lunes, 8 de junio de 2020
Solo los pobres mueren de hambre
Por Graham Peebles *
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Además de la crisis de salud global y del inminente colapso económico mundial, la Covid-19 está alentando una crisis humanitaria. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) advierte que “millones de civiles que viven en naciones afectadas por conflictos, incluidas muchas mujeres y niños, pueden verse empujados al borde de la inanición, con el espectro de la hambruna como una posibilidad muy real y peligrosa”. El punto de vista del PMA de que el mayor impacto de la pandemia no estará directamente causado por el virus, sino por el hambre que se deriva de de él, concuerda con el de otros grupos preocupados.
Una declaración reciente del PMA advertía de que “a menos que se tomen medidas rápidas”, para finales de año “veremos a más de la cuarta parte de mil millones de personas sufriendo hambre aguda… en países con bajos y medianos ingresos”. A esta cifra se unirían los 135 millones que se enfrentan ya a escasez de alimentos, más una estimación de alrededor de 130 millones de personas (podrían ser más), como resultado de la Covid-19, lo que elevaría a unos mil millones la cifra total de personas que se acuestan todas las noches con hambre.
Además de los “130 millones”, hay decenas de millones de trabajadores ocasionales que solo pueden comer si trabajan. “Los confinamientos y la recesión económica mundial ya han diezmado sus ahorros”, según el Dr. Arif Husain, economista jefe del PMA, “solo se necesitaba un golpe más, como la Covid-19, para llevarlos al límite”.
Los países que dependen de las importaciones de alimentos y la exportación de petróleo están particularmente en riesgo de aumentar los niveles de hambre, así como las comunidades que dependen de los ingresos por remesas del extranjero y el turismo. Además, hay incertidumbre en torno a la ayuda externa, ya que los países donantes se están enfrentando a la perspectiva de una recesión. Las personas que están en mayor peligro se hallan en 10 países afectados por conflictos, crisis económica y cambio climático, todo lo cual está interconectado. El Informe Global 2020 sobre Crisis Alimentarias destaca al Yemen (donde ya se ha informado de dos muertes por Covid-19), la República Democrática del Congo (RDC), Afganistán, Venezuela, Etiopía, Sudán del Sur, Sudán, Siria, Nigeria y Haití. La sequía y la peor infestación de langostas en décadas (provocada por el cambio climático) ya han causado escasez de alimentos en el sur de Asia y el Cuerno de África, donde, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, 12 millones de personas viven bajo la sombra aterradora de la inseguridad alimentaria.
A menos que nos preparemos y actuemos ya “para asegurar el acceso, evitar la falta de fondos y las interrupciones en el comercio”, afirma la declaración del PMA, “podríamos tener que enfrentar múltiples hambrunas de proporciones bíblicas en pocos meses”.
Si el virus arraiga en lugares donde la guerra está en su apogeo, en países que tienen sistemas de atención médica débiles, la ONU advirtió que sería imposible limitar el impacto y/o entregar suministros humanitarios muy necesarios, incluidos los alimentos. En un intento por salvaguardar a estos países, el secretario general de la ONU, António Guterres, ha pedido un alto el fuego global. Mientras que alrededor de 70 Estados miembros, socios regionales, actores no estatales, redes y organizaciones de la sociedad civil “han respaldado hasta ahora su súplica”, dijo, “había aún bastante trecho entre las declaraciones y los hechos en muchos países”.
Si se quiere evitar una “pandemia de hambre”, además de asegurar la paz y el acceso humanitario, las cadenas de suministro, que han quedado interrumpidas, deben permanecer abiertas y ser fluidas, permitiendo que los alimentos sean transportados fácilmente. Y, como deja claro el PMA, los Estados no deben introducir prohibiciones a la exportación o aranceles de importación, ya que se provocarían aumentos de precios.
Estas son varias medidas urgentes que deben tomarse para enfrentar la amenaza inmediata. Pero estas medidas no van a alimentar a los cientos de millones de seres que padecen hambre crónica. La causa principal del hambre en nuestro mundo no es el conflicto o el acceso a los alimentos, es la pobreza: no hay ningún lugar en el mundo donde los ricos pasen hambre. Para eliminar el hambre definitivamente, debe introducirse un cambio fundamental duradero. Un cambio sistémico y un cambio de comportamiento, y los dos están inextricablemente conectados.
Una tormenta perfecta
Incluso antes de la Covid-19, el jefe del PMA pronosticó que “2020 iba a hacer frente a la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial”. Citó las guerras en Siria y Yemen; la crisis en Sudán del Sur, Burkina Faso y la región del Sahel Central en África, donde UNICEF ha declarado: “4,3 millones de niños necesitan ya asistencia humanitaria”; la crisis económica en el Líbano, así como en países como Etiopía, la República Democrática del Congo y Sudán. La lista, señala, “prosigue… estamos ya enfrentando una tormenta perfecta”.
