lunes, 5 de noviembre de 2018
Las rutas que tienen que cambiarlo todo
Por Gustavo Duch y Patricia Dopazo
A veces comparamos la vida con un viaje en el que lo importante no es tanto el destino como el propio camino. Pero ¿para cuánta gente el viaje es simplemente una huida?
La otra noche hablamos con Wendy Cruz y Rafael Alegría, dos líderes del campesinado hondureño. Estaban en el descanso de una reunión de urgencia de las organizaciones de La Vía Campesina de Centroamérica para tratar sobre la caravana migrante que vemos estos días en medios de comunicación y redes sociales, de la que saldría esta declaración. Para miles de compatriotas suyos, salir del país es la única oportunidad, pues este «no ofrece ninguna, ninguna, esperanza para vivir en él». Siete mil personas caminando hacia el norte hasta conseguir su objetivo, entrar a EE. UU. «Entre ellas», explica Wendy, «hay casi 1000 niñas y niños, y muchos marchan sin haber aprendido aún a andar».
La fecha de partida ha sido este mes de octubre, pero debemos remontarnos al 2009, porque fue entonces cuando el viaje empezó a fraguarse. Ese año las oligarquías locales, con el apoyo de EE. UU., destituyeron con un golpe de estado al presidente Zelaya, que se había alejado de los mandatos de Washington y prometía un proceso constituyente. «Han sido 9 años de una crisis social, económica y política que se mantiene y agranda en un escenario de violencia permanente en el que cada día hay asesinatos. Solo en este año llevamos más de 60 masacres; nuestro país se ha convertido en el más peligroso de toda América», cuenta Rafael.
Honduras es un país inmensamente rico en bienes naturales; paradójicamente, una maldición. «El Gobierno actual, producto de un fraude electoral, está permitiendo todo tipo de proyectos: minería, represas, monocultivos… Estas intervenciones expulsan a la población agraria y rural. Para hacerse una idea de la dimensión de esto, solo para represas y minería se han aprobado más de 400 proyectos a favor de grandes multinacionales desde 2013», explica Wendy. Como decían los movimientos campesinos en México hace unos años, en Honduras el campo está en venta, pero no para producir alimentos: «la mayoría de tierras las controlan grandes empresarios que gestionan monocultivos de palma africana para la exportación de su aceite». Tal y como ha compartido recientemente la organización Entrepobles, las fincas de palma ocupan más de 300.000 ha y consumen la misma cantidad de agua que 18 millones de personas (en un país de 8 millones de habitantes).
El Gobierno hondureño ha ido anulando políticas de desarrollo rural y de reforma agraria y privatizando instituciones relacionadas con la tierra. «Finalmente, el presupuesto de la República dedicado a todas las necesidades rurales es del 1,4 % del total, cuando la mitad de habitantes del país vivimos en el campo y hubo un tiempo en el que teníamos nuestras necesidades cubiertas», señala Rafael, que añade que ahora, de cada 100 mujeres viviendo en áreas rurales, 86 no tienen acceso a la tierra; en el caso de los hombres, 69 de cada 100. La distribución de la tierra en Honduras es una de las más desiguales de todo el mundo.
Wendy y Rafael cuentan el caso de la empresa campesina La Montañuela. Después de 36 años de inversiones en una finca de titularidad propia para generar mano de obra y producción de consumo interno y exportación, la empresa ha sido expulsada en favor de un terrateniente de la zona a partir de un fallo de la Corte Suprema. «Habían creado un proyecto agrícola y ganadero que les permitía una vida de suficiencia y con calidad, pero ahora lo han perdido todo».
Según el Instituto Nacional de Estadística de Honduras, la mitad de la población activa no tiene trabajo y un 68 % del total de la población vive en condiciones de pobreza. Pero el gobierno no solo no asume sus responsabilidades, sino que pretende crear un relato donde son los dirigentes sociales quienes instigan una marcha provocada para desestabilizar el país. «Existe una verdadera cacería contra quienes defendemos la tierra, como el mundo pudo ver con el caso de la compañera Berta Cáceres. Ya son más de 5000 campesinos y 1700 campesinas las que han sido procesadas por la defensa de sus derechos y por la protección del territorio».
La fecha final del viaje la desconocemos. En cualquier caso, no será cuando lleguen a EE. UU. La Caravana de Honduras, como los miles de personas que atraviesan el Mediterráneo, refleja una crisis global: el colapso del sistema neoliberal, programado ciegamente para acumular riqueza. ¿Podemos acompañar esos días de camino, de cruzar fronteras, de hambres, violencias y fríos? Wendy y Rafael señalan la importancia de la solidaridad de los pueblos y la denuncia conjunta a un sistema opresor. La interpretación de esta llamada, que pasa por revisar nuestros privilegios, puede convertirse en un gran viaje colectivo hacia los cambios globales que nuestra civilización necesita urgentemente. Ese debe ser el final del viaje.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario