sábado, 16 de diciembre de 2017

Se cumplen 42 años de la muerte de la filósofa alemana


Arendt contra la historia

Rebelión

Por Gilberto Lopes

Este articulo es parte de una tesis doctoral titulada “Dos visiones de la crisis política del mundo moderno: la Escuela de Frankfurt y Vicente Sáenz”, trabajo aun en desarrollo. Con la divulgación del texto se pretende poner en discusión estos planteamientos.

Hemos acompañado a Franz Neumann en su análisis de la naturaleza del régimen nazi a partir de sus fundamentos económicos.1 Para él, el problema político de su época era la naturaleza imperialista del capital monopólico alemán, que crecía a medida en que crecía el carácter monopólico de la economía. Con Pollock discutió el carácter de esta economía, cuya naturaleza capitalista se había desarrollado y acentuado bajo las nuevas formas de dominación política instaurada por el Nacional Socialismo. No existía, en su criterio, un capitalismo de Estado como el propuesto por Pollock , idea luego adoptada por Horkheimer. Se trataba, simplemente, del desarrollo del capitalismo y del control de la política por los intereses cada día más poderosos de los monopolios.
Como veremos, Vicente Sáenz defendía, por su parte, la idea del agotamiento del capitalismo, un régimen social y económico que, en su criterio, ya había cumplido su destino. Para el autor costarricense, eso era lo que caracterizaba la crisis de la época: un período de transición entre un orden caduco y otro que trataba de surgir. Sáenz dará algunas referencias sobre ese nuevo orden cuando señalaba que “como en las naciones de economía desarrollada, en nuestro caso existe la misma antinomia “entre el modo comunista de producción y el modo individualista de apropiación de la riqueza”. 2 Por existir una antítesis, entre el modo de producción [colectivo] y el modo de apropiación [privado] –diría– la “desesperación, la angustia, la cruel paradoja del hambre en medio de la abundancia, la tortura moral y material dominan al sector más numeroso de la sociedad humana”.3 Pero, por ahora, solo queremos destacar esa visión de la crisis, caracterizada por el parto difícil, por el tránsito de un sistema agotado a otro, aun no nato.

Ese proceso de transición desaparece en el estudio de Hanna Arendt sobre la crisis política de su época, tal como expresada en su texto Los orígenes del totalitarismo. Nada de eso está presente en su análisis. Para Arendt, lo que caracterizaba la crisis era el orden político totalitario que se había instalado tanto en la Alemania nazi como en la Unión Soviética bajo Stalin, una propuesta que tiene graves implicancias, tanto académicas como políticas. Desaparece, en su formulación, el conflicto capitalismo-socialismo, la idea de crisis de un sistema agotado, como nos plantea Saénz, cuyo desarrollo, cada vez más concentrador de los medios de producción, había expuesto en detalle Neumann.

Al contrario, el punto de partida de Arendt es el de la similitud entre ambos regímenes, hermanados por su carácter totalitario. Para eso, Arendt tiene que dejar de lado el análisis histórico, el conflicto entre los dos sistemas que ella misma acababa de vivir con extrema violencia, borrar lo que, ya en la conformación de la república de Weimar, era el centro de la política de la Alemania socialdemócrata: la lucha anticomunista. Puesta en el centro de su concepción la idea de totalitarismo, no le queda más de forzar la interpretación de los acontecimientos poniendo en primer plano los hilos del totalitarismo con los que enhebra su tejido político luego de la toma del poder por Hitler y su partido.

Interpretación –reitero– imposible de sostener con hechos históricos. ¿De qué modo se podría, si no, decir que durante la II Guerra Mundial los nazis se mostraron más dispuestos a reconocer como sus iguales a los rusos que a cualquier otra nación? 4 En nota la pie de página, Arendt argumenta con una cita del libro Partei und Staat, del ideólogo nazi Gottfried Neesse:

Para nosotros el frente unido del sistema se extiende desde el Partido Popular Nacional Alemán (es decir, la extrema derecha) a los socialdemócratas. El partido comunista era un enemigo fuera del sistema. Por eso, durante los primeros meses de 1933, cuando el destino del sistema estaba ya sellado, todavía nos quedaba por librar una batalla decisiva contra el partido comunista.

