El Asombrario
Por Lionel S. Delgado *
Foto: Pixabay
¿Es posible renunciar temporalmente al placer y experimentar nuevas fórmulas más comunicativas, asertivas y comprensivas?
¿En qué consistiría una propuesta radical de las masculinidades críticas en lo que se refiere a la sexualidad? Podríamos, por ejemplo, repensar lo que nos gusta y explorar límites (y quizás forzar alguno de manera controlada). También podríamos preguntarnos si estamos dispuestos a poner nuestro disfrute en segundo lugar para empezar a habitar otras posiciones donde nuestro placer no sea el centro. ¿Es posible renunciar temporalmente al placer y experimentar nuevas fórmulas más comunicativas, asertivas y comprensivas? Otra entrega de esta sección quincenal a dos voces. Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado.
Este artículo va sobre sexualidad masculina, sobre placer y deseo masculino. Pero permitidme que dé un rodeo y empiece hablando de sexualidad femenina, y es que este tema ha irrumpido con fuerza en el panorama social. El feminismo en España recupera, desde hace unos años, el placer y la libertad del deseo como temas fundamentales: la difusión del clítoris como símbolo, la masturbación, el Satisfyer; en definitiva, la ruptura del papel históricamente pasivo de lo femenino en la sexualidad (siempre con el riesgo de que todo esto se normalice como mercancía, en un sistema capitalista, como defiende Analía en su último artículo).
Hablar de placer desde un enfoque feminista pasa necesariamente por hablar de repartos desiguales según el género: siglos de invisibilización, de silencio, de desconocimiento de lo femenino… Y, peor aún, siglos de hombres hablando por ellas, analizándolas, estudiándolas, abriéndolas y explorando: la mujer como objeto de estudio masculino, siempre para mantener el control sobre ellas. Entenderlas para controlarlas. Así funciona el patriarcado.
Hace nada salió el libro de Ana Requena Aguilar, Feminismo vibrante (Roca Editorial), un genial alegato por un feminismo que salga de una postura defensiva y ponga el placer, el disfrute y la alegría en la agenda política. La sexualidad femenina, llena de tabús, censuras y miedos, da paso a un movimiento que, al reconocer lo personal como político, alimenta la energía del movimiento con debates sobre el cuerpo, sobre el deseo y el erotismo. Cuidado y conocimiento corporal/emocional/sexual van de la mano y el feminismo debe ser consciente de eso, defiende Requena, para devolver la agenda a la mujer y dotarle de herramientas para asegurarse su autonomía, también en lo sexual. Requena subtitula su libro: “Si no hay placer, no es nuestra revolución”. Más claro, el agua.
Ahora bien, no soy quién para hablar de los placeres femeninos o la lucha que llevan ellas. Yo vengo aquí a hablar de masculinidades. Pero todo lo anterior me permite centrar la pregunta que quiero abordar: ¿Qué papel tiene el hombre en todo esto? “Ninguno”, podría decirse. Y se puede ver así, pero la gran mayoría de mujeres sigue sufriendo de una forma u otra las consecuencias de que los hombres de sus vidas (amantes, amigos, familiares) no cambiemos, independientemente de los cambios que realicen ellas en sus vidas… Por ello, el tema es pertinente.
El aprendizaje masculino en un contexto de cambios
Centrando el tema, ¿cómo hemos de recibir los hombres esa agenda del feminismo vibrante? ¿Pueden aprender algo de todo esto o no va con nosotros? Hablando con María de Elena que, además de amiga, es mi referente en el mundo de la sexología feminista, me comenta que, precisamente, un empoderamiento femenino en temas de placeres y deseos puede suponer una oportunidad para que reconfiguremos la identidad masculina en lo sexual. El mandato masculino del rendimiento es una losa con la que cargamos desde siempre: tenemos que ser máquinas de follar disponibles, erectas y eficaces. El fallo no está permitido, y de nuestro pene y nuestro ímpetu depende la virilidad y, por ende, nuestra valía.
Un contexto de cambio en los mandatos de la feminidad que hace que se cuestione la pasividad de la mujer (y esté bien visto que sea activa) puede permitir reconfigurar elementos de la masculinidad. No olvidemos que el género es un sistema de prácticas e interacciones socialmente pautadas que dice cómo debe proceder lo masculino, cómo debe actuar lo femenino y cómo deben interactuar entre ellos. Un cambio en la feminidad necesariamente tendrá ecos en la masculinidad.
Ahora bien, que esos ecos nos encaminen hacia modelos más igualitarios de género, en vez de llevarnos hacia repliegues neomachistas, dependerá del trabajo que hagamos y de lo que aprendamos. Ellas no van a hacer la tarea por nosotros (¡faltaría más!). Necesitamos aprovechar los desplazamientos que se están dando en las relaciones de género para aprender a escuchar, a escucharnos y a respetar. De lo contrario, el cambio en los regímenes de género nos pillará sin los deberes hechos, generando crisis identitarias, incertidumbre y estrés.
De hecho, es lo que está sucediendo: las reglas cambian, los contenidos de la masculinidad hegemónica varían (ya no somos el Macho Alfa de antaño) y, ante tanto cambio, es fácil rearticular la frustración como una reacción masculina que identifica el feminismo como el enemigo y se niega a adaptarse a los espacios más igualitarios.
