martes, 20 de octubre de 2015
Eduardo “Tato” Pavlovsky (1933-2015): Ética, política y estética del teatro
Por Demian Paredes
El pasado 4 de octubre falleció Eduardo “Tato” Pavlovsky, a los 81 años. La singularidad de su enorme y extensa obra (teatral, psicoanalítica, periodística, política) radica en el profundo compromiso que tuvo (y mantuvo) a lo largo de su vida con su práctica, y ante las diversas (y generalmente disímiles, antagónicas, cambiantes, neuróticas) facetas o “caras” del ser humano, en distintas situaciones concretas –lo que él denominaba lo social histórico–. Su mente, su espíritu y su cuerpo sostuvieron una ética, una política y una estética que son de una riqueza invalorable.
Aquí tenderemos, apenas, y un tanto esquemáticamente –ya que las distintas “disciplinas” se imbrican, interactúan y se influencian en distintos grados–, algunos hilos alrededor de tresnúcleos que pueden ser considerados fundamentales en la vida y obra de “Tato” Pavlovsky: el teatro, el psicodrama, y el trabajo intelectual: crítico y periodístico.
1.
El teatro de Pavlovsky fue visceral, crudo, impiadoso; también “de resistencia” y esperanzado: hay un tratamiento de la lucha, de la injusticia y del deseo de felicidad. Como relató numerosas veces, su acercamiento al teatro provino de cuando presenció Esperando a Godot, de Samuel Beckett, aquella obra que ponía en escena la “absurdidad” de la existencia por medio de sus grotescos personajes. Un gran impacto (ante el vacío metafísico, ante la angustia existencial beckettiana) que lo llevó a la actuación y la dramaturgia.
Ionesco, Pinter, Stanislavski y Meyerhold: grandes autores que fueron parte de sus influencias y linaje teatral. De sus primeras obras “de vanguardia”, en la década de 1960 (recuperas en el tomo VII del Teatro completo de Pavlovsky, gracias a la fundamental labor del escritor, docente e investigador Jorge Dubatti) –un teatro “de búsqueda”, de “nuestros cotidianos estados de ánimo”, de “nuestras eternas preguntas incontestables”, como explicaba Pavlovsky en 1967– pasó luego a ocuparse de un aspecto particular de la subjetividad humana en sus obras: la represión: cómo existe, se mantiene y manifiesta, desde un “cotidiano”, la mentalidad y el accionar represivos. Tema: el genocidio. Objetivo: desnudar (recorrer, mostrar, expresar desde el arte dramático) la complicidad de sectores de la sociedad civil con los poderes establecidos (político-militar: estatal). Allí están obras como Potestad. Y, por otra parte, obras como El señor Laforgue y El señor Galíndez encarnaron y mostraron el accionar y la subjetividad del represor, y los mecanismos “institucionales” que los hacen posibles.
Con Variaciones Meyerhold, obra re-hecha en cada puesta en escena, se dio carnadura a quien fuera víctima –junto a su mujer– del terror estalinista, figura clave del teatro soviético. Y con La muerte de Marguerite Duras, dirigida por Daniel Veronese, Pavlovsky volvió a sorprender.
Otro tema que tocó de cerca fue la niñez –ahí está Telarañas–, la familia y la hipocresía (de clase media, pequeñoburguesa), “aggionando” la temática al presente (reacción política, económica y cultural neoliberal mediante). Los niños desnutridos, que nacían en pleno siglo XXI en los hospitales públicos y se morían en la provincia de Tucumán –y que fueron (triste) noticia– se transformó en Sólo brumas; y el tráfico de drogas y personas, la criminalidad y el incesto, fueron trabajados en su última obra –donde la ebullición de la multiplicidad dramática, los cambios de estados e intensidades, la metamorfosis es permanente y se mantiene constante–; una obra que se mantuvo en cartel (actuando también, junto a su compañera Susy Evans, Paula Marrón y Eduardo Misch) hasta hace muy pocos meses: Asuntos pendientes –ya publicada en libro–. Entre sus últimos proyectos, como comentó varias veces los últimos años, estaba el hacer una obra referida a Stalin, junto a uno de sus grandes amigos, Norman Briski.
Dramaturgo y actor, Pavlovsky no sólo encarnó muchos personajes de sus obras en el escenario, sino que también participó en películas –varias, basadas en sus mismas obras teatrales–. Reconocido internacionalmente, sus obras se representaron en América latina, EEUU y Europa. Recibió, merecidamente, decenas de premios, estudios y puestas en escena de sus obras.
2.
En el terreno del psicoanálisis, Pavlovsky fue un pionero: introductor de la técnica del psicodrama (y promotor de la terapia grupal), también fue firmante del Grupo Plataforma en los ‘70 (rompiendo con la institucionalizada APA, Asociación Psicoanalítica de la Argentina); expandió el campo de análisis, profundizando la cuestión acerca de los males y sufrimientos del individuo en contextos más amplios, conectándolo con la historia, con las luchas sociales y políticas de la época.
Corría el año 1971, y el comunicado que firmó Pavlovsky –junto a Marie Langer, Armando Bauleo, Emilio Rodrigué y Juan Carlos Volvonich, entre otros y otras– estaba dirigido “A los trabajadores de la salud mental” y anunciaba su separación de la Asociación Psicoanalítica Internacional –y su sede local–, y el ingreso al movimiento Plataforma Internacional. Reivindicando a Freud y al psicoanálisis, se planteaba la necesidad de aprovechar la “contribución de otras ciencias”: “Nuestra disciplina provee el conocimiento de las determinaciones inconscientes que regulan la vida de los hombres, pero la misma, como conjunto de prácticas sociales articuladas, está regida también por otros órdenes determinantes: fundamentalmente el sistema de producción económica y la estructura política”. “Nos pronunciamos” seguía diciendo el comunicado, “comprometiéndonos con todos los sectores combativos de la población que, en el proceso de liberación nacional, luchan por el advenimiento de una patria socialista”. Y finalizaba pronunciándose por “una ciencia comprometida con las múltiples realidades que pretende estudiar y transformar”. Como explicó Emilio Rodrigué, en un reportaje en 2001, Plataforma surgió “En el borde del Congreso Psicoanalítico Internacional de Roma, en 1968, cuando aún soplaban los vientos del mayo francés. […] Soñar era posible en esos años. Se respiraba la consigna ‘liberación social e individual’ y queríamos poner el psicoanálisis al rojo vivo” (citas extraídas de Darío Canton, Los años en el Di Tella (1963-1971), Tomo II de De la misma llama, Bs. As., Libros del Zorzal, 2005, pp. 397-401 y 433).
Volviendo al primer señalamiento, aquel ingreso de “lo teatral” a la función médica renovó las técnicas de análisis y las posibilidades de una mayor exploración, profundización y expresión de los participantes. Entre los muchos libros dedicados a estos temas, muchos de ellos grupales, colectivos, se destacan los que firmó junto a Hernán Kesselman –colega y amigo, también firmante de Plataforma–, con quien trabajó en esta área durante casi 50 años (entre otros, está el libro Estética de la multiplicación, reeditado hace poco tiempo).
Todavía en 1990, “Tato” Pavlovsky participaba, en La Habana, Cuba, de un “Tercer Encuentro Latinoamericano de Psicología Marxista y Psicoanálisis”. Según el mismo Kesselman, con Pavlovsky hemos perdido a “uno de los últimos representantes de los 70”.
3.
