sábado, 17 de octubre de 2015

Joseph Stiglitz, la economía vulgar y el socialismo



Por Francisco Umpiérrez Sánchez

Rosa Guevara Landa publicó en Rebelión un artículo titulado Más Sobre Joseph Stiglitz y el euro, donde criticaba mi posición sobre este economista y su concepción del euro. Con este trabajo pretendo aclarar algunos conceptos que están en la base de mi crítica. Aconsejo al lector que lea previamente el artículo de Rosa Guevara, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=204159, para que entienda mejor el sentido de mis palabras.La economía convencional ha sido denominada tradicionalmente desde las posiciones marxistas como economía vulgar. Joseph Stiglitz es un representante de la economía convencional, como lo es Krugman y como lo son todos los representantes de la economía capitalista. De ahí que Joseph Stiglitz pueda ser catalogado como economista vulgar. Tal vez el adjetivo de vulgar pueda ser tomado como un adjetivo de desprecio, pero no es así, sencillamente es la forma de catalogación histórica que se emplea desde Marx, que creo que fue quien la acuñó. Esta catalogación no implica el no reconocimiento de la necesidad de la economía convencional ni tampoco la aseveración de que sus representantes no estén informados o que sean tontos. Joseph Stiglitz es uno de los excelsos representantes de la Nueva Economía Keynesiana, esto es, una teoría económica que al afirmar que el mercado tiene fallos deduce que necesita de regulaciones. De ahí que Stiglitz, Krugman y el resto de representantes de la Nueva Economía Keynesiana hayan afirmado que la causa principal de la crisis financiera desatada en 2008 se encuentra en el hecho de que el neoliberalismo desregularizó el mercado; añadiendo un factor subjetivo: la codicia, en especial la de los representantes del capital financiero.
En la sección dedicada a la renta y sus fuentes de El Capital, Marx formula la siguiente sería de ideas: “La economía vulgar no hace más que traducir, sistematizar y defender doctrinalmente las ideas de los agentes de la producción cautivos de las relaciones de producción burgués. Por eso no debe maravillarnos que la economía vulgar se encuentre perfectamente a gusto precisamente bajo la manifestación extrañada de las relaciones económicas, en las que éstas aparecen prima facie como contradicciones perfectas y absurdas, y que estas relaciones aparezcan tanto más evidentes cuanto más ocultan en ellas su nexo interno, pero son más familiares a la concepción corriente. Por eso no tiene la menor idea de que la trinidad de la que parte: tierra-renta, capital-interés, trabajo-salario o precio del trabajo son tres composiciones imposibles prima facie”. Y así es: en todos los tratados de economía convencional, incluidos los tratados de Krugman y Stiglitz, se parte de esa trinidad. Y a este respecto hay que destacar dos cuestiones: una, que esa trinidad constituyen la manifestación de formas extrañadas de las relaciones económicas, y dos, que estas formas extrañadas parecen más evidentes cuanto más ocultan su nexo interno, aunque sean más familiares a la concepción corriente. Añado otra cosa: en la concepción de Marx el análisis de la transformación de la mercancía en dinero constituye un punto clave de su concepción económica, mientras que en la economía convencional no hay ninguna sección especial dedicada al estudio de la naturaleza del valor ni al origen del dinero.
En el Apéndice dedicado a la economía vulgar de la obra titulada Teorías de la Plusvalía,   Marx se expresa en los siguientes términos: “En cambio, al llegar al capital a interés encontramos ya el fetiche consumado. Es éste el capital perfecto, en cuanto unidad del proceso de producción y proceso de circulación, que, por tanto, arroja determinada ganancia en un periodo de tiempo determinado…Con el capital a interés se perfecciona este fetiche automático, el valor que se valoriza a sí mismo, el dinero que alumbra dinero, sin que bajo esta forma se traduzca las cicatrices de su origen. La relación social adquiere aquí su manifestación acabada, como la relación de una cosa (dinero, mercancía) consigo misma”. Dicho de forma directa: en el capital productor de interés la enajenación y cosificación de las relaciones capitalista adquiere su manifestación acabada. En el capítulo 17 de la afamada obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, J.M. Keynes dice lo siguiente: “La tasa