lunes, 22 de junio de 2020

"El coronavirus explota las vulnerabilidades que hemos creado"



Por Stella Levantesi 

Stella Levantesi, periodista de il manifesto global, entrevista a Frank Snowden, profesor emérito de Yale, acerca de cómo ha ido tomando forma la pandemia, por qué somos vulnerables a ella, de qué modo los brotes históricos cambian nuestra relación con la muerte y de qué manera superaremos esta enfermedad (gradualmente).

¿Puede la historia de las epidemias ayudarnos a entender mejor la pandemia del coronavirus? ¿Qué hemos hecho mal en el pasado y qué errores no deberíamos volver a cometer? ¿Cómo ha cambiado el Covid-19 nuestra relación con la muerte? Para responder a estas y otras preguntas, hemos hablado extensamente con Frank Snowden, experto en la historia de las epidemias y profesor emérito de la Universidad de Yale, que vive en Italia en estos momentos.

Circunstancias de emergencia como esta pandemia han desplazado en algunos casos la guerra contra el virus a una guerra contra la democracia. Las circunstancias de emergencia las explotan, de hecho, algunos en ciertos casos para permitir una ampliación de los poderes del Estado y del control sobre la economía y, en casos extremos, de poderes verdaderamente absolutos y el ascenso de regímenes autoritarios, por ejemplo. ¿Ha sucedido esto en el pasado? ¿Han “legitimado” las epidemias el autoritarismo?

La pandemia presenta la posibilidad de fortalecer el autoritarismo, lleva usted toda la razón. Lo que está sucediendo con Viktor Orbán en Hungría, pero también en Polonia, son dos ejemplos muy claros de la forma en que la pandemia es una cobertura y una legitimación para los pasos autoritarios que da la extrema derecha para destruir la democracia e instituir una gobernación nacionalista y pseudopopulista, de manera que ese es el peligro.

A veces pensamos que quizás esto sea una ley del autoritarismo, que siempre se experimenta como emergencia military, y hemos visto que forma parte del modo en que se están comportando esos líderes: declarar que esto es una emergencia y que no tenemos alternativa a las medidas autoritarias. Por otro lado, no se trata de un proceso inevitable, se trata de una contingencia. Si se analiza la última gran pandemia, la gripe española de 1918, vemos que se aplicaron muchas medidas, como que no hubiera reuniones públicas, una especie de medida precursora del confinamiento, que no hubiera manifestaciones o desfiles, y los ciudadanos tenían que ser controlados por el Estado. Y sin embargo, en ese momento no creo que nadie hubiera dicho que eran permanentes, y se acabaron rescindiendo. Y no diríamos que el resultado, por ejemplo, de la gripe española fuera la dictadura. Por otro lado, en Europa Oriental el cólera de la década de 1830 tuvo como consecuencia la imposición de medidas draconianas medievales que supusieron drásticas restricciones. Y eso fue algo que resultó perdurable.

De manera que sí creo que sea posible que los autoritarios exploten esas posibilidades creadas por enfermedades pandémicas. Pero vale la pena recordar que esto no es una ley de la historia de las pandemias. Puede tener el efecto contrario. Podemos recordar que el final de la esclavitud en las plantaciones del moderno Haití, por ejemplo, lo fomentó la destrucción de la armada napoleónica debida a la fiebre amarilla. Y esa fue una repercusión importante que resultó liberadora: la primera república negra libre, la primera rebelión de esclavos de gran envergadura, con raíces en parte en la mortalidad e inmunidad diferenciales entre descendientes europeos y africanos: ni las tropas de Napoleón ni los europeos tenían inmunidad de grupo frente a la fiebre amarilla, mientras que los esclavos africanos, sí. 

De manera que diría que también puede fomentarse la libertad gracias a una enfermedad pandémica, de modo que lo que vaya a suceder esta vez es cuestión de tiempo. El futuro no está predeterminado. En qué medida estén vigilantes los ciudadanos y respondan es algo que marcará una inmensa y decisiva diferencia.

De modo que afrontar una pandemia no entraña necesariamente autoritarismo, ¿verdad?