Parece difícil conciliar la cita con la idea que Arendt quiere transmitir, incluyendo la forma imprecisa utilizada para señalar que los nazis se mostraban “más dispuestos a reconocer como sus iguales a los rusos que a cualquier otra nación”. Es algo similar a la afirmación de que “el único hombre por quien Hitler sentía un “incalificado respeto” era “Stalin, el genio”.5 La fuente utilizada en este caso son las Hitlers Tischgespräche, o Conversaciones de sobremesa de Hitler, basadas en apuntes tomados por algunos de sus asesores más cercanos y luego publicados, en medio de la polémica sobre su origen y fiabilidad. Allí encontramos –afirma– “numerosos ejemplos que atestiguan, contra ciertas leyendas de la posguerra, que Hitler nunca trató de defender a ‘Occidente’ contra el bolchevismo, sino que siempre estuvo dispuesto a unirse ‘los rojos’ para la destrucción de Occidente, aun a mitad de la lucha contra la Rusia soviética”. 6 Nuevamente, es difícil sostener esta afirmación ante los hechos históricos, entre ellos la invasión de la Unión Soviética por el ejército nazi, a la que Hitler dedicó la mayor parte de su fuerza militar.

En realidad, más que simpatía por Stalin parece más atractiva la idea sugerida por Adam Tooze (y citada por Reto Hofman en su artículo en el jornal de Cambridge) de que la élite nazi miraba con cierta envidia el espacio (hinterland) que los norteamericanos tenían a su disposición en América. 7 En este texto se puede ver las coincidencias entre las aspiraciones del fascismo, sobre todo alemán y japonés por lograr un sistema de dominación como los norteamericanos habían logrado. Reto cita el interés de “diversos fascistas” de replicar la Doctrina Monroe.

Desde el otro lado de la historia, para ilustrar el punto de vista soviético, Arendt se remite al discurso de Kruschov ante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, para asegurar “que Stalin confiaba únicamente en un hombre y que este hombre era Hitler”. La lectura del discurso deja en evidencia, sin embargo, que de ninguna de sus partes se puede sacar la conclusión que saca Arendt. Como se sabe, el informe está dedicado a analizar y erradicar de las prácticas del partido lo que se llamó el culto a la personalidad. Lo que el informe dice es que Stalin era un jefe militar incapaz, indolente, 8 que no era verdad lo de un ataque inesperado, sorpresivo, de las tropas nazis a la Unión Soviética. Stalin había sido advertido muchas veces de la inminencia del ataque sin que tomara las medidas necesarias para preparar la resistencia.

El informe habla también de la intención de occidente de debilitar la URSS. Los documentos demuestran, dice Kruschov, “que el 3 de abril de 1941, Churchill, a través de su embajador en la URSS, Cripps, advirtió personalmente a Stalin que Hitler estaba reagrupando sus fuerzas armadas con el objeto de atacar a la Unión Soviética”. Es evidente, agrega, “que Churchill no hizo esto debido a que abrigaba un sentimiento de amistad hacia la Unión Soviética. Tenía muy presentes sus miras imperialistas, a las cuales convenía una sangrienta guerra entre Alemania y la URSS para así fortalecer al Imperio británico”. Kruschov recuerda también que “tan pronto como Hitler llegó al poder en Alemania, se asignó a sí mismo la tarea de liquidar al comunismo”. Con el objeto de alcanzar esta finalidad agresiva contra la URSS, recuerda el informe, “Hitler creó toda suerte de pactos y bloques, tales como el famoso Eje Berlín-Roma-Tokio”. Es exactamente lo contrario de lo que Arendt trata de mostrar.

¿Cómo derivar de todo esto la afirmación que hace Arendt, ciertamente ambigua, de una supuesta admiración muta entre ambos dirigentes? Me parece que solo tergiversando el contenido del informe que, como sabemos, inició una revisión profunda de lo ocurrido durante el gobierno de Stalin.

Vale la pena recordar también, ya que estamos hablando de un régimen totalitario, que en ese documento se critica la actuación de Stalin, al afirmar que el estilo de dirección adoptado “durante los últimos años de la vida de Stalin fue un serio error y constituyó un obstáculo en el camino del desarrollo social soviético”. Un informe donde se reivindica el papel de “la clase trabajadora y los campesinos pobres con ayuda parcial de la clase media campesina”, conducidos por el partido bolchevique, en el triunfo de la Revolución Soviética, argumento difícil también de conciliar con el régimen nazi, expresión de los intereses monopólicos. Pero la naturaleza política del régimen no era algo a lo que Arendt pusiera particular atención en un trabajo sobre el totalitarismo, de modo que la diferencia entre un régimen nazi sustentado en esos intereses, y la estructura política de la revolución soviética desaparecen del análisis.

