jueves, 19 de marzo de 2020
Nada es gratis
Rebelión
Por Antonio Lorca Siero
Hasta hace poco tiempo el que más o el que menos estaba en la creencia de que algunas cosas eran gratis, pero desde que se descubrió el plumero a los de internet con eso de los datos, la gente se ha convencido de que hay que pagar por todo. Pese a ello, la mayoría sigue empeñada en disfrutar de esas cosas que hacen la vida mejor, aun a costa de que la intimidad de cualquiera ande en boca de todos, pese a que se diga que es con fines comerciales. En estos casos, la ingeniería del tratamiento de datos hace maravillas y es capaz de sacar radiografías personales al momento para ser utilizadas con cualquier finalidad. No obstante, como decía alguien que no recuerdo, deja que se aprovechen, porque nosotros también nos aprovechamos. La cosa queda ahí, simplemente para confirmar que hoy nada es gratis y que cada cual hace lo que puede.
Como los entendidos, generalmente situados en la política, están habituados a trabajar con la ingenuidad de las masas, podría pensarse que ellos son los más listos del colectivo, pero no va a ser así. Tiempo atrás, con aquello de la CEE, se consideró estar ante un filón de dimensiones colosales. Era maravilloso que metieran dinero en el país en vagones para rescatarlo de la penuria de aquella época y que pudiera moverse la gente de un lado para otro sin trabas fronterizas o que se vendieran mercancías sin aranceles aduaneros o se compraran cosas de actualidad. Parecía muy bonito aquello del Mercado Común puesto que, además de progreso, traía mucho de lo que se llamaba bien-estar y a cambio no se pagaba ni un duro, porque todo era gratis.
Tal como sucede con el negocio de los datos de internet, ahora resulta que sale a la luz la triste realidad de aquel todo gratis . Los llamados euroescépticos se conciencian de que eso de la UE va más allá del mercado único y que, con el ambicioso proyecto de una futura unión política real, el imperio europeo no va dejar ni tan siquiera levantar cabeza a los que mandan por aquí, porque todo se decidirá desde la capital del poder. Probablemente los políticos elegidos por los ciudadanos quedarán en el paro, dado que su función será puramente burocrática, a la que luego habrá que acceder por oposición. La clase política lo tendrá difícil, porque ya no bastará la verborrea para agarrarse a un cargo público.
Las primeras advertencias para esta colonia del imperio eran meras ambigüedades que, no obstante, servían para poner al descubierto que su soberanía era una leyenda doctrinal. Un buen ejemplo venían siendo esos continuos cambios legislativos para adaptarse a las llamadas directivas , como exponente de progreso, que son un ordeno y mando sin contemplaciones. Ahora las cosas están mas claras. No basta con ordenar al ejecutivo y al legislativo lo que tienen que hacer, para que todo esté a gusto del que manda, sino que pretenden decir a los jueces cómo deben juzgar, desautorizando sus resoluciones, la jurisprudencia y las leyes nacionales.
Pese a la tendencia dominante, no todos los afiliados a ese mercado común europeo entregan su soberanía a cambio de supuestos beneficios comerciales y partidas dinerarias que imponen sumisiones incondicionales. Alguno reacciona a tiempo y ha salido corriendo del cercado, porque si bien se puede estar con un mercado común, no están dispuestos a pagar el precio de que se les mangonee desde el otro lado del canal.
Aunque los medios de comunicación convencionales hablan, pero procuran no dar cuerda al tema, a diferencia de lo que sucede con otros temas de actualidad, tal vez para no desentonar con la tendencia dominante o para que no se les considere simpatizantes de los aislados por el absurdo término de cordón sanitario, el asunto no deja de ser alarmante. El motivo es que, por unas u otras circunstancias, da la impresión al público de que se está dejando mal paradas a las instituciones, y eso no es prudente.
Cierto que en un imperio de naturaleza capitalista quienes dirigen son los tenedores del dinero, pero hay que aguardar las apariencias para no levantar suspicacias entre las gentes. De manera que ahora que se ha permitido descubrir que tampoco en este otro asunto había nada gratis, convendría dejar meridianamente claro que no hay dinero suficiente para comprar la sumisión de las instituciones de un país. Por eso, a seguir mandando vagones de dinero y a dejar intacta la soberanía, cuanto menos sobre el papel, aunque solo sea para tratar de demostrar a los ciudadanos que a veces hay algo gratis.
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