viernes, 6 de marzo de 2015

Ética para los tiempos de crisis



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Las crisis son una realidad permanente en nuestra vida social.  Pueden ser de varios tipos: coyunturales, transitorias o permanentes; abarcando a diferentes ámbitos, actores de la sociedad o a la sociedad en su totalidad.  Sin embargo, tal vez lo más interesante sea la manera como reaccionamos ante ella, la manera de enfrentarla, la búsqueda de salidas o soluciones, las propuestas concretas y los cauces para su manejo constructivo y viable.

Raramente nos preguntamos en el análisis social por un planteamiento de tipo ético.  Lo consideramos anacrónico, como fuera de lugar, sin sentido, poco operativo, desmovilizador, distractor o desfasado.  Sin embargo, olvidamos que a la base o lo que determina el comportamiento socio-político siempre hay una postura ética que determina el quehacer de los diferentes actores sociales, de las instituciones del país o, simplemente, del comportamiento ciudadano.

Teniendo esto en cuenta queremos recordar, un año más, el mensaje del Papa Francisco sobre la Cuaresma que acaba de iniciarse.  La motivación ética cristiana y evangélica nos inserta profundamente en nuestros problemas y realidad: “vivir la misión nos lleva al corazón del mundo, no es una fuga hacia el intimismo o el individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo, y mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual” (DA, 148).

Lo que se quiere combatir este año es la indiferencia.  Por eso el Papa nos recuerda que “uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia”.  Ante una realidad social compleja y de enorme amplitud, siempre nos acosa la tentación de la impotencia que va frecuentemente aparejada con la indiferencia.  En consecuencia, señala el Papa Francisco:

“pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quien no está bien.  Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, a tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia.  Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos”, dice el Papa.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos.  Por eso necesitamos oír cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.  Y un poco más adelante dice el Papa: “el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, de mi dependencia de Dios y de los hermanos”.

Este mensaje, pues, no está dirigido solamente al mundo cristiano, sino también al conjunto de la sociedad.  El que seamos creyentes, agnósticos o de cualquier otra creencia no nos exime para que nuestra vida esté regida por la ética.  Sobre todo, siendo conscientes de que el hecho de vivir en tiempo de crisis no significa que sea a igual a vivir sin valores, sin principios, sin jerarquía  ni prioridades.  Por encima de mi proyecto de vida, personal o grupal,  están los demás, sus necesidades, urgencias y problemas.  Por lo tanto, no puedo refugiarme en mi egoísmo, comodidad o conveniencia social.
Dependerá de todos y cada uno de nosotros y nosotras​ ​si queremos pasar a engrosar la gran masa de los indiferentes o vivir de acuerdo a un mínimo de principios y de ética para que nuestro país camine por la solidaridad y la fraternidad social. ¡Hagamos nuestro el mensaje papal sobre la Cuaresma para convertirnos de nuestro egoísmo y mediocridad social!

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