Arendt insiste en explorar diversas alternativas sobre las que basar la identidad entre ambos regímenes. Entre ellas la actitud común del gobierno nazi y de la Rusia soviética de no respetar los acuerdos internacionales a los que habían llegado, que atribuye al hecho de una experiencia y de un sentido común que, repentinamente, los países no totalitarios parecían haber perdido, dejándose llevar por la mala fe de los gobiernos totalitarios.9

Los dos ejemplos que Arendt cita son la Conferencia de Yalta, de 1945, y el pacto de Múnich, firmado en septiembre de 1938, solo un año antes de que estallara la guerra, entre los líderes de Inglaterra y Francia con Hitler. Ahí ambos aceptaban los avances de las tropas hitlerianas en los sudetes, entonces territorio checo de población mayoritaria alemana, con la esperanza de evitar la guerra contra Alemania. Acuerdo de su colega conservador, el primer ministro Neville Chamberlain, que Churchill criticó diciendo que a Inglaterra le habían ofrecido la humillación o la guerra. La humillación ya la tenemos, dijo, ahora tendremos la guerra.10 Sáenz analiza en detalle esa reunión y sus objetivos, entre ellos la esperanza de las potencias occidentales de desviar las tropas alemanas hacia Moscú, en la orientación que hemos venido sugiriendo, de que el anticomunismo marcaba la línea divisoria de la crisis política moderna.11

La conferencia de Yalta se da en un contexto muy distinto y solo puede compararse con Múnich si la miramos con los lentes del “totalitarismo” con los que Arendt colorea toda realidad. Reunidos en esa ciudad de Crimea, a orillas del mar Negro, los líderes de las tres potencias que encabezaban la lucha contra el Eje ­–Roosevelt, Churchil y Stalin– discutieron los arreglos políticos que deberían adoptar una vez concluida la guerra, en particular el reordenamiento del espacio europeo y la división de Alemania. La reunión se realizó del 4 al 11 de febrero, o sea, a solo tres meses de la capitulación alemana, cuando la derrota era ya un hecho.

En Yalta se enfrentaron los intereses de los países que iban a salir del conflicto como cabezas de los dos grandes bloques mundiales: los Estados Unidos y la URSS. Se perfilaba ya el mundo de la Guerra Fría, cuya herencia no es difícil de rastrear en conflictos más actuales: Crimea está nuevamente en el centro de las tensiones entre Rusia y Europa, luego del derrocamiento del gobierno de Ucrania, próximo a Moscú, y su sustitución por otro, sustentado por fuerzas de extrema derecha y con apoyo de Estados Unidos y la UE. Polonia es centro de las tensiones políticas, con el despliegue en su territorio de tropas norteamericanas apuntando hacia Moscú. Alemania, como sabemos, hasta su reunificación en octubre de 1990, fue el escenario más directo de la confrontación entre occidente y la URSS.

En realidad, si alguna similitud podemos encontrar en Múnich y Yalta es precisamente la idea de que fueron, ambas, escenarios de la lucha entre los intereses de dos sistemas distintos, algo muy diferente a la conclusión de Arendt, que prefiere identificarlos especulando sobre la perfidia de los regímenes totalitarios y la ingenuidad de los no totalitarios. Argumentos, ciertamente, difíciles de sostener. Múnich y Yalta enfrentan, en realidad, los intereses de dos sistemas cuyos liderazgos quedaron claramente perfilados al concluir la guerra, entre el capitalismo encabezado por Washington y el socialismo, por la Unión Soviética. Arendt no es capaz de ver esto.

Para identificar el orden totalitario, Arendt acude también a la idea de que son regímenes que aspiran a la conquista del mundo. Tanto en la literatura nazi como en la bolchevique, asegura, “pueden encontrarse repetidas pruebas de que los Gobiernos totalitarios aspiran a conquistar el globo y someter a su dominación a todos los países de la Tierra”.12 Los regímenes totalitarios, afirma, “no temen las implicaciones lógicas de la conquista mundial aunque operen en otro sentido y resulten perjudiciales para los intereses de sus propios pueblos”.13 Una actitud cuyo costo, en su criterio, pagó muy caro la URSS después de la guerra, pues “la privó de los grandes préstamos norteamericanos de la posguerra que hubieran permitido a Rusia reconstruir zonas devastadas e industrializar el país de una forma racional y productiva”.

La cita se refiere, naturalmente, al Plan Marshall (una propuesta que Sáenz también analizará en detalle) 14 orientado a la reconstrucción de Europa, incluyendo la derrotada Alemania, pero que, en el plano político, buscaba limitar la influencia soviética en Europa. Sugerir que la URSS hubiese podido beneficiarse de esta iniciativa solo es posible suponiendo una capitulación de Moscú ante un triunfante capitalismo. Para eso faltaban aun casi 50 años; solo ocurriría en 1990, con la disolución de la Unión Soviética. Pero, aun así, no habría Plan Marshall alguno, ni para Rusia ni para los países del Europa oriental que estuvieron bajo su órbita.

