jueves, 8 de noviembre de 2018
¡Hablemos claramente!
Por Olivier Besancenot
El planteamiento político de la inmigración constituye hoy un debate en el seno de la izquierda de la izquierda. Esta discusión, si bien no es nueva en las filas del movimiento obrero, toma un cariz singular cuando, en todo el mundo, nuestras sociedades están sacudidas por profundas conmociones políticas, que ilustran una nueva fase de la crisis de la mundialización capitalista y suscitan un ascenso mundial de los movimientos y partidos de extrema derecha.
Este debate engendra las más vivas reacciones y numerosas incomprensiones mutuas, debido a nuestro grado de implicación y porque está relacionado, para mucha de nuestra gente, con los fundamentos políticos que han marcado nuestros compromisos militantes. Aunque dolorosa, esta discusión debe tener lugar. Las frasecillas de doble lectura, sabiamente mediatizadas, no podrán sustituir jamás a la confrontación de ideas.
¿Quién ha abierto la caja de Pandora?
A quienes acusan a las personas partidarias de la libertad de circulación y de instalación -entre quienes me encuentro- de hacer demasiado ruido sobre este tema desde el final del verano, hasta el punto de contribuir a convertir las próximas elecciones europeas en un mero referéndum sobre la inmigración -“jugando así el juego” del FN- y relegando las cuestiones sociales a un segundo plano, querría decirles fraternalmente dos cosas. ¿Quién, en las filas de la izquierda, ha decidido dar visibilidad a esta cuestión? ¿Quiénes han decidido, conscientemente, dar el cambio modulando sus discursos, echando por la borda las bases ideológicas y difuminando los posicionamientos en este tema? ¿La muy reciente organización de la Sra. Wagenknecht en Alemania, que dice querer acabar con “la buena conciencia de izquierdas sobre la cultura de la acogida”? ¿Djordje Kuzmanovic, exconsejero de Jean-Luc Mélenchon, que propone “desecar los flujos migratorios”? ¿O los iniciadores del “Manifiesto por la acogida de las personas migrantes” (https://vientosur.info/spip.php?article14221) promovido por Regards, Mediapart y Politis, manifiesto que no ha hecho sino llevar al papel el recuerdo básico de lo que constituía hace aún bastante poco el patrimonio genético predeterminante de nuestro ADN común?
De esta caja de Pandora no podían salir sino males. Y si nuestras reacciones os parecen previsibles, decid claramente que las vuestras eran bastante más esperadas aún por quienes defienden el orden establecido, incluso inesperadas para quienes se encuentran lo más a la derecha en el tablero político. Pongámonos por tanto de acuerdo definitivamente en decir que no se trata de comportarnos como en un patio de recreo, intentando saber quién ha comenzado, pues lo que está en juego es demasiado importante.
Querría por tanto precisar esto: puesto que la pregunta ya está, en todo caso, planteada no queda otra que responderla. Por mi parte, milito por hacerlo sin ambigüedad, dejando de excusarme por estar aún, siempre y a pesar de todo, por la libertad de residencia. Añadiendo, de paso, que reprochar a quienes defienden estas posiciones que, con ello, pretenden hacer callar las cuestiones sociales, equivale a acusarnos con bastantes malos argumentos. Desde la camisa arrancada en Air France hasta los obreros y obreras de Ford, desde la gente que trabaja en Correos a la que lo hace en los hospitales, tanto la gente precaria como la jubilada, gente parada y estudiantes, desde el movimiento ecologista hasta los derechos de las mujeres, no recuerdo haber hablado menos claramente, sobre ninguno de esos temas, que a propósito de las personas migrantes.
Unos criterios erróneos y peligrosos
Responder, significa hacerlo claramente, sin concesiones a las falsas ideas vehiculadas por el pensamiento actual. Habría múltiples aspectos que profundizar (la naturaleza de los movimientos migratorios, sus causas, sus posibles proyecciones, etc.). En este estadio de una discusión que no hace sino comenzar, querría subrayar un punto de análisis que contamina, en mi opinión, nuestras discusiones, con la esperanza de que estas últimas no se conviertan en un diálogo de sordos: la idea que asocia, directa o indirectamente, la inmigración con la bajada de las conquistas sociales para las personas trabajadoras “nacionales”. Esta correlación, incluso cuando se efectúa a título de “instrumentalización” patronal, no se corresponde con la realidad. Repetirla en bucle no basta para cargarla de veracidad. En primer lugar porque, como recuerda el demógrafo François Héran, en Francia, las razones contemporáneas de la inmigración no hay que encontrarlas prioritariamente en la búsqueda de trabajo. No estamos hoy en la configuración de estos movimientos migratorios como los decididos tras la guerra por el Estado y las clases dirigentes francesas con la esperanza de que una multitud de tareas ingratas quedaron a cargo de una mano de obra barata. Quienes defienden ahora a la inmigración lo hacen bastante más a título de derechos elementales y fundamentales (asilo, refugio, reagrupamiento familiar…) por los que hemos luchado conjuntamente durante los años 1970 y 1980. Siendo uno de los aspectos por lo menos notable que, hoy, una persona migrante de cada dos es una mujer, a la que la esperanza de un porvenir mejor empuja por las rutas de la migración, aunque sean muy peligrosas para ella.
