas de siempre, las que han funcionado, han encontrado su límite en la realidad. El populismo encuentra su oportunidad en esos momentos de la historia en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo de nacer. Durará lo que dure la crisis en tocar fondo.

En eso está el mundo por el momento, políticamente hablando. Y es peligroso, porque en una situación de crisis grave y generalizada, el populismo acaba siempre siendo de extrema derecha. No hay más que recordar lo que ocurrió en el mundo después de la crisis de 1930.

P: ¿Hay un riesgo real de que Argentina se convierta en un narcoestado?

R: No tengo la menor duda. No es ineluctable, pero el riesgo existe y no hay mucho tiempo para evitar lo peor. En la Argentina de hoy valijas repletas de cocaína pura hacen viajes internacionales “solas”; es decir sin que pasajero alguno las haya registrado. En enero de 2011 fueron detenidos en el aeropuerto El Prat de Barcelona los hermanos Gustavo y Eduardo Juliá y Matías Miret, cuando las autoridades españolas descubrieron 950 kilos de cocaina pura en un jet privado que piloteaban. Ahora mismo están siendo enjuiciados en España. Los detenidos son hijos de altos oficiales de la Fuerza Aérea argentina. Los Juliá, de José Antonio Juliá, ex Comandante en Jefe de esa fuerza; Miret, de un brigadier. La droga había sido cargada en la base aérea de Morón, Buenos Aires, donde el avión había permanecido estacionado entre el 5 de noviembre y el 30 de diciembre de 2010. La base de Morón pertenece al área conjunta de la Fuerza Aérea y el gobierno nacional, según el decreto 825/2009 publicado en el Boletín Oficial, que lleva las firmas de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y de la ministra de Defensa, Nilda Garré.

¿Hace falta más para entender que el riesgo es grave? México es el espejo en que debemos mirarnos.

Pero no es solamente el narcotráfico. Un ejemplo, entre otros: diversas organizaciones sociales y parientes desesperados se desgañitan por los numerosos casos de adolescentes secuestradas para la “trata”. Pero ¿acaso la prostitución no es, por definición, “pública”? ¿Acaso los numerosísimos “puticlubes” y “bares de alterne” no tienen cartel, o al menos una lucecita roja?¿No hacen muchos de ellos publicidad en los medios? Por clandestinos que sean, ¿no reciben clientes? En definitiva, ¿sus actividades no son conocidas por el dirigente político, el juez y la policía local? Bastaría una redada masiva para localizar a más de una joven “desaparecida”. Y también tenemos el fenómeno de las “barras bravas” del fútbol; la mafistización del deporte nacional…

P: ¿La clase política argentina es inconsciente o cómplice?

R: Una cosa o la otra; necesariamente.

P: Otros países de América Latina ¿están igual o mejor que nosotros desde el punto de vista de la madurez institucional? Si viven una situación similar a la nuestra, ¿son por lo menos más conscientes de ello?

R: La mayoría se encuentra en la misma situación, con matices importantes. Los únicos que se salen del cuadro son Uruguay, Chile y Costa Rica. Por el momento, porque la gravísima crisis mundial está resquebrajando el sistema republicano en todos los países donde existe, incluso en los desarrollados. Le dedico un capítulo al tema en el libro.

P: ¿Le preocupa el clima confrontativo que se vive en la Argentina? ¿esta suerte de River-Boca?

R: Por supuesto, pero no me asombra. Es el resultado objetivo de nuestra conciencia política y social; de la manera en que resolvemos nuestros conflictos y discutimos los problemas. En definitiva, de la idea que tenemos sobre nosotros mismos; de nuestra cultura, en sentido antropológico.

P: Como periodista, como intelectual que ha trabajado y trabaja en los medios, tanto en Argentina como en el exterior, ¿qué opina de la Ley de Medios y de la pulseada en torno a su aplicación?

R: Más de lo mismo. He apoyado y apoyo esa ley, a pesar de sus omisiones y defectos. Pero ¿de qué sirve una ley antimonopólica que apunta a desarmar algunos monopolios opositores para formar otros, por supuesto oficialistas? Basta ver el manejo que hace este gobierno de los medios oficiales o de la pauta publicitaria oficial. Con esta ley pasa lo que con todas las demás: se aplica lo que conviene al poder de turno y se desestima lo demás. O directamente no se aplica.

P: ¿Ve en algún sector político o en algún dirigente una preocupación similar a la que usted expresa en su libro por el futuro de la Argentina?

R: En algunos intelectuales, pocos, sí. Entre los políticos, si hay alguno no lo he escuchado ni leído. Puede que sea un problema mío…

P: ¿Tiene alguna idea, sugerencia o propuesta sobre cómo puede el país empezar a transitar una senda hacia la consolidación del sistema republicano?

R: Por la base. Por la educación pública, entendida no solo como instrucción, sino como ejercicio de ciudadanía. Por la autocrítica; el debate abierto y sincero. El respeto irrestricto de las leyes, incluso para cambiarlas según las nuevas necesidades de la época. Por la convicción de que, hoy por hoy, nadie tiene todas las respuestas a la complejidad de la crisis. El antagonismo, la polarización, son la expresión natural de los intereses particulares, de clase y nacionales, que se expresan y pugnan en toda crisis global. En este punto, las cosas solo pueden resolverse mediante el enfrentamiento permanente, que acaba en el autoritarismo; o social e institucionalmente; en el marco republicano. Es la guerra o la paz. Los argentinos no tenemos conciencia de las herramientas necesarias para emprender el camino más sensato. En términos de civilización, el único posible.

(1) Carlos Gabetta, “La encrucijada argentina: República o país mafioso”, Planeta, Buenos Aires, 2012.

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