En realidad, muchas de las afirmaciones que Arendt endereza a los “regímenes totalitarios” calzan bien en el mundo posterior a la Guerra Fría, como cuando afirma que “lo malo de los regímenes totalitarios no es que jueguen la política del poder de una manera especialmente implacable, sino que tras su política se oculta una concepción del poder enteramente nueva y sin precedentes”.15 Política que ilustra con afirmaciones como esta:

El supremo desdén por las consecuencias inmediatas más que la inhumanidad; el desraizamiento y el desprecio por los intereses nacionales más que el nacionalismo; el desdén por los intereses utilitarios más que la inconsiderada persecución del interés propio; el ‘idealismo’, es decir, su inquebrantable fe en un ideológico mundo ficticio, más que su anhelo del poder, han introducido en la política internacional un factor nuevo y más perturbador que el que hubiera podido significar la simple agresividad.

Atributos del totalitarismo que, sin embargo, perecen adecuarse perfectamente a la descripción del capitalismo triunfante en la Guerra Fría.

En su texto, el nazismo es presentado como un régimen totalitario, pero no como una expresión del capitalismo. Por el contrario, el régimen de Stalin aparece como expresión del comunismo, como si bajo ese régimen no pudiera existir otra forma de organización política. El texto deja la sensación de que Arendt se fundamenta en el hecho de que la URSS era el primero (y único) estado comunista para presentar su ordenamiento político totalitario como el único posible.

Para Arendt, el totalitarismo buscaba “no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos”.16 Es cierto. Tanto en el capitalismo como el comunismo se ha mostrado este nivel de insania. Lo que ocurre es que su texto sugiere todo el tiempo que el nazismo es una excepción, que el capitalismo tiene otras caras, mientras que la del "comunismo" es solo esa, la totalitaria.

No entraremos, en todo caso, a discutir aquí las dramáticas condiciones en que se desarrolló el capitalismo desde sus inicios, ni su expansión colonial, cuyas dramáticas consecuencias Arendt no desconoce. Un tal estudio nos alejaría de los propósitos en este trabajo. Pero estamos ya en un terreno muy distinto al de sus preocupaciones. Para ella, estaba en juego “la naturaleza humana como tal”. 17 Sí, estaba y está en juego. Pero, como hemos visto, no por las causas que sugiere. Quizás era más bien como veían Horkheimer y Adorno. En tiempos como los actuales –decían– “la angustia ha llegado al culmen, el cielo se abre y vomita su fuego sobre los ya perdidos”. 18 Rearme, ultramar, tensión en el Mediterráneo y otro conceptos “han terminado por ocasionar a los hombres una angustia real…” 19 En Alemania –agregan– “el fascismo venció con una ideología groseramente xenófoba, anticultural y colectivista”.20 Ahora devastaba la Tierra. Ya entonces lo vislumbraban: no está todo dicho, afirman. Nada asegura que “sus naciones puedan convertirse en menos xenófobas, anticulturales y pseudocolectivistas que el fascismo del que han debido defenderse”.21 “La derrota del alud –concluyen­– no interrumpe necesariamente el movimiento. El principio de la filosofía liberal era el de tanto-una-cosa-como-la-otra. Hoy se diría que rige el de o-esto-o-lo-otro, pero como si ya todo estuviera decidido hacia lo peor”.22

De modo que tampoco parece tener razón Arendt cuando afirma que “el lazo entre los países totalitarios y el mundo civilizado quedó roto a través de los monstruosos crímenes de los regímenes totalitarios”.23 Quizás lo cierto es lo contrario, que ese mundo “civilizado" se realiza en los regímenes totalitarios, de los cuales los mencionados son solo dos, ocasionales. Han generado terror. Terror como ley de un movimiento cuyo objetivo último, dice Arendt, “no es el bienestar de los hombres o el interés de un solo hombre, sino la fabricación de la Humanidad, elimina a los individuos en favor de la especie, sacrifica a las ‘partes’ en favor del ‘todo’”.24 Pero, nuevamente, quizás veían más lejos Horkheimer y Adorno para quienes la conclusión a la que han llegado los conservadores, de que terror y civilización son inseparables “está sólidamente fundada”. La civilización se ha desarrollado “bajo el signo del verdugo”. A tal punto que “no es posible deshacerse del terror y conservar la civilización”.25 Veían más lejos y más hondo.

No he terminado, en todo caso, con Arendt. Vamos a detenernos un momento en su idea de imperialismo, cuyos vínculos con la de totalitarismo señala. No deja de ser curiosa la forma como lo plantea. Atribuye el surgimiento del imperialismo a la “incongruencia del sistema Nación-Estado con el desarrollo económico e industrial del último tercio del siglo XIX”, una forma de “expansión por la expansión” que habría comenzado no antes de 1884.26 Arendt se está refiriendo, probablemente, a la Conferencia de Berlín de 1884, en la que participaron Inglaterra y Francia, además del anfitrión, para repartirse las colonias de África. Una conferencia que venía a tratar de acomodar los intereses de las mayores potencias coloniales de la época, que desde hacía muchos años se habían instalado en el continente africano, al igual que otros países europeos. No solo en África se había desarrollado la ambición colonial, también a Asia habían extendido sus intereses las potencias europeas. La India, por ejemplo, se había convertido en colonia británica en 1858, mucho antes de la conferencia de 1884.

