martes, 27 de octubre de 2015

Hablemos también de la riqueza extrema



¿Es ético que existan ultramillonarios exitosos en sociedades completamente fracasadas como en Honduras?

Es tan escandaloso que haya decenas de miles de niñas y niños que salen todos los días a rebuscarse en las calles, y por eso mismo, sin oportunidad para estudiar, como que en el mismo territorio existan unas cuantas personas que tienen individualmente fortunas que están muy por encima de los cien millones de dólares. ¿Es esto normal? ¿Esto ocurre por la suerte de unos y la mala suerte de otros, o porque Dios bendice a unas personas y maldice a millones de gente?

Leyendas y mitos aparte. Lo que hay en esto es una sociedad que la hemos organizado sobre relaciones de inequidad, creadas y sostenidas por los que tienen poder y dinero. La extrema riqueza y la extrema pobreza son dos polos de un sistema estructuralmente injusto. Son polos que nunca se juntan, se repelan, se confrontan y uno existe en contraposición al otro, uno no puede existir sin ser corresponsable del otro. Es imposible que exista una extrema pobreza sin tener como contrapartida una extrema riqueza. En Honduras hay personas que ganan sesenta lempiras diarios mientras otras ganan 960 mil lempiras en el mismo día.

¿Por qué si nos preocupamos en reducir la extrema pobreza y destinar fondos para mejorar la calidad de vida de la gente más empobrecida, no nos preocupamos y tomamos decisiones para reducir drásticamente la extrema riqueza? Hay personas, incluso de muy buena voluntad, que dedican esfuerzos y recursos –incluso con apoyo de los supermillonarios-- para ayudar a gente que está en la extrema pobreza.

¿Qué será más efectivo? ¿Los programas para reducir la extrema pobreza o tomar decisiones para parar realmente la extrema riqueza? ¿O no será mejor hacernos la pregunta de cómo tocar las raíces del sistema productor de extremos? La polarización profunda no es ni la política ni la ideológica. La polarización de fondo es la que existe entre los ultramillonarios y los millones de empobrecidos. Esta polarización es la productora de escándalos y angustias cuyos lamentos suben hasta el cielo, y encararla a fondo es la máxima obligación ética, política y cristiana, si es que queremos vivir sin la violencia, la corrupción, la impunidad, la indignación y los odios que, con sobrada razón, pero sin faltar la dosis de hipocresía, preocupa en extremo a los moralistas, piadosos y personajes públicos de nuestro país.

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