Verdad. Hay mucha gente que ha suscitado la cuestión de si enfrentarnos a la enfermedad pandémica precisa o no de autoritarismo y que las democracias no son nada buenas a la hora de enfrentarse con las pandemias. Yo diría que las democracias tienen mayor capacidad de concitar apoyo popular e instituir medidas políticas de salud pública razonables porque permiten el libre flujo de información y la salud pública moderna depende la libre información.

Soy optimista respecto a que medidas como las aplicadas en Corea del Sur representen en realidad un modelo de lo que puede hacer una gobernación democrática — o una gobernación en su mayor parte democrática, no intento una loa a Corea del Sur, sino que solo digo que se trata de un gobierno electo — sin poderes de emergencia: aplicar pruebas de diagnóstico precisas, distanciamiento social, cuarentena y rastreo de contactos. Son esos los componentes esenciales de lo que es preciso hacer en este momento. No tenemos otras armas, no hay vacuna ni tratamiento. No creo que Ia idea de que necesitamos un dictador para enfrentarnos a la crisis sea en realidad cierta.

En una entrevista con The New Yorker, afirmaba usted que la “epidemia es una categoría de enfermedad que pone a los seres humanos delante del espejo de quiénes son verdaderamente”. Este concepto se me ha quedado. Y como dijo usted también que reflejan nuestra relación con el medio ambiente, tanto el construido como el natural, ¿es cierto esto asimismo para la pandemia? ¿Es la epidemia un espejo de la vulnerabilidad humana?

Creo que esto resulta enfáticamente cierto del coronavirus; se trata e la primera gran enfermedad epidémica de la globalización. Y creo que todas las sociedades crean sus vulnerabilidades.

Veamos el contraste con otra enfermedad que era la más temida de su siglo: el cólera del siglo XIX. Era una enfermedad de una época distinta, una enfermedad de la industrialización y de una incontrolada urbanización, es decir, del entorno construido, que se edificó de modo catastrófico debido a los grupos de gente que llegaban a raudales a las ciudades más importantes de todo el mundo industrial sin ninguna organización higiénica o de vivienda. En ciudades como Nápoles o París había populosos barrios bajos con gente que vivía — nueve o diez personas en habitaciones reducidas — sin disposiciones de higiene en lo que se refiere al alcantarillado o un agua salubre. Y por lo tanto una enfermedad que se transmitía por vía oral-fecal se adaptó al medio y le sacó totalmente partido. El tifus y el cólera asiático, argumentaría yo, son enfermedades ajustadas a las condiciones de la industrialización y a ese respecto le ponen delante un espejo a la globalización.

Con el coronavirus hay al menos tres dimensiones que se reflejan en esta enfermedad que resultan cruciales respecto a quiénes somos como civilización. La primera es que estamos llegando casi a 8.000 millones en todo el mundo. Tenemos este mito mental de que podemos tener un crecimiento y un desarrollo indefinidos aunque los recursos del planeta son finitos, lo cual parece una contradicción intrínseca. Y sin embargo, levantamos nuestra sociedad sobre ese mito, pensando que pueden reconciliarse de algún modo, así que tenemos un problema. Por añadidura, esto transforma nuestra relación con el medio ambiente y sobre todo con el hábitat animal. Estamos en la era de la erradicación de especies.

Lo que sucede es que los seres humanos entran en contacto con los animales con una frecuencia y de maneras que nunca se habían dado en el pasado. Y ahora podemos apuntar a lo que son los tipos de enfermedades que ilustran eso: la gripe aviar por definición, y también el MERS [Síndrome Respiratorio de Oriente Medio], el SARS [SRAS, Síndrome Respiratorio Agudo Severo] y el ébola. Y ahora tenemos el coronavirus. Yo diría que este patrón no es accidental. Significa que vivimos en una época de repetidos desbordamientos contagiosos de reservorios animales de la enfermedad. Y sobre todo, me parece que somos muy vulnerables a esos virus para los cuales los murciélagos constituyen un reservorio natural.

Otro rasgo de la globalización es que hemos creado un mundo de megaciudades, y que están todas conectadas por medio de un veloz transporte aéreo, lo que significa que un “desbordamiento” [de virus entre especies] que suceda, pongamos por caso, en Yakarta por la mañana…ese mismo microbio se hará presente en Los Ángeles y Londres por la noche. De manera que diría que el coronavirus está explotando los canales de vulnerabilidad que, en tanto que mundo, hemos creado. Y por lo tanto, diría que es la epidemia quintaesencial de una sociedad globalizada. Globalización significa destrucción del medio ambiente, este mito de un crecimiento económico infinito, inmensas ciudades y transporte aéreo rápido que nos pone a todos en contacto.

