lunes, 15 de junio de 2020

“La pandemia va terminar pero el confinamiento va a continuar”



Por Bárbara Schijman

El filósofo observa el aislamiento social, preventivo y obligatorio provocado por el coronavirus en términos de riesgos y oportunidades a futuro. Los temores y la incertidumbre frente a lo desconocido, el barbijo de la pospandemia y la ocasión para repensarse.

Darío Sztajnszrajber es licenciado en filosofía, ensayista y docente. Su modo es cercano y claro, y entonces la filosofía se vuelve más terrenal, más accesible. A continuación, el hombre del apellido impronunciable analiza las modificaciones en las relaciones interpersonales que trajo aparejado el confinamiento y en ese sentido advierte sobre el peligro de que se instale cierto “espíritu de delación como una manera de vínculo social”. Al mismo tiempo, y con un tinte más esperanzador, cree que “van a volver a tener peso las fronteras nacionales porque hay algo del Estado nacional que volvió a tener una soberanía que estaba desdibujada”. Esto último, subraya, “siempre tiene que ver con la redistribución y entonces con la posibilidad como mínimo de una tendencia hacia cierta justicia social”.

–¿Cómo está percibiendo el transcurrir de la cuarentena? 

–Creo que la cuarentena no puede ser analizada en sí misma porque no se termina de definir su extensión. Entonces la falta de definición hace que todo lo que digamos sobre el proceso esté siempre abierto al cambio. Una cosa es que la cuarentena dure una semana más, y entonces uno va a pensándose a sí mismo en función de dos meses de confinamiento; otra cosa es saber que puede durar seis meses y uno de algún modo se prepara en función de eso. Pero hay algo de la pérdida de los límites que tiene que ver con la incertidumbre de su final. O sea que no solo no sabemos cuándo va a terminar sino que estamos cada vez más convencidos de que va a quedar en términos espectrales, que hay algo de ese confinamiento que va a quedar de alguna manera impregnando mucho de nuestros lazos sociales. Esa sensación de incertidumbre hacia el futuro genera lo que es típico de las angustias existenciales. No nos olvidemos que una angustia es siempre angustia frente a una nada inasible, hacia la indeterminación. Creo que algo de eso nos pasa. 

–En este contexto, ¿qué lugar pasó a ocupar el tiempo?

–Hay un viejo texto de Giorgio Agamben, Infancia e historia, donde dice que cualquier revolución tiene que empezar por una revolución en nuestra concepción del tiempo. Suscribo porque creo que uno de los lugares donde se construye el sentido común hegemónico es en la idea de tiempo lineal y productivo. Ese tiempo lineal y productivo está colapsado, está desquiciado. En el texto de William Shakespeare, cuando ve el fantasma de su padre muerto, Hamlet dice que el tiempo está fuera de quicio. Es muy fuerte la idea de algo desquiciado para hablar del tiempo porque no solo tiene que ver con su desanclaje de los lugares en los que estamos acostumbrados a percibir y vivir la temporalidad sino que también hay una sensación de deriva, de que no podemos terminar de ordenarnos. Frente a este texto, Jacques Derrida escribe Espectros de Marx, tomando justamente la idea del tiempo desquiciado; de algún modo Marx nunca muere, sino que se volvió un fantasma que nos asedia todo el tiempo. Creo que el tiempo desquiciado nos coloca en la figura del fantasma. O sea, nos volvimos medio fantasmas.

–¿Fantasmas en qué sentido?

