lunes, 9 de marzo de 2015
Hugo Chávez, autor intelectual
Por Fernando Vicente Prieto
“La era está pariendo un corazón”
Silvio Rodríguez
“Vamos a la reconquista del poder”, dijo al salir de la cárcel el 26 de marzo de 1994 y así lo hizo. Pero Chávez no se refería al poder como la relación de dominación propia de las administraciones anteriores. Hablaba por primera vez en nuestra era, la del siglo XXI, de superar el régimen liberal burgués y construir la democracia popular: participativa y protagónica.
En una sociedad dividida por la miseria y la desigualdad estructural, donde la democracia estaba expropiada al pueblo y secuestrada por el régimen bipartidista, Chávez basó su campaña electoral en una propuesta clara y radical: convocar a una Asamblea Constituyente y darle participación al pueblo.
El 2 de febrero juró “sobre esta moribunda Constitución” y convocó a un referéndum. Era la primera vez que se consultaba al pueblo venezolano sobre alguna decisión. El 82% dijo que quería una nueva Constitución y se eligieron los constituyentes. El 15 de diciembre de 1999, el 71% de los electores y electoras aprobó el nuevo texto en un segundo referéndum.
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela introdujo una gran cantidad de derechos humanos vulnerados durante toda la historia, pero al tanto que su enunciación no valía de mucho sin participación popular, el nuevo ordenamiento introdujo la revocabilidad de los cargos ejecutivos por mandato popular, por medio de referéndum, y un reconocimiento a la fuente originaria del poder: el pueblo soberano.
Poder popular
Anclado inicialmente en el modelo de “capitalismo con sensibilidad social” (también llamado “con rostro humano”), la dinámica de los acontecimientos rápidamente mostró la incompatibilidad entre avances sociales y capitalismo, del tipo que sea.
El golpe y contragolpe popular del 11 y el 13 de abril y la derrota al paro petrolero de diciembre 2002 - febrero de 2003 fueron determinantes para la radicalización del proceso y la declaración del carácter antiimperialista y socialista de la Revolución. La frase “sólo el pueblo salva al pueblo” se hizo realidad concreta: desde los cerros, el pobrerío bajó a ejercer su poder, tanto tiempo negado, reprimido, invisibilizado. Bajó a defender su proyecto, expresado en la Constitución y en su presidente; y en esa dialéctica profundizó su organización.
Pronto los círculos bolivarianos estuvieron acompañados de misiones, comités de tierra y de agua, consejos locales de planificación, movimientos campesinos, colectivos barriales y culturales, medios comunitarios y una diversidad de formas de organización política y social que nacían y crecían en todo el país.
Sobre este proceso, Chávez impulsó en 2006 la ley de Consejos Comunales, que significó una verdadera revolución democrática subterránea. Son muchas las historias de líderes comuneros que se activaron al llamado del presidente y comenzaron a recorrer su territorio, a promover la reunión del pueblo, la construcción de su consejo comunal.
En 2010 Chávez fue más allá e impulsó las leyes del Poder Popular, proponiendo la formación de comunas a partir de la articulación de los consejos comunales y los movimientos sociales de cada territorio. Pero también proyectó la articulación de comunas en ciudades comunales y de las ciudades comunales en federaciones, en el camino del Estado comunal. “No podemos construir islas socialistas en un mar de capitalismo”, insistió más de una vez en relación a la economía y al campo específicamente político.
En ese camino, cargado de acechanzas y complejidades, Venezuela se transformó en una sociedad participativa, no sólo por sus altos índices de votación voluntaria -del 80%, aproximadamente-, sino fundamentalmente a partir de la vitalidad y la capacidad de movilización de su pueblo.
Hereje de varias iglesias
Los centros de poder imperiales nunca podrían perdonarle la construcción de un proyecto popular, de vocación latinoamericanista, en la mayor reserva de petróleo del mundo.
En su afán de volver al poder, las fuerzas de derecha utilizaron las cadenas mediáticas como arma de legitimación. Así, su trabajo se orientó a la construcción sistemática de un Chávez tirano o autócrata. “Régimen chavista”fue el término elegido para sintetizar a un gobierno presentado como autoritario, corrupto y opresor, que conformaba un peligro para el sistema o en el mejor de los casos una excentricidad propia del realismo mágico caribeño.
