sábado, 9 de diciembre de 2017

Una condición insurreccional



Cuando el golpe de Estado en 2009 fue, mayormente, los fieles del derrocado presidente constitucional quienes ocuparon la plaza para manifestar su protesta y echar por tierra la nueva y abusiva tiranía. Hoy, en el momento mismo en que reflexionamos sobre lo que acontece en Honduras, la situación cobra carácter de temple insurrecto pues son abundantes, muchos y espontáneos los pueblos que hacen tomas de espacios públicos y rutas estratégicas con el mismo propósito de rechazar la manipulación gubernativa y el ascenso de un nuevo régimen dictatorial.

Opuesto a cierta opinión general, Honduras no está anárquica, pues si bien desapareció la armonía que nace de la cohesión y el consenso social, y que a su vez deriva de la legitimidad de las instituciones democráticas ––hoy más bien doblegadas al abuso del poder ejecutivo–– la sociedad, y con particularidad su estrato joven, tomó el relevo y decidió protagonizar el reclamo con mano propia. El conato de anarquía no proviene, por ende, de los ciudadanos alzados en aldeas, colonias y barrios sino de las autoridades que, con violencia y fraude, vulneran el proyecto colectivo de un gobierno plural, equitativo y justo.

Corresponde al liderazgo político restaurar el cimiento de la buena salud social. En repetidas ocasiones se urge ahora a la concertación nacional, pero esa concertación le fue ofrecida por la oposición al actual gobernante hace varios años, ante lo que prefirió montar, con sus cómplices, el teatro de la demagogia y la secretividad ilegal. La protesta en apariencia desordenada no es culpa, así, del pueblo ni del evento electivo de noviembre sino del progresivo y continuo deterioro ético del estamento oficial. No la causa la gente humilde, a la que se cuelan por veces provocadores que roban establecimientos, sino que es responsabilidad de la tozudez cachureca por empedrarse en el poder a como dé lugar, y para lo que trafica incluso con lo más sagrado, que es la voluntad ciudadana dictada masiva y devotamente en las urnas.

Las elecciones

Exigimos el cese de la desatada represión, pues con todo y las amenazas que pendieron sobre ellas, las elecciones recientes fueron un ejercicio hermoso de ciudadanía y una práctica valiente que doblegó al miedo.

La crisis sucedida tras el vicioso recuento del sufragio tiene una larga génesis de más de cuatro años. El problema se remonta al momento cuando la clase política conservadora, hoy condensada en el partido de gobierno, se empeñó, contra toda lógica y por capricho de poder, en forzar a la oposición a que concurriera al sufragio sin representantes ante los organismos involucrados en el evento. Eso anula la confianza general en el proceso y mina los fundamentos de la democracia.

Tribunal Supremo de Engaños

Por su torpeza, doblez e incapacidad el TSE es directamente responsable de sabotear el proceso electoral reciente y de haber puesto en riesgo la paz comunitaria, cosa que prueban los homicidios gestados por exceso de fuerza de la Policía Militar (PMOP) durante la primera noche del toque de queda en Choloma, Tegucigalpa y la Colonia “López Arellano” de San Pedro Sula.

El TSE es un organismo que extravió sus funciones cívicas y se transformó en entidad al servicio de la más ambiciosa red de poder oscurantista del Partido Nacional, por lo que debe ser radicalmente transformado en el inmediato futuro.

Estados de impunidad y sitio

Al deterioro ético y al vulgar manoseo de actas se suma ahora una ilegal declaratoria de Estado de Excepción ––que no es sino patente de corso para la fuerza armada–– suscrita por un mandatario desaparecido, un designado presidencial con sospechosas funciones sustitutivas y un congreso que nunca fue convocado para ratificarla, adicional a la más veloz publicación de todas las épocas en el diario La Gaceta. El plan de ocupación política hace tiempo que fue diseñado y ahora solamente se lo pone en actividad.

Es más, el actual Estado de Sitio apela y se fundamenta en las tradiciones y prácticas antidemocráticas más retrogradas de la historia de Honduras, aquellas durante las cuales sus élites comprometidas con ambiciones mezquinas de poder cultivaron y decretaron la suspensión de libertades de circulación, asociación y expresión como proyectos de represión coyunturales.

Lo que conduce a deducir ––más bien a ratificar irrevocablemente–– que el Estado de Honduras es objeto de la más grosera captura por parte de una élite de delincuentes que, ocupando cada uno de los estadios de la administración e irrespetando los códigos todos de la convivencia, pretende eternizarse en el gobierno.

Y que siendo inútiles los recursos y procedimientos jurídicos y civilizados ––estatuidos desde la génesis del derecho humano–– de denuncia, protesta cívica y reclamo ante los órganos republicanos establecidos para respetar y hacer respetar la voluntad ciudadana, al pueblo no le ha quedado más que lanzarse a la calle y declararse en insurrección, cual le autoriza la Constitución nacional vigente, que empodera la acción rebelde ante un dictador o que pretenda serlo.

Nunca como ahora había sido tan visible en nuestro medio el acerado contraste de la centenaria lucha hondureña de clases. Pero no, en este caso, de la que declara la tradicional doctrina política, entre obreros y patrones, sino entre las clases sufridas versus las opresoras, las libertarias y las tiránicas, las del engaño y la verdad, las modernistas y las conservadoras, la de la resistencia al cambio y de la oposición al abuso y la impropiedad dictatorial, oposición que busca, aunque en modo todavía inarticulado, un nuevo proyecto transformador. La sociedad nacional, mayoritariamente constituida por jóvenes, se ha decidido por fin a defender en la práctica su fe en la decencia y la moral, por lo que abuchea y repulsa a los corruptos y vendedores de la patria, ojalá para siempre expulsados de la escena pública.

Su conciencia política, que es la nuestra, se ha robustecido como nunca; no podemos sino congratularnos.

País de Indignados, diciembre 4 de 2017

Ismael Moreno, sj 

Darío Euraque

Rodolfo Pastor Fasquelle 

Víctor Meza

Eduardo Bähr 

Patricia Murillo

Wilfredo Méndez

Hugo Noé Pino

Helen Umaña

Efraín Díaz Arrivillaga

Mauricio Torres Molinero 

Ramón Enrique Barrios

Leticia Salomón 

Marvin Barahona

Julio Escoto


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