Creo que el aprendizaje masculino en materia de sexualidad va en dos direcciones. Por un lado, aprender a vivir nuestra sexualidad de una manera profunda y consciente. Por otro lado, escuchar a nuestras compañeras para acompañar, crear con ellas espacios de placer y deseo inclusivos y respetuosos.
Una sexualidad global frente a la penetración fálica
No es ningún secreto: la sexualidad masculina está muy pautada por el falocentrismo (centralidad del pene erecto como garante del encuentro sexual), coitocentrismo (sin penetración no hay relación sexual) y finalismo (correrse es la prueba del disfrute y marca el final de la interacción), como nos explican sexólogas como Laura Sánchez. Esta forma de comprender la sexualidad, limitando el follar a una penetración fálica que busca el orgasmo, cierra muchas puertas de experimentación de una sexualidad más global.
Explorarnos, desde el cuidado y la apertura de mente, nos permite encontrar nuevos placeres, nuevas formas, lugares y juguetes. Por ejemplo, el ano es ese injusto desconocido. Generalmente, hay hombres que no se identifican como homofóbicos pero que tienen prácticas veladamente homofóbicas ya que siguen vetando lo anal del espectro de posibilidades sexuales (no se acercan ni siquiera por curiosidad). ¿Cuántos de vosotros habéis jugado alguna vez con el ano? ¿Lo habéis hablado con vuestros amigos? ¿Lo saben vuestras parejas (en relaciones hetero)?
Romper las inercias de una masculinidad heteronormada y falocéntrica también nos permite resignificar el encuentro. Disfrutar del sexo sin pensar en el final, incluso sin llegar a eyacular, puede ser tremendamente satisfactorio. Disfrutar de encuentros sin que los genitales marquen el ritmo… ¡Las posibilidades son infinitas!
Crear un entorno de confianza para escuchar y hablar
María de Elena, mientras hablábamos del tema, me recalcó que todo esto no va únicamente del hombre consigo mismo; también va de interacciones con otras personas. El trabajo por una sexualidad más plena, consciente, crítica y que rompa con las inercias masculinas va de que aprendamos a escuchar y a comunicar. A escuchar, porque necesitamos romper las representaciones que tenemos sobre el placer femenino (en encuentros heterosexuales): ideas preconcebidas sobre qué le gusta o qué no a la otra persona. Y a expresar, porque es importante también empezar a hablar sobre nuestro placer de una manera consciente, clara y responsable. El sexo es una comunicación entre cuerpos, también verbal.
Pero, claro, el asunto no es sencillo. Tiene aristas, como todo. Por ejemplo, el escuchar a veces tiene un regusto capacitista, ya que le exige a la mujer que sea capaz de comunicar de manera verbal y clara los deseos, cuando muchas veces estamos hablando de mujeres con cargas emocionales muy pesadas (experiencias sexuales traumáticas, complejos corporales, etcétera). Demandar a la mujer que comunique que follar con la luz encendida le causa pavor es injusto. En estos casos, el tema de escuchar se vuelve mucho más complejo.
Por ello, no hay que cambiar unas viejas reglas por otras nuevas, pero igual de duras. No va de exigir que nos expliquen las cosas o de presionar para escuchar, se trata de generar una sensibilidad suficiente como para, por un lado, ser capaces de leer gestos, miradas, omisiones; y por otro, crear un entorno de confianza lo suficientemente cómodo como para que podamos hablar con cariño.
Contra un montón de inercias patriarcales
En resumen, desde el momento en el que la sexualidad es uno de los lugares donde más se notan las desigualdades de género, la “liberación del placer” no puede significar lo mismo para los hombres que para mujeres o identidades oprimidas. La masculinidad hegemónica precisamente ordena los géneros de tal forma que lo masculino domina a lo femenino (y a lo no normativo), también en el sexo. Por ello, tiene sentido para las mujeres y demás personas oprimidas valorar el placer y el deseo.
Sin embargo, ¿en qué consistiría una propuesta radical de las masculinidades críticas en lo que se refiere a la sexualidad?: ¿repensar lo que nos gusta y explorar límites (y quizás forzar alguno de manera controlada)? ¿Poner tácticamente nuestro disfrute en segundo lugar para empezar a habitar otras posiciones donde nuestro placer no sea el centro? ¿Renunciar temporalmente al placer como experimento político? ¿Experimentar con nuevas fórmulas más comunicativas, asertivas y comprensivas? Como vemos, hay muchísimas posibilidades.
El papel de los hombres en esta reconfiguración de prácticas sexuales, de deseos y placeres es confusa. Es normal, la confusión es propia a toda etapa de cambio. Desgraciadamente, las masculinidades críticas no disponemos de un movimiento tan articulado y potente como el feminismo donde pensar, replantear y movilizar cambios, pero podemos fijarnos en ellas para avanzar. Como ellas, seguimos debatiéndonos contra un montón de inercias patriarcales que tenemos encarnadas desde muy jóvenes. Pero si algo nos enseña el feminismo es que lo personal es político y solo comenzando a hablar públicamente de estos temas podremos reorganizarnos para estos procesos de cambio no nos pillen mal parados.
* Lionel S. Delgado (Rosario, Argentina; 1990) es filósofo y sociólogo. Investiga en la Universidad de Barcelona sobre temas de urbanismo, feminismos y modelos de masculinidad. Aborda las contradicciones emocionales y las prácticas de resistencia en busca de claves que permitan comprender para cambiar. Con un pie en lo político y otro en lo académico. Twitter: @Lionel_Delg
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