¿Qué hay de la pandemia en los países en desarrollo? ¿Qué nos muestra el espejo?

Esta es una gran preocupación mía. Al director general de la Organización mundial de la Salud le preguntaron: “¿Qué es lo que no le deja dormir por las noches en esta crisis?” Y respondió “Lo que no me deja dormir por las noches es lo que podría pasar si este virus se abre paso en los países del mundo con pocos recursos en los que no sé qué inimaginable caos podrían crear”.

Y me preocupa ahora que mientras hablamos esté empezando a cundir en toda una serie de países de África, América Latina y Asia. Y tengo miedo también de que pueda causar un sufrimiento inimaginable en esas zonas. El distanciamiento social y el lavado de manos son la base de la respuesta. Desde luego, aquí en Italia eso es exactamente lo que se le pide a la gente que haga. Pero ¿qué significa eso, digamos, en una favela de Río de Janeiro o en un poblado suburbial en el que tienes a diez personas viviendo en una sola habitación? En un apartamento atestado mantener la distancia social es una farsa. ¿Qué pasa con esos lugares que carecen de instalaciones higiénicas? Lavarse las manos no quiere decir nada.

Y por eso quiero resumir lo que creo que es otra vulnerabilidad que refleja nuestra sociedad de la globalización: la desigualdad global. Hasta en un país opulento como los Estados Unidos, esta enfermedad puede afectar a cualquiera, pero de manera preferente y desproporcionadamente afectará a los pobres, la gente más vulnerable de ese país. Vamos a ver la verdad: esta es realmente una época de globalización y lo que afecta a los más débiles de nosotros le afecta a todo el mundo en todas partes. Así que creo que es uno de los reflejos que vamos a ver en el espejo. Y no va a ser bonito.

Está claro que hemos cometido errores. ¿Seguiremos cometiendo los mismos errores?

La preocupación hoy es que cuando esto pase no hagamos nada, salvo instalarnos en la amnesia. La esperanza es que, por el contrario, nos demos cuenta de que somos profundamente vulnerables, de que es inevitable que se repitan otros desafíos microbianos al menos tan extremos como este.

Cualquier ambientalista podrá decirle hoy que se trata de algo inevitable, debido a la relación que hemos creado con la naturaleza: el desbordamiento volverá a repetirse una y otra vez. Donald Trump hizo una pregunta de lo más pertinente y perturbadora acerca de esta epidemia, que fue: “¿Quién podía haberlo sabido?”, y yo diría que todo el mundo debería haberlo sabido. Desde 1997, con la gripe aviar, los epidemiólogos han afirmado que el gran desafío que afronta el mundo es el desafío de los virus pulmonares. Somos más vulnerables a ellos y debemos prepararnos. El ébola nos pilló totalmente desprevenidos.

Anthony Fauci testificó ante el Congreso norteamericano en 2005. Declaró que si hablas con alguien que viva en el Caribe, le puedes decir que inevitablemente los huracanes golpearán el Caribe y que es esencial estar preparados para ello. La ciencia no te puede decir cuándo van a golpear o qué fuerza tendrán, pero llegarán y no hay forma de escapar de eso. De manera parecida, pidió que comunicáramos al mundo que estaba por llegar una pandemia vírica, y en especial una pandemia pulmonar. No podemos decir cuándo o qué fuerza tendrá, si será peor o más benigna que la gripe española, pero es inevitable que vaya a suceder. Y por tanto, debemos prepararnos o tendremos una pandemia.

Pues bien, no nos preparamos. Y no quiero decir que fueran los Estados Unidos los únicos que no se prepararon, está claro que no. También podemos hablar de otros países. Italia no está libre de culpas. Los años anteriores a esta pandemia se caracterizaron por los recortes de la investigación científica y del gasto en el sistema sanitario. A Dios gracias, Italia dispone de un sistema público de salud y de hospitales que se encuentra entre los mejores del mundo. Aunque está el quid de la cuestión: carecían de capacidad de investigación y de suministros o equipos protectores para sus trabajadores sanitarios.