La visión de Arendt, tampoco en este caso se sustenta en hechos históricos. Del mismo modo que no es posible justificar la fecha elegida para dar inicio a ese período –en realidad, Arendt afirma que “rara vez pueden ser fechados con tanta precisión los comienzos de un período histórico y raramente fueron tan buenas las posibilidades de los observadores contemporáneos para ser testigos de su preciso final como en el caso de la era imperialista”27– tampoco tiene sustento la afirmación de que “los británicos liquidaron voluntariamente su dominación colonial”. Para Arendt esto sigue siendo uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia del siglo XX.28 Reflexión similar hace en torno a la dominación francesa sobre Argelia, un territorio que Francia había considerado siempre tan suyo como el département de la Seine, y al que el general De Gaulle “se atrevió a renunciar” en 1962.29 Desaparecen así, como por arte de magia, los ocho años de la terrible guerra de independencia conocida como “Batalla de Argelia” que obligaron a Francia a renunciar a su dominación colonial, del mismo modo que la resistencia contra la dominación colonial y la lucha por la independencia en la India. Solo así puede Arendt afirmar que “cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todavía intacta autoridad de De Gaulle, se atrevió a renunciar a Argelia pareció haberse llegado a un punto sin retorno” del período.30 .

Arendt agrega otros conceptos sobre el imperialismo que no dejan de sorprender, como cuando afirma que

las inversiones privadas en tierras alejadas, originalmente el primer motor de las evoluciones imperialistas, son hoy superadas por la ayuda exterior, económica y militar, facilitada directamente por los Gobiernos. (Sólo en 1966 el Gobierno americano gastó 4.600 millones de dólares en ayudas y créditos al exterior, más 1.300 millones anuales en ayuda militar durante la década 1956-65, mientras que la salida de capital privado en 1965 totalizó 3.690 millones de dólares y, en 1966, 3.910 millones)1. Esto significa que la era del llamado imperialismo del dólar, la versión específicamente americana del imperialismo anterior a la segunda guerra mundial, que fue políticamente la menos peligrosa, está definitivamente superada.31

Quizás sea oportuno traer aquí la cita de Hofiman, recordando a Horkheimer y a Poulantzas, cuando dice que deberíamos quedarnos callados sobre el fascismo, a menso que estemos dispuestos a dicutir también sobre el capitalismo.32

Es imposible sostener estas afirmaciones si las confrontamos con los hechos. Las fuentes de Arendt, citadas en su trabajo, son los artículo de Leo Model, “The Politics of Private Foreign Investment”, y el de Kenneth M. Kauffman y Helena Stalson, “U. S. Assistance to less developed Countries, 1956-1965”, ambos publicados en la edición de julio de 1967 de la revista Foreign Affairs.

Una revisión cuidadosa de ambos artículos no permite, de ninguna manera, llegar a la conclusión a la que llega Arendt, sino a todo lo contrario. Los datos que cita están en el primer párrafo del artículo de Model. Ahí dice que “en 1966, el gobierno otorgó 4,6 mil millones de dólares en ayuda económica y créditos externos, y los gastos militares en el exterior fueron de 3,6 mil millones (además de la ayuda militar), mientras que la exportación de capitales privados fue cercano a los 4 mil millones de dólares”.33 Pero sacar de ahí la conclusión de que la importancia de la política imperialista “ha desaparecido ahora por completo” solo es posible si no se ha leído nada más en los dos artículos. Model destaca el monto de las ganancias de las empresas norteamericanas en el extranjero que alcanzaron, en 1966, los siete mil millones de dólares, de los cuales 5,6 mil millones fueron reenviados a los Estados Unidos. A esto se suman otros mil millones por conceptos de royalties y gastos administrativos (fees).34 “El papel de las inversiones directas norteamericanas en el extranjero es asombroso”, afirma Model.35 Considerando los beneficios mutuos que derivan de las inversiones directas norteamericanas deberíamos preguntarnos por qué hay tanta preocupación sobre eso. Su respuesta es que ningún país quisiera ver sus industrias básicas controladas por extranjeros, aun por extranjeros eficientes y amigos. Una respuesta que, evidentemente, no aclara el problema planteado, ni aporta razones para entender la resistencia a unas inversiones que solo parecen traer beneficios.36