Respecto a la dimensión política, ideológica y periodística, “Tato” Pavlovsky se destacó como un agudo analista de la realidad argentina, latinoamericana e internacional. Una cantidad importante de artículos sobre teatro, psicoanálisis y política (especialmente los publicados en Página/12, en contratapa, en suplementos y secciones –prácticamente desde el nacimiento del diario hasta el presente–, además de otros diarios, revistas y publicaciones) se encuentra en Micropolítica de la resistencia, compilado y editado por Jorge Dubatti. Allí Pavlovsky vuelve a autores y temas clásicos, como Wilhelm Reich, Hannah Arendt y el genocidio nazi, buscando conectarlos con la última dictadura argentina, empleando algunas categorías (“posmodernas”) de Deleuze y Guattari (por izquierda: sin adoptar ningún supuesto “fin de la historia”, ni la exclusividad o preferencia de “lo micro” por sobre “lo macro”), y desarrolla un análisis de los acontecimientos tras la vuelta al régimen democrático pos 1983: la hiperinflación y los saqueos de supermercados, la llegada del menemismo (con su obscena y desembozada corrupción) y la ideología y modalidades reaccionarias de los medios masivos de comunicación y de cierto periodismo (por ejemplo la TV escudriñando ante los casos de Olmedo y Monzón); analiza el “Santiagazo” y las demás puebladas que se fueron sucediendo en las provincias del norte y sur del país, centrando su preocupación, fundamentalmente, en cómo las “maquinarias de guerra” del Estado se complementaban con una cultura y modos que imponían al sujeto contemporáneo una mentalidad “voyeurista”, de mirar pasivo (y acrítico), cómplice y aceptador del poder y el statu quo, de lo ya establecido. (En “Estéticas”, publicado en Página/12 el 28 de mayo de 1997, Pavlovsky escribía entusiasmado: “Nuevas éticas del cuerpo social en movimiento recorren nuestro país, creando nuevos y singulares territorios existenciales de lucha. Nuevas micropolíticas de las resistencias, producción de nuevas subjetividades que por contagio recorren el país. La belleza de las voces de Cutral-Có propagándose a Tartagal. ¿No son acaso bellas las imágenes de los fogoneros? También hubo belleza en las velocidades del Santiagazo. […] Ahora esperan Chubut y Jujuy. Ya nadie habla de organizaciones subversivas. Es voz de pueblo levantada e insurrecta que clama justicia”.) Pavlovsky alertó y denunció muy tempranamente los peligros de una “cultura” contemporánea donde esta es parte de un entramado subjetivo-social funcional a las represiones de los estallidos y luchas sociales. Para él, la “macropolítica” tenía como “gran desafío” “nutrirse de la visión de la micropolítica para combatir el fascismo […] que se transmite molecularmente, cuerpo a cuerpo, célula a célula a través de la sociedad y de sus microorganizaciones” (“La trama del fascismo”, artículo a propósito del triunfo electoral de Bussi en Tucumán). Y recordar el pasado, sí, pero para desarrollar, en el presente, una política que denuncie las futuras represiones ante nuevos momentos de lucha.
Como se dijo, el libro mencionado recupera discusiones sobre teatro: sobre sus mismas obras y las polémicas que generó (por ejemplo con Potestad, donde explicaba, en un artículo de 1988, que debía “como ‘actor’” “identificarse” con los sentimientos de los ladrones de niños durante la dictadura: sólo así podría manifestarse “la ambigüedad patológica de este tipo de personajes. Porque es la ambigüedad del represor lo que me interesa”, dijo), así como también las grandes figuras que admiró, ya mencionadas al comienzo de esta nota. Pavlovsky podía ocuparse de escribir sobre las experiencias del Che Guevara, casi de inmediato sobre una puesta teatral en algún festival de Europa, y luego sobre la situación política de Brasil o Perú, o defender de los ataques del gobierno al entonces diputado (trotskista) Luis Zamora, en 1990. ¡Dio incluso una discusión sobre fútbol e “hinchadas” a Umberto Eco!
Así, el teatro, la estética y el psicoanálisis fueron parte de la ética y de la política. Socialista, Pavlovsky militó en el trotskismo: en el PST, y durante un tiempo en el MAS. Luego, para el 90 aniversario de la Revolución Rusa, puso su voz a la película de Contraimagen Ellos se atrevieron. Y, los últimos años, aun sin dejar de oponerse al sistema y a todo los males que genera, simpatizó con el extinto Hugo Chávez, y mantuvo, junto a una amistad, su apoyo político a Pino Solanas. El poner el cuerpo a todo lo que hacía, su compromiso y crítica permanentes lo hizo blanco de la Triple A; lo obligó a exiliarse durante la dictadura, y a participar luego de la experiencia de Teatro Abierto, contra la misma.
Se fue un gran artista e intelectual, que deja una vastísima obra. Tal como le hacía decir a un personaje alter ego “resistente”, el Cardenal, en su obra Rojos globos rojos (1994/1996), “No podemos dejar de actuar […] , porque si dejamos de actuar tenemos miedo de morirnos en el vacío. […] preferimos morir en este encierro de no poder dejar de actuar nunca, porque acá y sólo acá, Cholo, podemos soñar la libertad ”.
Eduardo “Tato” Pavlovsky: un artista de vanguardia, un intelectual crítico, de izquierda, que desarrolló su teatro unido a los acontecimientos vitales de cada época histórica. Un soñador y un luchador de la libertad.
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