miércoles, 18 de marzo de 2015

De la capital industrial a la capital del crimen



Reforma y depuración de institución policial proponen expertos 

San Pedro Sula es un territorio privilegiado por su riqueza natural y por su ubicación geográfica. No solo tiene a sus pies el hermoso y fértil Valle de Sula, sino que está ubicado en el corazón de la zona noroccidental hondureña. Es decir, está en la zona más rica del país, es la ciudad satélite de los cuatro valles más fértiles de Honduras: valle del Aguán, valle de Lean, valle de Sula y los valles de Santa Bárbara.

En sentido contrario a su riqueza y posición estratégica, San Pedro Sula en la última década se ha posicionado como la ciudad más violenta. La ONG Seguridad, Paz y Justicia con sede en México, por cuatro años consecutivos ha ubicado la ciudad con mayor número de homicidios, sin estar en conflicto armado, destacando el liderazgo de San Pedro Sula en el ranking de las 50 ciudades más violentas del mundo. El Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras establece que en 2013 la ciudad alcanzó 193 homicidios por cada cien mil habitantes. Y así la ciudad cambió el canto de los zorzales por los sonidos de las 9 mm y las AK47.

El capital y la violencia son dos caras de una misma moneda en San Pedro Sula y están muy presentes en diversos escenarios. Entre los escenarios de mayor violencia está el Centro Penal, ubicado en el corazón de la ciudad, convertido en laboratorio de la violencia del valle de Sula. Si San Pedro Sula es el corazón que le bombea sangre, muerte y miedo a Honduras, el Centro Penal cumple el mismo papel en la ciudad, es una especie de “ciudad modelo” del crimen organizado, funciona con sus propias reglas y el Estado solo cumple el papel de avalador de lo que ahí se decide.

San Pedro Sula es uno de los municipios más importantes de Honduras, cuenta con una población cercana a 1 millón de habitantes, es el motor de la economía nacional, sede de los principales capitales nacionales y transnacionales. Sin embargo, esa riqueza es la principal arteria que desangra la ciudad. Esa riqueza está concentrada en unas pocas familias, y esta realidad de desigualdad convierte a la ciudad en un escenario con dos dinámicas en paralelo: así como le bombea capital a la economía nacional, así le bombea a borbotones sangre, terror y muerte a la sociedad hondureña.

A pesar de que hace un año le entregaron 60 millones de Lempiras a la municipalidad sampedrana, para hacerle frente al clima de inseguridad, la violencia sigue a sus anchas. Parece que el alcalde hace más acciones de candidato que de alcalde electo. Lo más sensato en la coyuntura actual, es que gobierno central y municipal deben reconocer que no tienen capacidad por sí solos de hacerle frente a la violencia. Deben reconocer que la violencia se les fue de las manos y que no se resuelve con patrullas, policías y balas. Si no tienen capacidad para enfrentar las consecuencias, menos tendrán para liderar un proceso que enfrente las causas estructurales que la sostienen. Por esa razón, es urgente que convoquen a los diversos actores sociales, políticos, económicos, culturales del valle de Sula para buscar una salida consensuada donde la vida esté por encima del capital y del cinismo político electoral.

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