Además de las inversiones, Kauffman y Stalson revisan también las cifras de la asistencia norteamericana a los países en desarrollo en la década comprendida entre 1956 y 1965. Hablan de “asistencia económica” y de “ayuda militar”. Ninguna de las dos son donaciones. La ayuda, afirman, “ha estado vinculada de forma creciente a compras en los Estados Unidos”.37 Señalan también que “en América Latina el servicio de la deuda en años recientes ha alcanzado cerca de la mitad de los gastos brutos en ayuda”.38

Estos son temas que Sáenz trató ampliamente en diversas de sus obras. Pero, si no me equivoco, Arendt no leía español. Le hubiese servido conocer la obra de Sáenz (ya publicada en su época) para entender mejor, sobre todo en lo relativo al papel del imperialismo norteamericano en el período de posguerra. Eso le hubiese evitado decir que cualesquiera sean “las causas de la ascensión americana al poder mundial, la deliberada prosecución de una política exterior encaminada a ese poder o una aspiración al dominio global no figuran entre ellas”.39

Pero Arendt es generosa con sus ancestros. En su opinión, este fenómeno del imperialismo “ conduce a una ruptura casi completa en el continuo fluir de la historia occidental tal como la hemos conocido durante más de dos mil años”, época en que “los horrores todavía eran caracterizados por una cierta moderación y controlados por la respetabilidad y que, por eso, podían quedar adscritos a la apariencia general de cordura”.40 Pese a eso, la misma Arendt se refiere más adelante al horror que la colonización belga en el Congo. “ Un caso aún peor es, desde luego, el de Leopoldo II de Bélgica, responsable de las más negras páginas de la Historia de África. ‘Había sólo un hombre que pudiera ser acusado de los ultrajes que redujeron la población nativa [del Congo] de entre 20 a 40 millones, en 1890, a 8.500.000, en 1911, Leopoldo II’”.41 Pero, agrega, “debemos también admitir una cierta nostalgia respecto de lo que aún puede ser denominado ‘Edad de Oro de la seguridad’”.42

¡No habíamos llegado todavía a la era de los totalitarismos! Es en los 30 años que van desde lo que Arendt identifica como el inicio de la época imperialista (1884) hasta el inicio de la I Guerra Mundial (1914), cuando acabó la rebatiña por África43 donde ubica el “nacimiento de los panmovimientos”.44 Hecho importante en su visión del mundo, porque es en estos panmovimientos (pangermanismo y paneslavismo) donde enraíza el orden totalitario germano y ruso sobre el que, luego, va a fundar su idea de totalitarismo. Imperialismo que podría considerarse “ como una fase preparatoria de las subsiguientes catástrofes”.45

Lo que sigue es la propuesta de que el “acontecimiento central del período imperialista en el interior de Europa fue la emancipación política de la burguesía, que hasta entonces había sido la primera clase en la Historia en lograr una preeminencia económica sin aspirar a un dominio político”.46 Solo así puede decir, a continuación, que “las instituciones nacionales resistieron la brutalidad y la megalomanía de las aspiraciones imperialistas y los intentos burgueses de utilizar el Estado y sus instrumentos de violencia para sus propios objetivos económicos hallaron siempre un éxito a medias”.47 Algo que cambiaría cuando esa burguesía apostara todo al movimiento nazi. Pero Arendt también es generosa con esa burguesía, una clase que dio origen al imperialismo solo cuando las limitaciones nacionales comenzaron a limitar su expansión económica.48 La expansión imperialista, decía, se desencadenó por lo que le parecía “un curioso tipo de crisis económica”.49 Se trataba de “la superproducción de capital y la aparición de dinero ‘superfluo’, resultado de un exceso de ahorro que ya no podía hallar inversiones productivas dentro de las fronteras nacionales”.50 Como decía Cecil Rhodes, el colonizador británico del sur de África, “había que ‘despertar al hecho de que no se puede vivir a menos de que se posea el comercio del mundo’”.51

Es en la exportación del capital excedente, en la búsqueda de mercados y de materias primas que se unen dos fuerzas: el capital superfluo y la mano de obra superflua, que abandonan el país al mismo tiempo,52 alianza que Arendt ubica en el origen “de cada consecuente política imperial”53 y que condujo, finalmente a la burguesía alemana a “confesar abiertamente su relación con el populacho, llamándole expresamente para que defendiera sus intereses de propiedad”.54 “El hecho de que este populacho pudiera ser empleado sólo por los políticos imperialistas e inspirado sólo por las doctrinas racistas hizo que pareciera como si solamente el imperialismo fuera capaz de liquidar los graves problemas internos, sociales y económicos de los tiempos modernos”.55

En su visión no eran ni el imperialismo, ni las guerras provocadas por la necesidad de expansión de la burguesía alemana, los problemas del mundo político moderno, sino la amenaza totalitaria, que termina por ocultar las ambiciones imperiales de una burguesía triunfante y depredadora. Del mismo modo que, por el otro lado, ya no se trataba de la confrontación con el socialismo soviético, sino que el problema era el totalitarismo bolchevique.