–En el sentido de que aquellos lugares en los que estábamos acostumbrados a vivir desde ese orden normalizado y cotidiano de algún modo está en crisis. Entonces no entendemos bien la diferencia entre el afuera y el adentro, entre el trabajo y el ocio, no entendemos bien la diferencia, ni hablar, entre el amor y la necesidad. Algo de esas líneas divisorias muy propias de la sociedad normalizada de alguna manera empiezan a perder sus límites. No nos olvidemos de que un fantasma es justamente el que rompe la línea divisoria más fundamental, que es entre la vida y la muerte. En ese sentido hay algo de ese tiempo productivo que está detenido y que entonces nos genera dos opciones: o nos entregamos a otra versión del tiempo con lo que de angustia, incertidumbre, pero también de oportunidad esto trae, o uno se resiste a esta idea y lo que hace es querer volver productiva la vida en cuarentena como inoculando esa productividad propia del sistema en un paréntesis que realmente nos permitiría movernos en otra dimensión. Dadas las resistencias que la situación suscita muchas veces uno sigue poniéndose el despertador cuando no lo necesita, sigue comiendo en los horarios consabidos cuando el cotidiano cambió totalmente de esquema y sobre todo quiere hacer de su paso por el confinamiento un acontecimiento productivo cuando me parece que lo más interesante de lo que sucede es que se pone en jaque la idea de productividad.

–¿A qué le parece que le tememos más, al virus, a lo que pasa dentro de nuestras casas y en nosotros mismos en soledad, a no volver a esa normalidad conocida? 

–En realidad la pandemia y la cuarentena son dos acontecimientos completamente distintos. En todos los análisis en los que nos enganchamos lo tomamos como un acontecimiento único. La cuarentena es la forma en que se decidió reaccionar y tomar decisiones preventivas en función de la cuestión médica o biológica, la pandemia. El hecho de la pandemia nos genera obviamente un montón de interrogantes que analizamos desde el punto de vista médico e, incluso, desde el punto de vista filosófico, acerca de lo que son los límites del individuo. Ahora, la cuarentena excede esto porque tiene que ver además con formatos de ordenamiento sociopolítico que variaron en distintas sociedades y donde se ve la diferencia es en lo siguiente: yo creo que en algún momento la pandemia va terminar pero el confinamiento va a continuar. Va a continuar simbólicamente en sus distintas formas y en el modo en que va a terminar impregnando nuestra subjetividad. 

–¿En términos de mirar al otro con temor y recelo? 

–En el sentido de que en algún momento la pandemia va a terminar pero por ejemplo la construcción del otro como agente de contagio permanente e inminente va a quedar. Y va a quedar durante mucho tiempo. La pandemia va a terminar pero el barbijo va a quedar. Y va a quedar no solo porque lo necesitemos realmente sino porque va a resignificarse en nuestra relación con un otro que se volvió en la pandemia, y desde antes diría, un agente peligroso. ¿Entonces qué me da más miedo a mí? Me da miedo todo, obvio, pero más allá de la pandemia visualizo también, y me da más miedo, estas consecuencias o derivaciones sociales que van a permanecer más allá de la pandemia. Me preocupa que este estado de acuarentenamiento exceda la misma pandemia y se vuelva un formato posible. De alguna forma los que apostamos siempre a la prioridad del otro vemos como que de algún modo estamos perdiendo ahí una batalla.

–Decía recién que cierto aislamiento precede a este momento. En este sentido la tecnología, así como conecta y acerca, también desconecta y aleja. 

–Si lo tomamos en términos conceptuales, una concepción individualista de alguna manera ya parte de un aislamiento en términos conceptuales, porque la idea primigenia de que todo descansa en última instancia y como fundamento primero de todo en la idea de individuo supone el encerramiento del sujeto sobre sí mismo. La misma idea de individuo es una idea de aislamiento social que de algún modo pone las relaciones con los otros en un lugar secundario, es decir, todos los otros se vuelven medios a disposición para que uno en términos individuales decida sobre uno y sobre los otros. Muy diferentes es pensarnos en términos comunitarios, donde en realidad el individuo es más bien un efecto, un producto, y donde hay un otro que te está constituyendo todo el tiempo. Por eso digo que hay una idea de aislamiento que está en nosotros desde que nos pensamos en términos individualistas, no en términos individuales. El tema es cuando uno lo coloca o lo endiosa como fundamento primero de todo. En una sociedad, que a mí me gusta llamar neoindividualista, porque tiene estas características nuevas, la tecnología y las distintas situaciones del cotidiano contemporáneo ayudan mucho a esta sensación permanente de estar de algún modo en ciertos confinamientos. Trabajé en algunos libros esta idea del amor mismo que, en lugar de ser una apertura y una entrega al otro, termina siendo siempre la proyección que uno hace de sí mismo en el otro. Y en ese sentido también hablamos de aislamiento, en términos existenciales. 