Y efectivamente, los medios, en sus mentiras, tenían algunas verdades. Sin dudas el proyecto chavista era (y es) un peligro para los sistemas políticos hegemónicos en el mundo. Cómo no va a preocuparse, por ejemplo, el jefe del Estado español, si en un país considerado inferior culturalmente se impulsan mecanismos más avanzados que la representatividad liberal burguesa, cuando su Constitución todavía guarda resabios de la etapa anterior, donde el poder se considera desigual por naturaleza y hereditario.
Asediando las endebles verdades del siglo XX, Chávez democratizó a la sociedad venezolana a niveles inimaginables hasta ese momento, en el país y en el mundo. Lo hizo en el momento de mayor hegemonía ideológica del neoliberalismo a nivel mundial, porque venía de un pueblo que iba a contramano: mientras la historia parecía que atrasaba, y se retrocedían décadas de conquistas de derechos, aquí en la tierra de Bolívar ya había sucedido el Caracazo. Ya había un pueblo en búsqueda de otro camino, alternativo al neoliberalismo.
Pero el pensamiento -y sobre todo, la práctica- de Hugo Chávez no solamente confrontó con el poder de las ideas de la burguesía. También polemizó con las concepciones de la ortodoxia marxista, recuperando la rica historia latinoamericana de resistencia y pensamiento.
Al mismo tiempo, también representó una crítica para el autonomismo. En el momento de mayor apogeo de las ideas del “contrapoder” o “anti-poder”, el proyecto bolivariano demostró que había que disputar en todos los terrenos y que para eso era imprescindible el protagonismo popular, la construcción y el ejercicio de poder.
Lo viejo que no termina de morir
La aplicación practica de esta concepción de democracia radical, en las particulares condiciones de la Revolución Bolivariana -un proceso pacífico, legitimado periódicamente por la vía electoral, en medio de una cultura fuertemente rentista y con presencia importante del capital privado- implicó desde el principio el choque frontal contra el propio aparato del Estado, bajo control teórico de las fuerzas transformadoras pero con todas las limitaciones de la forma heredada.
Mientras inventaba nuevas formas de desarrollar los programas sociales -a través de las misiones- y lanzaba sucesivamente las diferentes propuestas de organización popular, el proyecto de Chávez chocaba dialécticamente una y otra vez con sus propias estructuras, y así iba aprendiendo junto al pueblo.
En el máximo de la incorrección política, el comandante Chávez no se privó de destituir ministros o de llamar la atención sobre los problemas de su propio gobierno. Su última plataforma electoral es un documento surgido de lo real maravilloso: la anunciación del mundo por construir, junto con la descripción de los grandes desafíos pendientes. Lejos de la condescendencia, la introducción del programa de la Patria expresa las líneas centrales de su legado político, culminando un recorrido marcado siempre por la misma idea: desarrollar el poder del pueblo. “No nos llamemos a engaño -advirtió-. La formación socio-económica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista. Ciertamente, el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo interno entre nosotros”.
“Para avanzar hacia el socialismo, necesitamos de un poder popular capaz de desarticular las tramas de opresión, explotación y dominación que subsisten en la sociedad venezolana, capaz de configurar una nueva sociabilidad desde la vida cotidiana, donde la fraternidad y la solidaridad corran parejas con la emergencia permanente de nuevos modos de planificar y producir la vida material de nuestro pueblo”, agregó. “Esto pasa por pulverizar completamente la forma Estado burguesa que heredamos, la que aún se reproduce a través de sus viejas y nefastas prácticas, y darle continuidad a la invención de nuevas formas de gestión política”.
El 20 de octubre de 2012, en el Golpe de Timón, selló con vehemencia cualquier duda que pudiera haber respecto a la estrategia política esencial en los años por venir. “¿Dónde está la Comuna?”, le preguntó a sus ministros y ministras. “Nicolás, te encomiendo las Comunas como a mi propia vida”. A partir de ese impulso, en menos de dos años se multiplicaron las comunas y hoy ya casi alcazan casi a las mil registradas.