La idea de raza se va construyendo en este proceso de colonización de África, “ cuando y donde los pueblos se enfrentan con tales tribus de las que carecen de conocimiento histórico y que no poseen una Historia propia”.56 Eran seres humanos que carecían del específico carácter humano “de forma tal que cuando los hombres europeos mataban, en cierto modo, no eran conscientes de haber cometido un crimen. Además, la insensata matanza de las tribus del continente negro estaba completamente conforme con las tradiciones de las mismas tribus”.57 Es en esta articulación de la expansión capitalista, de la fiebre del oro de Sudáfrica convertida en una “empresa descaradamente imperialista”58 y el racismo “como medio de dominación” donde Arendt alimenta su idea de totalitarismo, ya desvinculada de su origen –ahora lejano– capitalista.

Arendt es capaz de ver que “en la época imperialista una filosofía del poder se convirtió en la filosofía de la élite, que rápidamente descubrió y estaba completamente dispuesta a reconocer que la sed de poder sólo podía apagarse mediante la destrucción” 59 (es en esta parte de su texto donde surge la figura de Walter Benjamin y su crítica a la idea de “progreso”). Pero no sacó de eso las conclusiones lógicas sobre la naturaleza del capitalismo, ni fundó en esta visión el origen de una crisis que terminará reduciendo a la idea de “totalitarismo”.

Tampoco tiene peso en sus reflexiones posteriores la idea de que “un sistema social esencialmente basado en la propiedad no puede posiblemente llegar a nada más que no sea la destrucción final de la propiedad”.60 Todo esto se perderá en los tortuosos caminos que transita hasta llegar a la idea de totalitarismo, alejada ya del papel de la burguesía y del imperialismo y vinculada al surgimiento de los panmovimientos.

El milagro estaba hecho. Eran ahora las posesiones coloniales Africanas “el más fértil suelo para el florecimiento de lo que más tarde sería la élite nazi”. Pero ya no se trataba de las empresas mineras e industriales de África, de las necesidades de invertir la “riqueza superflua acumulada” 61, sino que “allí vieron con sus propios ojos cómo podían ser convertidos en razas los pueblos y cómo simplemente tomando la iniciativa en este proceso, podía uno impulsar a su propio pueblo hacia la posición de la raza de señores”.62

Un movimiento que Arendt explica con más detalle:

Cuando el populacho europeo descubrió qué ‘maravillosa virtud’ podía ser en África una piel blanca, cuando el conquistador inglés en la India se convirtió en un administrador que ya no creía en la validez universal de la ley, sino que estaba convencido de su propia e innata capacidad para gobernar y dominar, cuando los matadores de dragones se convirtieron bien en ‘hombres blancos’ de ‘castas superiores’, o en burócratas y espías, jugando el gran juego de motivos ulteriores e inacabables en un inacabable movimiento; cuando los Servicios Británicos de Información (especialmente después de la primera guerra mundial) comenzaron a atraer a los mejores hijos de Inglaterra, que preferían servir a fuerzas misteriosas por todo el mundo mejor que al bien común de su país, el escenario pareció estar ya dispuesto para todos los horrores posibles.63

Había salido el conejo de la chistera. Ya podía afirmar que “el nazismo y el bolchevismo deben más al pangermanismo y al paneslavismo que a cualquier otra ideología o movimiento político.64En una confusa explicación sobre el surgimiento del Estado-Nación como resultado de la reivindicación de la representación popular y de la soberanía nacional hecha durante la revolución francesa, Arendt ve surgir dos factores que en el siglo XVIII se hallaban aun separados y que “permanecieron separados en Rusia y en Austria-Hungría: la nacionalidad y el Estado”. 65 Rusia, cuya intelligentsia era paneslavista, y Austria, cuna del pangermanismo.66 En las dos naciones la hostilidad hacia el Estado seguía fluyendo, alimentada por los panmovimientos que terminaron ocupando el espacio de los partidos y reivindicando los intereses nacionales más allá de los intereses particulares que reivindicaban los partidos.