Sin embargo, los Estados Unidos van a sufrir todavía más debido a que no tienen lo que Italia, que es un sistema sanitario a disposición de todos. Una de las maneras esenciales de preparar el futuro estriba en garantizar que todos tengan en el planeta acceso a atención médica gratuita, porque si alguien cae enfermo por un virus pulmonar, eso le afectará en el mundo a todos. Y por tanto, para que cualquiera pueda estar a salvo, todo el mundo ha de tener cobertura.

En su libro Epidemics and Society (Yale University Press) trae usted a colación el ejemplo del éxito en Cerdeña de la erradicación de la malaria a principios del siglo XX para ilustrar la importancia de la ayuda internacional, que en ese caso implicó a los Estados Unidos. De modo que para sobrevivir al reto de la epidemia ¿debe adoptar la humanidad una perspectiva internacionalista? Creo que de esto se desprende una lección. ¿Qué piensa usted?

Totalmente. Creo que una de las cosas más preocupantes de esta epidemia es la falsa idea de que el muro de Trump podría convertirse en la metáfora que perdure para describer la época en la que estamos viviendo, mientras ponemos nuestra confianza en muros y fronteras nacionales que nos “protejan”. Con ello se desvían recursos de las medidas reales que hay que adoptar, y una cosa que sabemos es que los microbios no le tienen ningún respeto a las fronteras nacionales y a los límites politicos y, por lo tanto, esas medidas no van a funcionar. Sí creo que tenían algún sentido las restricciones de viaje que se aplicaron de manera temporal. Lo que se esperaba es que los países que aplicaban restricciones de viaje ganarían algunas semanas para poder prepararse. Ahora bien, muchos países desperdiciaron ese tiempo, aplicaron la prohibición y luego no hicieron nada. Mi propio país, los Estados Unidos, es un magnífico ejemplo de cómo perder ese tiempo.

Una de los rasgos realmente tristes de la Unión Europea es que se mostró incapaz de desarrollar y adoptar planes de preparación que pudieran llevarse a la práctica de modo unitario, como respuesta regional a la enfermedad. Y por lo tanto, cada país de la Unión adoptó medidas sin coordinación alguna y la opinion pública se sintió confundida sin saber qué enfoque era mejor.

Y ese es un entorno en el que florecen las mitologías y la paranoia y las conspiraciones. Una epidemia de desinformación alimentó la biología pandémica y ayudó a que siguiera adelante.

Durante la tercera pandemia de la peste en China se vieron las tendencias racistas y la convicción de que la epidemia no rebasaría las fronteras chinas, la convicción de la “inmunidad blanca”. Se puede ver esta dinámica como algo recurrente y presente también al comienzo de la epidemia de coronavirus en China, cuando el virus se limitaba al territorio chino. ¿Cree usted que este es uno de los elementos que provocó que Occidente subestimara el riesgo ligado a esta epidemia? Una especie de falacia psicológica, la ilusión de que la epidemia de coronavirus no se propagaría fuera de China, de que no afectaría a Occidente?

Creo que eso es totalmente cierto y lo ha dicho usted del modo en que habría querido hacerlo yo, ha mencionado la tercera pandemia de la peste y esa idea no se limitaba a China. Se desplazó a medida que se propagaba. Esto lo vimos en India y también en unos cuantos lugares del mundo industrial como San Francisco, donde la tercera pandemia de la peste a principios del siglo XX provocó una desenfrenada xenofobia: era la enfermedad de Chinatown. De modo que esta idea de la tercera pandemia de la peste como algo caracterizado por un aumento significativo de la xenofobia es absolutamente cierta.

Así que ¿en qué punto estamos? Hay tantos líderes politicos que se niegan a aprender las lecciones del pasado. Me asombró que el Partido Republicano insistiera en llamar a esto el virus chino, volviéndose hacia la xenofobia como forma de enfrentarse a esta crisis. Y creo que se hizo a sabiendas. Digo todo esto porque se trata de una perenne tentación, que ha formado parte de muchas epidemias, la de que las autoridades a menudo han ocultado la presencia de enfermedades porque hacen difícil la gobernación. Pueden crearle grandes dificultades a la economía, y se pudo ver que la tendencia existía al inicio de la pandemia por parte del presidente Trump, al decir: “Ah, esto no es más que un resfriado común”. Adoptó la respuesta equivocada. Y la salud pública depende de la verdad.