El 3 de marzo de 2015, en su informe a la Asamblea Nacional, el vicepresidente ejecutivo Jorge Arreaza invitaba a los diputados de la oposición a conocer la Comuna. “Es un viaje al futuro”, decía Arreaza. “Donde hay parlamento comunal, donde funciona el plan comunal, donde hay carta fundacional, eso es el socialismo, compatriotas. Esa es la igualdad establecida y practicada. Esa es la libertad de todas y de todos y no el privilegio de unos pocos”.
“Todavía nos falta por avanzar”, concluía el vicepresidente. Y sí que falta. Todavía el pueblo no tiene la organización suficiente para acabar con la burocracia, con la corrupción, con el individualismo, con el localismo y la falta de mirada colectiva. Con los valores que reproduce diariamente una estructura económica rentista, que necesita ser superada. Pero esa fuerza no vendrá de ningún proceso mágico. No puede surgir de otro lado que no sea la propia experiencia de organización y lucha. Para poder afrontar las contradicciones que supone, en el día a día, la lucha de clases en, contra y desde el Estado. Para enrumbar definitivamente el país hacia un futuro mejor.
“Despierto cada cien años”
“Chávez ya no soy yo”, clamaba el Comandante en los actos de la campaña hacia el 7 de octubre de 2012. “Chávez es un pueblo”.
La desaparición física del líder histórico de la Revolución tenía que suponer un momento de crisis política: un cambio de etapa. Chávez previó con lucidez y desesperación el probable juego de fuerzas en este escenario.
“Unidad, unidad, unidad”, ante quienes quieran aprovechar estos momentos difíciles. Para defender el bien más preciado: la independencia, ante los ataques imperiales que se veían venir. “Comuna o nada”, para clarificar el proyecto estratégico que continuaría Nicolás. Maduro. “Todos somos Chávez”, para señalar la responsabilidad colectiva y convocar a seguir conformando ese sujeto.
Si alguna vez Fidel dijo que el propósito de la Revolución Cubana estaba guiado por Martí, el desafío para los pueblos de estos tiempos es recuperar el legado del comandante Hugo Chávez como práctica actual, viva, cotidiana.
La Revolución Bolivariana se encuentra, en esta etapa, bajo asedio. Pero tiene en su haber un proyecto histórico, un programa político y un sujeto popular en construcción, dispuesto para el combate.
Quién sabe qué depararán los años por venir para este bravo pueblo. Un pueblo real que, con sus debilidades y limitaciones, con sus insuficiencias y contradicciones, fue capaz de revertir un golpe de Estado y dar un salto cualitativo en los términos de la discusión política de ese momento histórico, proyectándose como un ejemplo para sus iguales en otras latitudes y recuperando el sueño de unidad de América Latina y el Caribe.
Alguna vez, si la justicia triunfa sobre la dominación, quizás haya un tiempo donde resulte extraño que los pueblos no deliberen ni gobiernen. Una época en la que las monarquías y las oligarquías, junto a los monopolios y los oligopolios, serán apenas símbolos de un sistema antiguo y fracasado.
Pero en la memoria del pueblo americano siempre habrá un recuerdo para Hugo Chávez
Ya nadie recordará la manipulación sistemática de las empresas de medios de comunicación, con un mundo al revés: donde un rey puede creerse demócrata y un demócrata puede ser tildado de dictador. Pero en la memoria del pueblo americano siempre habrá un recuerdo para Hugo Chávez. El hombre que una vez dijo: “Nos toca realizar plenamente el sueño libertario que nunca ha dejado de palpitar en la Patria y que hoy está latiendo de manera incesante. Así lo creo desde la fe combativa y la razón amorosa que me alienta: la herencia heroica nos obliga y tal exigencia es bandera y compromiso para nosotros y nosotras. Desde el tiempo que nos ha tocado vivir es preciso honrar los retos; tantos sacrificios no pueden ser en vano, hacerlos carne y sangre de la vida nueva tiene que seguir siendo el horizonte que nos llama y desafía”.
Hugo Chávez. El hombre que dio la orden de abrir los ojos, el que amasó y compartió la idea, el culpable de todo.
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