La “tormenta perfecta” es una consecuencia extrema de una serie de causas interconectadas; muchas, cuando no todas, fluyen del orden socioeconómico omnipresente y los valores divisivos y las actitudes que se promueven. Solidificado como está, el sistema es un constructo de la conciencia del pasado. No es del ahora o del tiempo en que nos estamos moviendo y, sin embargo, domina toda la vida. Al igual que muchas de nuestras estructuras y formas que es necesario cambiar, son muchos los que son conscientes de esto, y la Covid-19 destaca la necesidad de cambio y representa una oportunidad. Está actuando como un espejo, como una entidad reveladora, enfocando los problemas y vertiendo combustible en incendios que ya están ardiendo, insistiendo en que prestemos atención. Con las empresas cerradas, un gran número de personas se ven obligadas a reducir la velocidad, a dejar de consumir, a dejar de viajar. Se ha abierto un espacio para reflexionar y examinar cómo estamos viviendo, tanto individual como colectivamente.
Una serie de problemas supurantes conocidos, aunque ignorados o enconados, están saliendo a la superficie: crisis interrelacionadas que han estado propagándose durante décadas exigiendo atención y un nuevo enfoque. La crisis ambiental provocada por el hombre, que es el problema urgente de la época, una estructura económica obsoleta, servicios públicos inadecuados o inexistentes, crisis de riqueza/ingresos, desigualdad de poder e injusticia social, entre otras heridas sociales apremiantes.
Una vez que la pandemia se haya retirado y se hayan liberado los confinamientos, la economía mundial, según todas las predicciones, se desplomará. El FMI estima que El Gran Cierre, como lo llaman, provocará la “peor recesión desde la Gran Depresión, mucho peor que la Crisis Financiera Global”. Pero como directora de la entidad, admite Kristalina Georgieva, podría ser peor, no saben bien qué podría suceder. Si llegara a producirse el próximo colapso, no es con desesperación y abatimiento sino con imaginación creativa y compasión como podría de hecho provocarse una liberación generalizada, permitiendo una reorganización nueva y justa, pendiente desde hace mucho tiempo, de las esferas socioeconómicas y políticas.
La edad de la razón
Coherente con el nuevo tiempo que estamos viviendo, está produciéndose un cambio en la conciencia colectiva entre un gran número de personas en todo el mundo. Para adaptarse a este cambio, esta nueva conciencia que está emergiendo lentamente, son muy necesarias nuevas formas de pensar, nuevas instituciones y estructuras, incluido un sistema socioeconómico radicalmente revisado. Un modelo flexible y evolutivo anclado en ciertos Principios de Bondad: Unidad, Solidaridad y Justicia.
Esta trinidad de sentido común es interdependiente y fomenta los valores de cooperación y comprensión, responsabilidad y tolerancia. Con la expresión de una cualidad, la otra se fortalece, se refuerza, se expande. La clave es la Unidad, el reconocimiento de que toda la vida está interconectada, que es un todo, que la humanidad es una y que todos tienen los mismos derechos. Que todos tenemos una responsabilidad mutua y con el mundo natural y que nuestras acciones deben proceder de una posición de conciencia. Cualquier sistema nuevo debe tener la Solidaridad y el compartir en su núcleo. La Solidaridad terminaría para siempre con la abominación de hombres, mujeres y niños que mueren de hambre, con o sin pandemia, o que viven con discapacidades paralizantes debido a la desnutrición en un mundo repleto de alimentos. Reconocer lo que cada nación tiene para ofrecer al mundo entero (recursos naturales, incluidos alimentos y agua, conocimientos y habilidades, etc.) y qué es lo que le falta, lo que necesita de los demás. Y en tercer lugar, Justicia, la justicia social y ambiental, que no existe en la doctrina del orden actual. El sistema es inherentemente injusto y cruel, beneficia a los que tienen y castiga y abusa de los que son vulnerables y no tienen. El entorno natural (bosques, ríos, océanos, hábitat), todo se sacrifica o explota con fines de lucro. Todos necesitan protección, nutrición y sanación, al igual que la humanidad.
Al introducir la Solidaridad, el hecho de compartir, como principio organizador primario subyacente al orden socioeconómico, y animar al cambio generalizado, se crearía confianza, se construirían relaciones, se erosionarían las divisiones, permitiendo que la paz sea una realidad. La paz y la libertad son ideales perennes sustentados en los corazones de la humanidad. Solidaridad, Unidad y Justicia son los medios para acceder a un mundo en el que se conviertan no solo en esperanzas y sueños no realizados, sino en cualidades vibrantes que animen todos los modos de vida.
* Graham Peebles es un escritor independiente y trabajador social britanico. Creó The Create Trust en 2005 y ha dirigido proyectos educativos en Sri Lanka, Etiopía e India.
Email: grahampeebles@icloud.com; página web: www.grahampeebles.org
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