¿Cuál habría sido la respuesta correcta?

No dispongo de una guía para planificar esa preparación, pero sí de ciertos principios que creo que son esenciales y que sostienen la salud pública científica moderna. Y no soy yo, es la comunidad científica internacional. De manera que la salud pública como disciplina científica depende de la ciencia, que depende de la verdad y del libre intercambio de información. Es decir, que no se puede adoptar ninguna medida que quiera ser efectiva y científica allí donde no hay información adecuada y donde no se cuenta con la opinión pública como parte de esa respuesta. Sabemos que mentirle a la opinion pública es destructivo para la política de salud pública. Y creo que la ciencia médica es una parte esencial de nuestra protección contra esta enfermedad.

No puedo decirle todo lo que debería haber hecho Donald Trump, pero sí puedo decirle que cuando mintió a la opinion pública estaba dando un paso profundamente discordante con una sólida defensa científica del país y del mundo contra esta pandemia. Pero no creo que nadie quisiera estudiar la historia de las pandemias — como llevo yo hacienda durante cuarenta años — si lo único que se pudiera decir como conclusión de ese trabajo es que todo se remite a fatalidad y destrucción, que no hay esperanza. Creo que yo estaría ya trastornado. Creo que las epidemias, como decía, son un espejo de nosotros mismos, pero no son solo el lado negativo de la especie humana, también está el lado positivo. Y podemos ver eso en la forma en que surgió la salud pública, podemos ver eso en el sacrificio personal de médicos y trabajadores sanitarios que nos permite sobrevivir a este desafío. Es mucho lo que hay que agradecer. Como bien sabrá, la salud pública ha evolucionado desde la peste bubónica. Las medidas ideadas en Florencia y Venecia durante el Renacimiento supusieron el inicio de la salud pública, y seguimos haciendo algunas de esas mismas cosas.

En algunos casos, como por ejemplo el de la viruela, si se contrae la enfermedad y se sobrevive, el sistema se vuelve inmune a esa enfermedad. Ahora bien, parece que con el Covid-19 no hay todavía certeza científica de inmunidad. Si sobrevivir a la enfermedad no acabaría dándonos una inmunidad natural respecto a ella, ¿significaría esto por consiguiente que es más complicado desarrollar una vacuna?

Sí, el argumento de que se es susceptible después de recobrarse de la enfermedad todavía se tiene que demostrar e investigar. De ser cierto, eso tiene profundas implicaciones. Una de las características que hicieron que fuera fácil desarrollar una vacuna contra la viruela fue que lo que había que hacer era alentar al cuerpo a hacer algo que ya hacía la naturaleza, que era crear una respuesta immune que ya sabíamos que existía. Otra característica de la erradicación de la viruela era que no había reservorio animal anfitrión. Y por tanto, si te proponías acabar con la transmisión de la enfermedad, podías estar seguro de que no iba a volver. Ahora bien, el coronavirus es muy diferente de esto.

Pero hay también otra característica, y eso nos devuelve a la investigación de los sístemas inmunes de los murciélagos. Hay una cosa negativa y otra positiva. La positiva es que los murciélagos conviven muy felizmente con montones de coronavirus que todavía no hemos clasificado. Son totalmente desconocidos. Y si uno pudiera descubrir el secreto de su sistema inmunológico, que hace que eso sea posible, eso podría tener potencialmente profundas implicaciones para desarrollar la inmunidad humana a ese mismo virus. Lo negativo, sin embargo, es que es que hay todos estos coronavirus y hemos encontrado sólo muy pocos de ellos y nadie tiene ni idea de lo que está por venir. Y esa es otra característica que resulta preocupante respecto a un desbordamiento zoonótico, que es como empezó esto.

Otra consecuencia de la pandemia tiene que ver con la economía. ¿Hay alguna forma de proteger nuestra economía en situaciones como la de esta pandemia? ¿O es una consecuencia automática que una vez que esta pandemia llega al punto de crisis, entonces las economías sufren enormemente debido a ella?

