martes, 24 de marzo de 2015
Trilogía de la muerte
Oposición y oficialismo se disputan perpetuidad de Policía Militar
Las noticias parecen formar parte del paisaje cotidiano. Van en un microbús, unos tipos armados lo detienen, bajan a tres muchachas, las agarran del pelo, las obligan a tirarse en el cemento de la carretera y las masacran a disparos. Eran tres modelos. Dos días antes otra joven recoge el cadáver de su esposo, unos tipos la trepan a la fuerza a un vehículo, ella se resiste, la acribillan a tiros y la dejan tirada en la calle. Era modelo y esposa de un colombiano. Los cuerpos de tres jóvenes aparecen muertos con señales de violación y de tortura. Trabajaban en un centro nocturno. Y se metieron con unos narcotraficantes.
La policía o el primer parte policial no tiene desperdicio: asuntos pasionales vinculados con bandas delincuenciales. Ajuste de cuentas del crimen organizado. Una vez visto, leído y oído el parte policial viene la sentencia de los consumidores de cercos mediáticos: por andar en malos pasos los matan; la que mal anda mal acaba; así tienen que morir todos los delincuentes, y sin son mujeres, ellas se lo buscaron.
Y tras la sentencia, a dar vuelta a la página, a ver la novela o el partido de fútbol o a escuchar la siguiente noticia. Las muertes quedaron condenadas y en el olvido. Allá los familiares con sus propios dolores, a cargar las penas de sus muertas en el más atroz de los silencios, y a comerse sus lágrimas. Más vale boca cerrada que el peligro de ser acusados por lo mismo por lo que la policía y los consumidores de cercos mediáticos acusó a las muertas.
¿Y el proceso judicial? Es lo de menos. Todo acaba con el parte policial; lo del médico forense y la fiscalía es asunto de puro trámite. Los medios de comunicación se encargan de lo demás: publicidad al dictamen del Ministro de Seguridad o de cualquiera de sus policías o del oficial de FUSINA, y el envío de las muertes al rincón de los olvidos porque otros acribillados y acribilladas esperan el subsiguiente parte policial.
Al final de cuentas, las personas, físicamente abatidas en calles, carreteras, cañeras, hoteles o casas de habitación, quedan encharcadas con sus cuerpos irreconocibles. Esa es su primera muerte. La policía, pasando por encima de cualquier procedimiento, y sin que llegue jamás una sentencia judicial, declara a los acribillados como mareros, narcotraficantes o sencillamente del crimen organizado. Las autoridades acaban de matar por segunda vez a las víctimas.
El presentador de la noticia y la gente que escucha, lee o mira la noticia apuntan bien su dedo índice con el tiro moral de gracia a las acribilladas: así les pasa por andar en malos pasos, uno o varios menos, ojalá así las maten a toditas. “Lo que lamento –dijo un marchante—es que eran muy guapas”. Esa es la tercera muerte. Poco importa si las que fueron acribilladas o acribillados eran o no mareros o narcotraficantes. Quedaron malditos para una eternidad, o en el más cruel de los olvidos y de los silencios, en esta escuela oficial del terror por su efectiva trilogía de la muerte, para no dejar rastros de recuerdos ni de misericordias.
Menos mal que la cuarta muerte ya no les toca en directo a los acribillados y acribilladas. Nos toca a quienes advertimos esta trilogía mortal. Esa cuarta muerte nos viene aunque quedemos vivos, porque ¿quién puede sobrevivir sin ser ignorado, tras contradecir la versión oficial del presidente y de los protectores de los auténticos y honorables delincuentes, que nos dicen a diestra y siniestra, y hasta poniendo a Dios de reparo y otras alianzas de prosperidad en mano, que vamos por buen camino, y en una ruta fija hacia una vida mejor?
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