–¿Qué le preocupa más de los vínculos pospandemia?

–Hacia el futuro me preocupa esta especie de espíritu de delación, que es policíaco, es de vigilancia, y de construir sentido en el acto de delatar cuando se supone que el otro transgrede y uno se vuelve juez de las prácticas del vecino. Es decir, que se instale ya ese espíritu de delación como una manera de vínculo social. Una cosa es el Estado teniendo que cumplir un rol de ordenamiento y de cuidado del cumplimiento de la cuarentena y otra cosa son las fuerzas de seguridad copando la vía pública y generando un empoderamiento tal que permanentemente está en la frontera del desbordamiento de sus propias funciones. Una cosa es entender lo que sucede con el coronavirus desde la narrativa militar, y otra cosa es que vuelva a circular en nuestra sociedad la metáfora del enemigo invisible, que la conocemos hace décadas en nuestro país y que realmente no es muy democrática. Por eso creo que una cosa es cuidarse con el barbijo y estar a más de un metro de distancia, y otra cosa es que el barbijo se te vuelva un barbijo mental. Entonces cualquier cosa que pienses en relación con el otro parte de esa idea tan fuerte que expresó Paul Preciado, que dijo que la nueva frontera se ha vuelto el barbijo. Es muy fuerte la idea de que hoy la frontera dejó de ser la frontera nacional y pasó a ser, primero, la frontera de tu casa, y después, la mascarilla. 

–¿Cuánto ayudan las narrativas en situaciones como las actuales? 

–Creo que los acontecimientos que van sucediendo los terminamos acomodando en las narrativas necesarias para que las cosas nos cierren. No es casual que hoy tengan tanta fuerza las narrativas militares para hablar de la pandemia, o la narrativa religiosa. La narrativa religiosa en el sentido de que esto no lo podemos vivir sino como un apocalipsis o una pandemia de dimensiones bíblicas. Las narrativas se las añadimos nosotros a los hechos. Se produce esa interacción entre el hecho y la interpretación que da esa narrativa que de algún modo por algo surge, para algo vamos por ese lado, algo nos calma y algo nos tranquiliza. 

–¿Hay una mayor presencia de este espíritu de delación que describe que de actitudes de solidaridad auténticas?

–En términos generales, yo no he visto hasta ahora una reacción social que implicase una nueva idea de solidaridad o una especie de conversión “evangélica” donde el ser humano frente a todos los acontecimientos de la pandemia se haya vuelto más amoroso o más consciente de las desigualdades y por lo tanto con una práctica proactiva de altruismo generalizado. Esto no significa que no haya compromisos fuertes de mucha militancia y mucho movimiento social que de algún modo sigue haciendo el trabajo que venía haciendo antes. La gente que está ayudando al otro es la gente que ya venía ayudando al otro. Creo que en la mayoría de los casos se respeta la cuarentena más pensando en que no me contagien a mí que en el bien común. En ese sentido creo que en términos de ordenamiento social vivimos en esto que decía antes del neoindividualismo. Hay un cumplimiento de la cuarentena por un cumplimiento de la normativa, además de un convencimiento que tiene que ver con que es un cuidado para uno. Entonces me cuesta que de esa actitud primigenia que tiene que ver con cuidarse uno podamos encontrar la fórmula para poder pensar en una revolución social y en la prioridad del semejante. Esto no quita que, en una hipótesis si se quiere absolutamente temeraria, podamos pensar hacia el futuro inmediato no en un capitalismo que se termine, para nada, pero sí en un capitalismo de algún modo más moderado. 

