jueves, 28 de diciembre de 2017
El pueblo en insurrección y la oligarquía en represión
Por Galel Cárdenas
Nada hay tan horroroso que tratar con una oligarquía analfabeta, con un ejército fascista, una iglesia retrógrada y unos medios tarifados a cual mejor postor. Todos convertidos en una claque indigna, desvergonzada y portadora del odio de clase más desaforada que pueda uno imaginar.
Todos a la voz de una queriendo tapar el sol con un dedo, con el dedo anticomunista de la época de los años sesentas cuando la guerra fría estaba en su más alto perfil en contra de la revolución cubana y su líder mundial Fidel Castro.
Desde aquella época han usado la misma aburrida frase del anticomunismo, convertida a lo largo de los años en un cacharro destruido por la misma realidad social, esa realidad que tratan por todos los medios, de manipular, borrar, olvidar, destruir, manosear, usando los mismos argumentos deleznables, inventando enemigos supuestos que traen a Honduras ideas exóticas con armas supuestas de carácter fantástico propias de la “Guerra de las Galaxias”, película de ciencia ficción que inundó la mente de los niños pequeños burgueses y burgueses.
Y salen a la palestra pública personajes que tienen en la cabeza el serrín de la anti patria, el lodo de la explotación, el residuo excrementicio del rencor odioso del poder omnímodo.
Y como no pueden siquiera abrirse campo en el horizonte del conocimiento moderno, de la ideología científica, de la política contemporánea, entonces recurren a la calumnia, al descrédito, a la falsedad, a la mentira y al embuste, al engaño, al absurdo y a la fábula.
Los periodistas chocarreros de los medios de comunicación del poder fáctico económico, político y religioso, todos están tasados con la misma vara de medir de la corrupción, todos anegados por el dinero del pueblo, comprados como mercancía de la más baja calidad productiva, dinero incluso del narcotráfico.
Y en cada emisión producen nuevas fábulas, como si ellos fueran huéspedes del manicomio reaccionario y antiguo de un alegato ideológico rebasado por algo que no conocen: la dignidad humana, la aspiración de vivir con equidad en la sociedad de la justicia, la soberanía electoral, el anhelo de construir una nueva patria, que ellos, los mercenarios de la noticia no se imaginan siquiera la frescura y la igualdad que tendrá ese proyecto de un país libre, soberano e independiente.
Como canes de la infierno, como agoreros de la maldad, como adivinos de poca monta, como nigromantes de la perversión, como hechiceros de la depravación, salen hacia la vía pública a producir una verborrea desquiciada, descompuesta, diciendo la locura de su iniquidad, de su miedo al pueblo, de su aniquilación moral.
Y entonces fabulescos traen a colación monstruos míticos que sólo existen en sus cabezas de monjes enloquecidos por la avaricia, el deshonor, la ambición, el desconsuelo de la pérdida de la credibilidad ante un pueblo que les dice basta.
Y podrán seguir destapando su cloaca de mentiras absurdas llenas de odio insuperable, acusando a la Alianza de Oposición contra la Dictadura de cuantos delitos se les ocurran en su rol de defensores de una dictadura asesina, masacradora del pueblo, represora de la sed de justicia que habita en los corazones y pensamiento de una ciudadanía efervescente que reclama la elección de su presidente justo vencedor de las urnas réprobas del tirano.
El dictador compra a manos llenas todo cuanto puede, convirtiendo a los mercenarios venales y esbirros en loros parlantes de la ignominia, en cotorras parlanchinas y en cacatúas hablantes de un régimen que se cae a pedazos, por su corrupción, por su actividad narcotraficante, por su violación de los derechos humanos.
Y como dice el pueblo en las calles, la dictadura caerá, caerá, caerá.
Aunque saquen a relucir sus viejas tácticas de opresión, acallamiento de la libre expresión, asesinato predeterminado, en fin, saquen a trabajar sus asalariados medios comunicativos del odio y la desmesura calumniosa.
El pueblo está insurreccionado y la oligarquía está asesinándolo en cada toma de carretera, de calle, de esquina, de travesía, de arteria, en fin, una insubordinación generalizada de ciudadano civil, pobre, explotado, esquilmado y perseguido.
¿Callarán las balas el grito de los patriotas indignados?
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