Lo que puedo decir es que no tengo un modelo de a qué podría asemejarse la economía posterior al coronavirus, pero tengo unas cuantas premisas sobre las que, me parece a mí, se basaría esa economía. La primera estriba en reconocer que se trata de una alteración substancial, que el mundo no será igual después de este acontecimiento, pues queda claro ya que sus consecuencias económicas son mucho más profundas de lo que haya anticipado nadie. Muchos de los espacios de trabajo y de los empleos que existían no van a volver y esto significa un desempleo a gran escala que habrá que encarar y también significa que la economía no puede retornar a lo de siempre. Einstein afirmaba que una de las señales de la estupidez era la tendencia de seguir haciendo lo mismo y esperar mejor resultado. Tenemos que dejar a un lado el mito del beneficio constante a corto plazo, una frenética visión permanente del crecimiento que no es sostenible.

Las enfermedades no afligen a la sociedad de modo caótico, son acontecimientos ordenados, eso dice usted en su libro. De modo que debido a que son acontecimientos ordenados, ¿podemos utilizar esto en nuestro beneficio?

Las enfermedades no afectan a los sociedades de modo azaroso, perio implican contingencia. No quiero decir que estén totalmente estructuradas, pero siguen una lógica inherente. El escenario es muy importante. Así que si tengo razón al decir que las enfermedades explotan estos canales, o senderos, establecidos, visiblemente evidentes, a medida que se propagan por todo el mundo, eso tiene un lado positivo. Porque si aceptamos el hecho de que nosotros mismos somos responsables, si nos miramos al espejo y reconocemos que nosotros mismos creamos esos senderos, esas vulnerabilidades, y las incrustamos en nuestras sociedades, esto significa que nosotros mismos podemos cambiarlas y que podemos alterar la relación que estamos estableciendo con el reino animal. Podemos hacer algo respecto a ello, y eso protegerá el planeta y protegerá también nuestra salud. Algunos colegas argumentan que si pudiéramos arreglar nuestra relación con el mundo animal, eso tendría un impacto duradero, sostenible sobre nuestra vulnerabilidad a las enfermedades infecciosas. Hay un componente medioambiental importante en la solución de nuestro problema.

Mi siguiente pregunta se refiere a un plano muy distinto. Era verdad con la peste y sigue siéndolo, por desgracia, con el Covid-19, que la gente acaba muriendo sola, a veces incluso sin un entierro formal o la posibilidad de un funeral. ¿Cómo ha configurado la epidemia nuestra relación con la mortalidad?

Como decía usted, se trata de una cuestión que remite a un plano distinto. Se trata de una cuestión filosófica, moral, antropológica y tengo que decir que podría ser un proyecto de investigación por sí mismo que creo es enormemente interesante e importante. Y así pues, diré de inmediato que ojalá pudiera responder a su pregunta, pero sé que estoy a punto de decepcionarle. Todo lo que puedo hacer es reforzar su pregunta diciendo que es verdad que este es uno de los rasgos de la peste bubónica y que la gente se preocupaba enormemente por su mortalidad. Y sobre todo, suscitaba la cuestión de de la muerte repentina. Y eso significa afrontar la pregunta, si eres religioso, de cuál es tu relación con un Dios que sería omnisciente, todopoderoso y que sin embargo permitiría la matanza de sus hijos. Creo que eso planteaba la cuestión de la fe y de la fe que duda. En las pinturas de la peste, en la iconografía que trata de todo esto, vemos la calavera y las tibias cruzadas, la realidad de hecho de nuestra existencia, o el reloj de arena con la arena que va agotándose, que represente la hora de la muerte. De modo que sí, tenemos todas las razones para decir que se trata de una cuestión profunda e importante.

Creo que esta pregunta puede tener también una dimensión social. Esta epidemia ha traído a nuestras vidas un concepto de la muerte de un modo que no estaba antes presente. Cuando digo “nuestras vidas”, me refiero evidentemente a Occidente. Nuestras sociedades han tenido cada vez menos que ver con la mortalidad y la muerte, comparado con décadas anteriores. Y por supuesto, esto no es en absoluto cierto de muchas regiones del mundo asoladas por la guerra, los conflictos, el hambre y las catástrofes climáticas. Pero, en cierto modo, nuestras “sociedades del confort” nos han alejado de la muerte. Así que creo que parte de la razón por la que formulaba esta pregunta era porque hoy en Italia estamos hablando de la muerte de un modo al que no estábamos acostumbrados en absoluto.