monetaria de interés no es otra cosa que el porciento de excedente de una suma de dinero contratada para entrega futura, por ejemplo, a un año de plazo, sobre la que podemos llamar el precio inmediato (spot) o efectivo de esa suma”. Esta concepción del capital productor de interés la tienen todos los economistas convencionales, incluido Joseph Stiglitz. Son presas de las relaciones enajenadas capitalistas. No hablan del capital productor de interés, que es una categoría marxista, sino de la tasa de interés. Y las dos únicas determinaciones que tienen en cuenta son: una, la relación del dinero consigo misma, y dos, el tiempo que dura el crédito. Es obvio que los economistas convencionales no se preocupan por los nexos internos de esta forma económica con el resto de las formas económicas y mucho menos con la generación del valor por parte de los trabajadores, sino que la analizan como cosa y como relación externa. Y como dice Marx en la cita que antes transcribí pero no incluí: “Bajo la forma del capital productor de interés, se mantiene solamente esta determinación, (la relación del dinero consigo mismo a través del tiempo) sin la mediación del proceso de producción ni del proceso de circulación”.
Cuando en mi trabajo anterior hablaba de que “Stiglitz tiene una concepción cosificada del dinero y es víctima de la enajenación capitalista”, no debe plantearse el problema de la enajenación como un problema de conciencia sino como un problema de las formas económicas capitalistas. Según hemos visto, de acuerdo con las palabras de Marx, en el capital productor de interés las relaciones económicas se cosifican y se manifiestan en su forma extrañada y enajenada. Insisto: la cosificación se produce en las relaciones económicas y no en la conciencia teórica que la refleja. Y Joseph Stiglitz, siguiendo a Keynes, toma estas formas económicas como puntos de partida. No las cuestiona. Y de ese modo se separa profundamente de Marx. De ahí que sea correcto afirmar que Stiglitz es víctima de la enajenación capitalista. Y con esto no se le está despreciando como intelectual de izquierda ni se está afirmando que carezca de información sobre los fenómenos del mundo económico. Solo se le está catalogando en la corriente económica a la que pertenece: forma parte de las filas de la economía convencional y, por consiguiente, de la economía vulgar.
Con respecto a las relaciones de Stiglitz con el socialismo, empezaré por transcribir unas palabras suyas sobre las privatizaciones contenidas en su obra El malestar de la globalización: “A los Estados, en líneas generales, no les corresponde manejar empresas siderúrgicas y suelen hacerlo fatal (aunque las empresas más eficientes del mundo son las fundadas y gestionadas por los Estado de Corea y Taiwán, son la excepción). Lo normal es que las empresas privadas realicen esa tarea más eficazmente. Éste es el argumento a favor de la privatización: la conversión de empresas públicas en privadas”. Es evidente que respecto de la contradicción entre empresas públicas y privadas, Stiglitz toma partido por las empresas privadas: afirmando, primero, que los Estados manejan las empresas públicas de modo fatal, y después, que la empresa privada lo hace más eficazmente. Y aunque tiene como prueba evidente que los Estados de Corea y Taiwán son los que mejores gestionan las empresas siderúrgicas, sin embargo, los señala como excepción y no como ejemplo a imitar. Stiglitz cae en el mismo error que todos los economistas capitalistas: la falta de eficiencia de las empresas del Estado se debe en lo fundamental a que viven atrapadas en un mundo profundamente capitalista, y en especial bajo el cruel dominio del capital financiero. Las injusticias que cometen las empresas privadas contra los trabajadores, con deslocalizaciones, despidos, bajos salarios y falta de libertades sindicales, no puede hacerlo el Estado. Y en esto radica buena parte de su falta de eficiencia. Nada de lo afirmado impide que Stiglitz como Krugman deban ser estimados y apreciados como aliados desde las filas de la izquierda radical; pero sin perder de vista que son miembros destacados del socialismo burgués, del socialismo que busca redimir a los pobres no transformando las relaciones económicas capitalistas en relaciones económicas socialistas, sino reformando el capitalismo para hacerlo más civilizado y humano. 

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