lunes, 12 de noviembre de 2018

Hijos de los hombres



Por Paco Gómez Nadal

La imaginación de Cuarón y de P.D. James se quedó corta. La Caravana de Migrantes que serpentea por México es un síntoma, no el problema.

Qué hace que miles de personas busquen el refugio de la masa para tratar de alcanzar un sueño tan distópico como el estadounidense. Para quienes conocemos sus lugares de origen (Honduras, especialmente; pero El Salvador, Guatemala, Nicaragua o el propio México) no nos parece extraño que se camine y se apueste la vida con tal de huir del horror cotidiano, de la prisión de la exclusión, de la condena del violento narcopatriarcado, de la humillación diaria a la que somete la mafiocracia, de ser mano de obra estéril a cambio de la nada…

Sigo la Caravana de Migrantes que serpentea por trata de llegar a Juchitán, aún a unos 2.000 kilómetros de la frontera con la utopía distópica, con un profundo dolor en el pecho, con la misma sensación de fracaso colectivo con la que certifico el hundimiento de las pateras de la vergüenza en el Mediterráneo o con la que constato como los estados que se autodenominan democráticos intercambian bombas por derechos humanos en pro del ‘desarrollo’ económico de los ‘bienaventurados’ que vivimos a este lado de las valles físicas y políticas.

Pienso, cuando veo a esos 6 o 7.000 no humanos (Fanon dixit), en la película distópica ‘Hijos de los hombres’, en esas columnas de personas tratando de entrar a un Londres vallado y custodiado por miles de militares –los mismos, quizá, que Trump ha mandado a la frontera- mientras fuera, en la tierra de los nadie, bandas de tipos armados –los Zeta, quizá- hacen rapiña con sus cuerpos y sus esperanzas. Cuarón se quedó corto al llevar la novela de la gran P.D. James al cine . O quizá sólo se estaba adelantando una década a lo que iba a acontecer.

Pero también pienso en nosotros, pobres beneficiarios pobres del expolio del este tardocapitalismo brutal. Pienso en nuestro silencio, en nuestras redes sociales ardiendo de indiferencia, en nuestras conversaciones sobre lo caro que está todo o sobre la última imbecilidad fascistoide de Casado. Pienso que Fanon definió muy bien las zonas en las que habitan los seres humanos y en las que sobreviven los no humanos. O pienso –porque tengo la cabeza como una centrifugadora- en Angosta, la novela distópica de Héctor Abad Faciolince y en su mundo de arriba, donde la zona de los confort de los alguien es protegida del acoso de los nadie por los Cascos Azules que pagamos entre todas.

La Caravana de Migrantes está haciendo el terrible recorrido entre la zona del no ser y la del ser y sus miembros creen, ingenuamente, que de lograr pasar la frontera habrán hecho el tránsito; cuando la triste realidad es que esas zonas no son geográficas sino que se componen de una compleja aleación de racismo, clasismo y poder. Pienso... y pensar no sirve para una mierda.

La Caravana ha abandonado ya el estado solidario de Chiapas y conforme escale hacia el norte irá encontrando una ola de desprecio humano que se sumará al acoso policial y a las mentiras patéticas del patético Gobierno mexicano (ese que no cambiará apenas cuando cambie el presidente). Y creo que es hora de que seamos miles los que nos unamos simbólicamente –si no es posible de forma física- a esta caravana y que denunciemos, contemos, protejamos y empujemos a estos nadie que somos nosotros, a esos nosotros en los que deberíamos reconocernos.

Frantz Fanon sabía que no todos éramos “hijos de los hombres” y que en esta distribución geopolítica imperial de los roles, a los nadie del sur global les había tocado gestionar su existencia en un entorno de violencias cruzadas. No hay derechos humanos para quienes no son humanos, no hay dolor para aquellos cuya muerte -ni cuyo sufrimiento- no supone nada (los homo sacer de Agamben), no hay tampoco esperanza para los “hijos de los hombres” incapaces de romper la frontera desde los nortes que habitamos. Todas, todas las fronteras.

La imaginación no alcanza para acoger esta realidad, ¡carajo!


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