Sí. Me entristeció mucho la muerte del gran historiador de la muerte, el historiador francés, Philippe Ariès, pues escribió sobre las mismas cuestiones de las que estamos hablando. Qué interesante habría sido que hubiera podido reflexionar acerca de esto por lo que estamos pasando a la luz del pasado. Recuerdo un ensayo que escribió, Pornografía de la muerte me parece que se llamaba. Su reflexion consistía en que la pornografía se convertía en una metáfora, porque cuando la moralidad victoriana arrastró la sexualidad a la clandestinidad para que no pudiera encontrar canales, vamos a decir, normales, saludables, esta no desapareció, sino que explotó en formas pornográficas que no son nada saludables. Argumentó que si se toma eso como modelo, lo mismo vale para la mortalidad y la muerte, y que lo que hemos hecho en el mundo moderno es suprimir la muerte de manera que no tengamos forma de hacerle frente, del mismo modo que los victorianos nunca afrontaron en realidad su sexualidad. Y el resultado de ello es que no sabemos cómo afligirnos. La muerte se producirá en alguna institución, y la institución lo arreglará todo y se ocupará de ello. Es el sector funerario. La muerte ya no es personal. Pero si de la muerte se ocupan los profesionales, no afrontamos de verdad la realidad de la misma y lo que esto significa. Creo que Ariès tiene toda la razón, pero no puedo reemplazarle. Sí puedo decirle que esto me ha convencido de que su pregunta resulta vital. Ojalá pudiera darle una respuesta mejor.

Sé que es imposible hacer una predicción real de cuánto durará Ia pandemia, pero me pregunto si puede ayudarnos la historia, en este sentido, a tener una idea en términos de ritmo del tiempo y de lo que nos espera en los meses que vienen.

Veo la importancia de tu pregunta y al mismo tiempo me doy cuenta de no puedo hacer una predicción con exactitud alguna. Se trata de un asunto crucial, porque esta es una nueva enfermedad que era desconocida para los seres humanos desde diciembre. Como resultado, nadie sabe todavía mucho de ella, y uno de sus misterios es todavía el periodo de tiempo en que seguirá probablemente asediando a la comunidad.

Está claro, por un lado, que no es como la gripe española, que pasó por doquier en solo cuestión de semanas y, por el otro, es improbable que siga durante años en una ciudad, como fue el caso a veces de la peste bubónica. Por esa razón, el futuro es muy complejo. No queda claro, por ejemplo, si el Covid-19 va a convertirse en una enfermedad endémica que se quede con nosotros largo tiempo, o si repuntará una vez que las comunidades salgan del confinamiento y vuelvan a trabajar y a una vida más normal, ni si aquellos que se vieron contagiados tendrán inmunidad.

Me imagino que el peligro de un repunte impedirá que las autoridades permitan que la vida vuelva a alguna version de lo “normal” durante meses. Sospecho que el ritmo del cambio será cauteloso, igual que será necesario ver si un relajamiento progresivo de las reglas se ve seguido por una nueva ola de la enfermedad. Creo que el retorno a lo “normal” será, por tanto, lento y gradual, y que es probable que algunos cambios sean duraderos, al menos hasta que haya una vacuna efectiva, lo que supondría un cambio substancial. No se trata de una predicción, sino de una suposición.

Mi argumento principal es que creo que todo el mundo tiene que ser consciente de que esta pandemia es un asunto muy serio y de que recuperarse de ella no es algo que vaya a suceder de repente, de una vez, o muy pronto. También es realista imaginar que algunos de los cambios sucedidos en nuestra vida vayan a durar un periodo más largo.

Frank Snowden, profesor emérito de Historia de la Medicina de la Universidad de Yale, estudió en Harvard, se doctoró en Oxford y es especialista en la historia de las epidemias, particularmente del cólera y la malaria en la historia italiana, que ha tratado en varios volúmenes. Su ultimo libro publicado es Epidemics and Society: from the Black Death to the Present (Yale University Press, 2019).


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