viernes, 12 de junio de 2020

Volver a la milpa



La milpa es conocimiento de la riqueza indígena y campesina de Mesoamérica, y es el lugar donde se cultiva maíz, frijoles, ayote, yuca, guineos, camote, chile y malanga. Es decir, la milpa es vida, solidaridad y fiesta de los hijos del maíz. Normalmente, la milpa se complementa con los huertos familiares cultivados de rábanos, mostaza, chiles, cebollas, tomates, zanahoria, habichuelas, y se embellece con el bullicio de las gallinas, los patos y los cerdos.

La milpa es la gran escuela de la vida, en ella aprendemos a amar y cuidar la tierra, a usar el machete, el azadón, el pujaguante y el machete pando. La milpa permite la transmisión de conocimiento entre generaciones, aprendemos de nuestros padres y abuelas los ciclos de la luna, aprendemos que en luna llena se siembran los cultivos o se corta un árbol porque su madera dura más. Por la milpa aprendemos los ciclos de la lluvia y con las famosas cabañuelas estudiamos el clima y hasta pronosticamos qué meses del año serán más secos y cuáles más lluviosos.

La pregunta que nos salta es ¿por qué si de la milpa brota tanta vida y riqueza se abandonó en las últimas décadas? La respuesta está en el modelo económico. Con la implementación del neoliberalismo al inicio de los noventa, una de sus apuestas fue la agroindustria y se abandonó la agricultura. La agroindustria apuesta por la producción en grandes cantidades de pocos productos para satisfacer el mercado internacional; se apostó por los cultivos de palma africana, caña de azúcar, melón, banano, piña y café, entre otros; casi todo controlado por las élites nacional y transnacional.

Para impulsar la agroindustria se necesitaban tierras fértiles y se apostó por quitárselas a los campesinos individuales y a los organizados en cooperativas o empresas asociativas. Para lograrlo se eliminó la Ley de Reforma Agraria y se aprobó la Ley de Modernización Agrícola, así las mejores tierras dejaron de producir alimentos y pasaron a producir productos para el mundo y rápidamente se forraron de plata unos pocos y la gran mayoría fue empobreciendo. Miles de campesinos quedaron como fuerza laboral de los empresarios agroindustriales.

La ley de modernización agrícola implicó una nueva frontera agrícola, donde muchos campesinos que vendieron sus tierras en los valles se fueron a comprar tierras a los campesinos en los cerros, los nuevos inquilinos rompieron con la lógica de la milpa y apostaron por la ganadería o siguieron los monocultivos como la palma africana.

Tres décadas después ese modelo muestra que ha fracasado, un modelo que solo es funcional para las élites. Tres décadas después Honduras tiene la mitad su gente viviendo en zonas rurales y se reafirma la necesidad de volver a la milpa, volver a producir lo que consumimos. Volver a la milpa requiere cambios en nosotros y cambios de políticas públicas por parte del Estado.

La milpa garantiza soberanía alimentaria de los pueblos, les permite el intercambio de productos entre familias y entre comunidades. En ella aprendemos la multiplicación y la maravilla de la vida, en ella vemos cómo de una semilla nace una planta, se hace flor y se multiplica en miles. Desde la familia y la comunidad organizada en movimiento podemos volver a la milpa y desde ahí convertir la actual emergencia en una oportunidad para recuperar la riqueza y belleza que dignifica la vida de nuestra gente. 

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