miércoles, 21 de noviembre de 2018
Este octubre
Por Melissa Cardoza
Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo que me he quedado literalmente muda. Soy una escritora y es de las pocas identidades que aún me gustan. Escribir es mi lancha salvavidas en una realidad en que la necesito.
También trato de hacerlo desde un lugar en el que pueda aportar a algún nivel de discusión, reflexión, ánimo, crítica o lo que pueda generarse a partir de un escrito que llega a poquita gente, más o menos la misma como me han dicho. Es lo que sé hacer a pesar de que estoy conciente que se necesita mucho, muchísimo más.
Comienzo con esta especie de disculpa y posición porque me agobia tanto el momento actual en este país, este continente y el mundo que hablo conmigo misma a través de otras y otros que me encuentren en este espacio.
Hay quienes hoy mismo no han descansado porque sus pies no pueden detenerse, o quienes no lo harán porque los persiguen. Siento respeto por la gente que encarna la resistencia auténtica y honesta en tantos territorios, y ha puesto su más profunda fe y fuerza en mantener luchas que les pueden costar la vida.
Yo sólo escribo.
Pretendo que las palabras puedan hacer un espacio entre las otras luchas y hagan rendijas persistentes a este sistema hasta que acabemos con él, pues es lo que puedo y deseo hacer, así que me lo legitimo a mí misma. Y serán los golpes, pero cada vez pienso que es necesario juntar con más intención estos saberes, valorando los que cada una y uno puede hacer, en la dirección común, y no en contrasentido, por supuesto, pero con más paciencia, consideración, entendimiento que hasta ahora. Porque es ahora que el tiempo apremia.
Octubre es resistencias.
La de los pueblos indígenas y negros de Abya Yala que escupen sobre el colonialismo y desde donde vienen las más interesantes y esperanzadas propuestas de cambio radical, hermosa palabra para decir desde la raíz, a esta matanza neoliberal.
Resistencia de las rebeldías lésbicas que se propusieron una fecha para pelarle la cara a un sistema que desde lo más íntimo de su armazón ha decidido lo bueno, legítimo y normal en un espléndido universo de posibilidades y deseos. Un lesbianismo también radical, hermosa palabra para decir desde la raíz, que entiende que el tema no es sólo la cama, aunque también es la cama sino la tierra, lo que se deja de comer, el que explota y a quienes, los que viven bien y el resto que desviven.
Pero octubre fue más, mucho más. La continuidad del emblemático juicio para los asesinos de Berta Cáceres y esa posición tan arriesgada y poderosa de su gente de no aceptar cualquier juicio a cualquier costo. Actitud tan Berta como sólo ella misma, ¿por qué habría que dejar que los enemigos de su causa sea quienes decidan cómo hacer justicia, si de sus instituciones y cómplices le llegó la muerte? No ha dejado de estar la Causa Berta en todas las formas posibles, formas de pueblo y arte, de pueblo y espiritualidad, de pueblo y protesta, de pueblo y palabras que dentro del sistema lo enfrentan. Sus abogados fueron expulsados del juicio dejando claro que el sistema de justicia no sirve para hacer justicia, ese sistema se muestra ante el mundo cerrando sus puertas al pueblo de Berta.
Y ahí nomás llegó la Caravana. Vaya acontecimiento que vuelve a poner nuestras vidas en un antes y después. Tuve noticias de ellas y ellos de manera directa, pues me los encontré en el camino y pude hablarles. Todos los sentimientos y las posibles explicaciones me han llenado entonces de preguntas, y lo que más duele cada día desde este octubre, saber que avanzan mientras les esperan con armas, odio, racismo, aunque a su paso se han abierto manos, corazones y solidaridades.
Cuando fui al albergue en la ciudad de Guatemala, no tenía ni idea de lo que iba a encontrar. La noche anterior había visto grupos de personas cubriéndose de la fría lluvia de esa ciudad, y un hombre con quien andaba me dijo, mirá, son hondureños. Eran, los hondureños, los reyes de la página roja, como diría Roque Dalton de sus compatriotas salvadoreños. Tenían camisetas sin mangas y estaban encogidos del frío, algunos riendo y fumando como si cualquier cosa.
En el albergue eran cientos de cuerpos, los pies desollados, los rostros quemados por el sol, mucho dolor muscular, muchas lágrimas, hartos celulares y fotos, porque de algún modo se habían agenciado wifi.
Escenas increíbles como la familia con su perrito, Pero y cómo se les ocurrió traerlo, Pues con quién lo íbamos a dejar, aquí estamos todos, no lo íbamos a dejar solito. Un perrito aguacatero y juguetón, y el gesto tan amorosamente familiar. Las pocas palabras que escuché hablaban de lo mismo, la falta de todo, y la perspectiva del sueño americano. Cuánto se ha creído la gente este discurso es algo que me impresionó, un sueño que se ha convertido en la pesadilla del mundo es lo que mi pueblo masivamente quiere alcanzar.
Es claro que no sólo el sistema ha fallado en proveer futuro y realidad a la gente, también nosotras y nosotros de un movimiento social frente a un monstruo tan grande y con tan pocas habilidades de nuestra parte para concretar con tortillas, techos, cuadernos y también ilusiones. Porque es lo que mueve a la gente que camina, materia e idea, curas para sus males y sueños.
Acá, quienes aún no nos hemos ido, estamos llenas de preguntas y lágrimas, porque a cada momento vemos una bandera de la infancia que a veces es manta contra el sol, y otras, símbolo de una nación que nunca lo fue, pero de un pueblo que siempre lo ha sido. El nuestro, que nos dice que se van, pero que son de acá. ¿Nosotras, qué les respondemos?
Y el régimen les cierra las fronteras al pueblo de todas.
Ya para cierre de mes Guapinol, con ese nombre que promete alimentar el cuerpo y el espíritu, con tantos días de resistencia ante quienes les corrompen el agua de la vida, ensangrentado hoy por quienes saben usar las armas para desfigurar los movimientos y los cuerpos. No es la gente de Guapinol la que mata, aunque su vida han dispuesto para salvar a su comunidad. Quienes les señalan como delincuentes saben que exponerlos así es el camino a la cárcel, y a desgarrar los movimientos, la fuerza común. Y vuelven a salir nombres de los supuestos responsables, hombres y mujeres que andan con la gente que defiende su vida y que aún no se pone en marcha hacia las fronteras asesinas, sino se queda hasta morder la tierra que ama.
Apenas termina octubre y noviembre ya me asusta. El tiempo está lleno de presagios, y para persignarme, cosa que no hago, pienso en el hombre que levanta un cuerpo joven en medio de un río revuelto, y lo aprieta con toda su energía, para intentar devolverle la vida.
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