–¿Cómo sería un capitalismo más moderado?

–Cuando digo moderado pienso en lo siguiente: calculo que ninguna sociedad hoy se está pensando a sí misma sin una inversión de acá a los próximos cinco años en salud pública más elevada de lo que había sido hasta ahora. En ese sentido creo que hay lugares de la presencia del Estado, que si se quiere estaban más en conflicto o en polémica, que hoy ganaron su derecho a plasmarse. Entonces me parece que se viene un capitalismo con una presencia del Estado más fuerte, que eso siempre tiene que ver con la redistribución y entonces con la posibilidad como mínimo de una tendencia hacia cierta justicia social. Ahora, no creo que el objetivo o que el propósito de esta presencia del Estado, como mínimo en salud, ni hablar en ciencia, tenga que ver con motivaciones altruistas o de solidaridad sino que en una sociedad capitalista incluso a los sectores hegemónicos les conviene hoy que no les explote el mundo. También creo que van a volver a tener peso las fronteras nacionales porque hay algo del Estado nacional que volvió a tener una soberanía que estaba desdibujada. Es decir que hay algunos cambios que lejos están del fin del capitalismo pero sí de una nueva mutación. 

–¿Cómo evalúa este momento desde lo pedagógico, y en paralelo, cómo imagina la escuela venidera? 

–Con respecto a lo que vendrá hay una incertidumbre primigenia que hace que uno tampoco pueda planificar porque no se sabe para qué lado va. La presencia inminente del coronavirus obviamente va a generar un tipo de lazo donde va a tener consecuencias directas al interior de la escuela. Ahora, si de acá a unos meses ya hay una vacuna contra el coronavirus entonces la cosa cambia, porque todos se vacunan y a la escuela, se terminó el problema. Lo que me parece es que no se puede pretender que un chico emule y reproduzca en su casa, frente a una pantalla, el tipo de productividad que se le exige en la escuela y menos el tipo de normalidad que se le exige en la escuela. Esto implica también una posibilidad de reinventarse a uno en relación al aprendizaje. También puede ser una oportunidad para recuperar algo que se vino perdiendo hace tiempo en la escuela, que es el deseo. De algún modo la situación ayuda a ese deseo por el saber, que es la base del conocimiento. Por otro lado me preocupan los docentes, sobre todo aquellos que cumplen ese doble rol a los que se le sigue exigiendo un trabajo similar al de la vida pre cuarentena pero que al mismo tiempo están en sus hogares teniendo que hacerse cargo ahora de la vida cotidiana. Ni hablar del lugar de la mujer en toda esta trama, y ni hablar del lugar de la mujer docente. No es que ya vivimos en una sociedad pospatriarcal o posproductiva.

–¿Qué otras oportunidades nos da el contexto?

–Creo que nos da oportunidades porque son situaciones límites, que son aquellas que te golpean contra una realidad enajenada y entonces hay como una especie de corrimiento de las formas en que uno se viene pensando a sí mismo. Ahí pueden presentarse oportunidades. Creo que la cuarentena más que la pandemia tiene esta dualidad: en términos de confinamiento proyectivamente para mí despierta una posibilidad muy negativa que tiene que ver con la continuidad del aislamiento social y la negación del otro; pero en términos existenciales nos movió. Se resquebrajó algo de la solidez de ese muro en el que estamos de algún modo adentrados. Tal vez sea un caso donde se den muchas más transformaciones en lo micro que en lo macro. Son tiempos para la introspección; son tiempos para repensarnos. Probablemente muchos cambiemos en la expectativa que tenemos de nuestro cotidiano y eso ya es un montón; eso también es algo revolucionario.

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