Es así como Arendt va construyendo (o deconstruyendo) una relación entre las necesidades de una burguesía que necesitaba ampliar mercados y garantizar el abastecimiento de materias primas que dieron origen al imperialismo, sustituyéndola por otra que construye a partir de esa visión racial. Será precisamente esa la que dará origen a su propuesta de totalitarismo, asentada en una idea mucho más antigua: la de los panmovimientos. Del racismo diría que, como medio de dominación de blancos y negros, ya era usado mucho antes de que el imperialismo surgira como gran idea política.67 Solo que el imperialismo no era una “gran idea política”, como afirma ella, sino una cruel y ambiciosa expresión de los intereses (o de las necesidades, como diría Arendt) de un capitalismo en expansión. Y aunque en el imperialismo se expresaban ideas racistas, no sería ese el eje de su orientación política, sino que lo sería la lucha contra los movimientos socialistas surgidos ya en el siglo XIX, y que se manifestaron tanto antes, como durante y después de la II Guerra Mundial.

¿Quiere eso decir que la idea de totalitarismo no tiene asidero en determinados órdenes políticos, que el análisis de Arendt sobre el totalitarismo carece completamente de sustento en hechos histórico?

No, no creo eso. Su libro aporta valiosa y abundante reflexión sobre el orden político totalitario aunque, aquí también, no deja de sorprender con algunas afirmaciones como la de que “nada resulta más característico de los movimientos totalitarios en general y de la calidad de la fama de sus dirigentes en particular como la sorprendente celeridad con la que son olvidados”.68 O la afirmación de que el individualismo burgués constituía un obstáculo positivo a los movimientos totalitarios o que “los movimientos totalitarios pueden justamente afirmar que son los primeros partidos verdaderamente antiburgueses”.69

Notas:

1 Se trata del texto de Franz Neumann(2009). Behemoth. Oxford University Press.

2 Sáenz, Vicente (1955). América hoy como Ayer. Ed. América Nueva, México, D.F. Pág. 54s.

3 Id. id. pág. 23s

4 Arendt, Hanna (1998). Los orígenes del totalitarismo. Pág. 256, nota 12.

5 Id. id.

6 id. id. Nota 13

7 Ver artículo de Reto Hofmann, The fascist new-old order en Journal of Global History (2017), 12, pp.166–183. Cambridge University Press.

8 Ver el capítulo “El ‘genio militar’ de Stalin”, en el discurso de Kruschov.

9 Op. cit. Pág. 318.

10 Sáenz, Vicente (1942). Cosas y hombres de Europa. Ediciones Liberación. México, D.F. Pág. 12.

11 Para el análisis del Pacto de Múnich, ver Guión de Historia Contemporánea de Sáenz, p. 152ss

12 Op. cit. Pág 334.

13 Op. cit. Pág. 335

14 Ver América hoy como ayer p. 117s, p. 145

15 Op. cit. Pág. 336

16 Id.Pág. 366

17 Op. cit. Pág. 337

18 Horkheimer, Max y Adorno, Theodor (2016). Dialéctica de la Ilustración. Ed. Trotta. Madrid. Pág. 256

19 Id. id.

20 Id. id.

21 Id. Pág. 256

22 Id. id.

23 Op. cit. Pàg. 370

24 Op. cit. Pág. 373

25 op. cit. Pág. 251

26 Op. cit. Pág. 11

27 Id. id.

28 Id. id.

29 Id. id.

30 Id. id.

31 Id. Ver nota 1, pág. 12

32 Ver op. cit., “The fascist new-old order” en Journal of History, de Cambridge University Press. Pág. 168

33 Los artículos fueron publicados en el volumen 45, número 4, de Julio de 1967, de la revista Foreign Affairs. El texto, en inglés, dice lo siguiente: In 1966, the Government provided $4.6 billion in economic aid and foreign credits, and military expenditures abroad were $3.6 billion (apart from military aid), while the outflow of private capital was close to $4 billion.

34 Ver artículo de Model, p. 1

35 Id. p. 2

36 Sáenz analiza el tema en sus libros, tanto en América hoy como ayer (p. 104), como en Rompiendo Cadenas (p. 117)

37 Ver Foreign Affairs, pág. 717

38 Ver Rompiendo Cadenas. P. 121ss

39 Op. cit. Pág. 13

40 Op. cit. Pág. 116

41 Op. cit. Nota 2. Pág. 163

42 Op. cit. Pág. 116

43 Id. id.

44 Id. id.

45 Id. id.

46 Id. Pág 116

47 Id. Pág. 117

48 Id. Pág. 118

49 Id. Pág. 125

50 Id. id.

51 Id. Pág. 123

52 Id. Pág. 136

53 Id. Pág. 140

54 Id. Pág.141

55 Id. Pág. 142

56 Id. Pág.168

57 Id. Pág. 168

58 Id. Pág. 176

59 Id. Pág. 132

60 Id. Pág. 132s

61 Id. Pág. 173

62 Id. Pág. 179

63 Id. Pàg. 190

64 Id. Pág. 191

65 Id. Pág. 196

66 Id. pág. 193

67 Id. Pág. 170

68 Id. Pág. 253

69 Id. pág. 259

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