miércoles, 3 de junio de 2015
¿Y, entonces?
Por Melissa Cardoza *
En los mercados de Tegucigalpa y en sus barrios, grupos criminales ya han establecido como debemos las mujeres vestir y arreglarnos el pelo. Desaparecieron las cabelleras rubias y rojas. Hay que quitarse ciertos tipos de pantalones, y confiar en que un día no se les ocurra que usemos sólo faldas largas como mandan algunos pastores, y nos prohíban trabajar, salir a la calle, ir a la escuela.
En las conferencias internacionales, el gobierno hondureño acepta recomendaciones sugeridas por las Naciones Unidas, menos las que tienen que ver con los derechos de las mujeres, porque según dicen sus voceras, sí, mujeres, se tienen que consultar con la sociedad. Entendemos que quiere decir con cardemales y opusdeistas que guardan sus crucifijos y biblias en los mismos cajones donde resguardan los cheques fraudulentos de los actos de corrupción de sus maridos y su clase social en contra de todo el pueblo hondureño.
En ambos lados de quienes desgobiernan las vidas se marca el cómo las mujeres debemos vivir, qué hacer o no con nuestro cuerpo, para qué vinimos al mundo y los límites de nuestro patio.
En medio de ello la cultura popular repite y escupe en el espejo, se ríen los hombres porque las mujeres se pintan el pelo de negro aunque no les guste, las amenazas a muerte que se hacen contra cualquiera de nosotras en cualquier espacio social se cuenta como una anécdota, un desliz, se explica como otra “debilidad masculina”, los celos que provocan sometimiento y muerte son valor masculino.
Honduras sigue siendo uno de los peores países para vivir como mujeres. El mejor país para el ingenio y la osadía feminista en medio de tanta cultura impune, machista hasta entre los más progresistas, violenta en tantos símbolos y actos.
Por décadas se lucha por leyes que se vuelven contra nosotras, por décadas se remiendan los legajos que ellos rompen a su antojo para que nos entretengamos haciendo zurcidos, usan todos esos esfuerzos para decir que quienes mandan, políticos o machos diversos, son amiguísimos nuestros, que nuestras firmas respaldan sus actos de autoridad que encarnan en o fuera del gobierno.
Sabemos que mienten lúcidamente, pero hay que confirmarlo y dejar sus canchas, a menos que ahí deseemos estar porque algo de ventaja personal ofrece, legítimo deseo humano, pero no en nuestro nombre.
Sin duda el proceso organizativo, de comunicación, movilización y formación política feminista que hemos hecho por muchos años tiene sus frutos poderosos en gran cantidad de comunidades y ha horadado al patriarcado que lo sabe y nos muerde.
Hay que volver a leer este contexto, repensar, reinventar, recrear el proyecto emancipatorio feminista donde podemos jugar a mejorar las leyes de los machos, negociar espacios raquíticos en sus comunicados mesiánicos, aplaudir con desgano sus palabras “a favor de nosotras”, fingir como ellos, (menos los orgasmos), todo eso y más mientras sean pretextos para seguir fraguando la conspiración que nos urge.
* Escritora feminista hondureña
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