sábado, 30 de diciembre de 2017
Leonardo Padura, “fijador” del alma de Cuba
Por Rafael Grillo
La obra de Leonardo Padura sí tiene “fijador”. Al contrario que la sociedad cubana tal y como la percibe el propio Premio Nacional de Literatura 2012, quien se apropia en uno de sus artículos periodísticos de este término de la perfumería para lamentarse por “la ausencia de fijador”, la incapacidad de permanencia de aquellos “fenómenos que de alguna manera resultan beneficiosos para los ciudadanos”. Acaso para confirmar la clarividencia del autor de La neblina del ayer, los últimos episodios de la dilatada y angustiante novela de las relaciones Cuba-USA han significado un paso adelante (con Obama), y dos atrás (Trump mediante).
El “fijador” del también Princesa de Asturias de las Letras 2015 se hace patente en el carácter de “fiesta de la cultura cubana” que adquiere, según apreciación del periodista Ciro Bianchi, la salida de cada libro suyo. Lo cual ha vuelto a ocurrir gracias a El alma de las cosas, volumen recopilatorio (el tercero, pues le antecedieron Entre dos siglos y La memoria y el olvido) de la labor periodística desenvuelta por Padura entre 2011 y 2017 para la agencia IPS (Inter Press Service) y otros medios internacionales (El País, El Mundo, BBC, Folha de Sao Paulo).
Una asistencia multitudinaria acompañó la presentación acaecida el pasado 23 de noviembre en el Centro Dulce María Loynaz. Y una vez más se manifestó lo que viene siendo marca exclusiva de este escritor en el territorio nacional: que su público es variopinto en edades, intereses y oficios, y en buena medida integrado por “lectores puros”, en contraste con lo habitual en los demás lanzamientos, donde la gente del gremio literario es quien hace la mayoría.
Bianchi lo confirmó en su discurso de introducción al decir que “Nardo”, el de Mantilla, es el autor más leído, el más premiado y el de mayor repercusión global en la historia literaria de Cuba. Una muestra adicional de ese “fijador” la dio el escritor y director del Centro Loynaz, Víctor Fowler, quien se refirió a la condición inolvidable de ciertos cuentos escritos por alguien que es principalmente reconocido como autor de novelas policiales e históricas al estilo de El hombre que amaba a los perros.
Pero a Padura le asienta la noción de “fijador” también en otra dimensión… Al igual que él pone en boca de Mario Conde el neologismo “recordador”, para imprimirle a su entrañable detective el rasgo distintivo de hombre negado al olvido; cabe atribuir al escritor desdoblado en periodista por ya casi cuatro décadas, una categoría de “fijador” como aquel que “se fija”, el que aguza sus sentidos para estar al tanto de todo aquello que le rodea y que conforma sus circunstancias de vida en distintos ámbitos.
Así lo enuncia Arturo Arango en el prólogo de El alma de las cosas, cuando descubre en los textos de Padura al “ciudadano que trata de comprender el país y el planeta en que habita, y hace uso de su deber cívico para llamar la atención sobre los sinsentidos o los horrores en que todos estamos inmersos”. Y después de llamarle “habitante a la vez de Mantilla y la Tierra”, advierte que el enorme reconocimiento alcanzado por sus novelas y su periodismo lo invisten de una responsabilidad mayor, a la que él rinde tributo cuando en sus artículos “se arriesga una y otra vez con lo inmediato, con lo variable. Lee y trata de comprender el minuto en que vive, y comparte esas impresiones o intuiciones”. Y no lo hace desde una postura omnisciente o de dueño petulante de “la verdad”, sino desde la actitud de quien se sabe poseedor, apenas, de “las verdades de un ser atento, sensible y comprometido con su tiempo”.
La prueba de lo anterior está en que Padura se fija en el precio del aguacate y su desproporción respecto al salario promedio de un trabajador de la isla; se percata de las artes del “invento” y las luces y sombras del cuentapropismo; se angustia con el deterioro de la urbanidad, la dramática decaída del hábito de lectura y el ascenso del reguetón como síntomas de una enfermedad del cuerpo social; se interroga sobre las porciones de memoria y olvido adecuadas para la construcción de una nación; se preocupa por el subdesarrollo tecnológico y los “abismos infranqueables” entre las posibilidades de los distintos sectores sociales; pide a la prensa un baño de realismo; intenta definir la “singularidad” de Cuba o el porqué del súbito entusiasmo del turista foráneo con la isla; expresa incertidumbres sobre el futuro del país y hasta se enfrasca en las cábalas y encrucijadas del eterno diferendo entre Cuba y Estados Unidos; se pronuncia en nombre de su amor a La Habana y, teñido de melancolía, sublima su visión hasta presentarla como Ítaca, a un mismo tiempo locus de partida y punto de regreso…
Leonardo Padura se fija tanto en todo que sus artículos periodísticos parecen, además, dejar la “realidad fijada”, atrapada, aunque sea instantánea y volátilmente, por la razón. Comprendida, quizás. Porque él separa el grano del montón de heno, saca las esencias de atrás del velo de las apariencias. De pronto luce como si, de veras, fuera capaz de “fijar” el alma de las cosas y ponerla íntegra ante nuestros ojos.
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