Además, la gran patronal no está a “favor de la inmigración” en todo lugar y en todo tiempo. Solo lo está cuando tiene necesidad de ella. Si ya no es así, la historia nos enseña que se adapta a gusto con su expulsión, manu militari si es preciso. Y cuando se sirve de la mano de obra inmigrada, lo hace para lo que espera de ella expresamente, es decir una explotación rentable e inmediata, bastante más que en la óptica ideológica de ejercer algún tipo de competencia entre personas trabajadoras que provoque mecánicamente una bajada de los salarios.
Por otra parte, nada prueba, ni mucho menos, que durante los Treinta Gloriosos (se denomina así en Francia a los años que van desde el final de la II Guerra Mundial hasta 1973 en que se produjo la “crisis del petróleo”, ndr), mientras que este se suscitaba este tipo de inmigración económica, la tensión contra los salarios fuera más fuerte que hoy. En el capitalismo mundializado, la regla de oro de la economía de mercado no ha cambiado: sigue siendo el capital, y no la inmigración -ni siquiera “instrumentalizada”- quien hace presión sobre los salarios de las personas trabajadoras francesas o extranjeras.
Asumir unos criterios erróneos y cargados de todas las derivas posibles coloca de entrada a quien lo intenta en los senderos de un callejón sin salida ideológico. En esta vía sin salida, balizada por adelantado por los defensores de la “prioridad nacional”, del “nuevo transeúnte”, se verá acosado por una multitud de caminantes malintencionados que le exigirán desarrollar su razonamiento hasta el final de su lógica inmanente… Por otra parte, este tipo de razonamiento falsamente lógico escamotea el análisis de la degradación de la correlación de fuerzas social e ideológica, y nos impide discutir sobre las vías y los medios para neutralizarla apoyándonos en toda la diversidad de nuestro campo en términos de género, origen o trayectoria.
El movimiento obrero ha sabido evolucionar
Este tipo de debate desgarró ya al movimiento obrero a finales del siglo XIX. Jules Guesde o Jean Jaurès -que tiene el mérito de haber evolucionado profundamente sobre esta cuestión antes de ser asesinado- así como numerosos dirigentes del movimiento obrero a los que nos referimos hoy sin embargo mantuvieron opiniones que no podríamos defender ahora, pero que no habría que desconectar del contexto de la época en la que eran mantenidas.
Con algunas excepciones, las y los marxistas de todas las corrientes, igual que mucha gente anarquista, pensaban el mundo alrededor de un centro constituido por los países en los que evolucionaban. Muchos y muchas pensaban en la gente colonizada como objetos políticos a “ilustrar” bastante más que como sujetos por entero. Alguna gente dirá que el período quería probablemente eso. Vale. Pero, ¿cómo podríamos, en el siglo XXI, ignorar, sin más, la existencia del siglo político que nos separa de esas personas? ¿Cómo imaginar que el siglo XX, sus revoluciones, sus luchas de liberación nacional, sus combates anticolonialistas -a las que nos referimos igualmente- no fue sino un paréntesis?
A Frantz Fanon, militante martiniqués que participó en la revolución argelina, le gustaba recordar que Europa, debido a su política de robo de las riquezas, de esclavismo, de colonialismo, era, en el sentido primero del término, una “construcción de los países del tercer mundo”. ¿Qué decir entonces de las políticas occidentales actuales -en primer lugar de la de Francia- en África o en Medio Oriente? ¿Por qué deberíamos callar el caos económico, político, militar, y las guerras suscitadas por estas injerencias, motivadas por el afán de ganancias y la sed de dominación política, que son la causa del desplazamiento de la mayor parte de esas personas migrantes que huyen del infierno? No deseo a ninguna de las personas detractoras de la libertad de residencia tener que sufrir durante su existencia tales sacudidas o tener que pasar esas angustias que vienen de otras partes y que empujan legítimamente a partir.
El movimiento obrero ha sabido evolucionar sobre estas cuestiones, y es una oportunidad, pues ningún pensamiento que se reclame de la emancipación está fijado. Se enriquece de las experiencias concretas en las que aprende a referirse con la ayuda del tiempo. Por recordar, no olvidemos que al comienzo del siglo XX, sectores enteros del movimiento sindical y político contemplaban el trabajo de las mujeres solo como una herramienta de competencia desleal en el seno de la clase obrera y se oponían a él por esa razón… “para su mayor bienestar”, no hay ni que decirlo ¿A alguien se le ocurriría hoy, tras el movimiento de las mujeres, la idea de “desecar” el trabajo de ellas?
Nuestra discusión tendrá lugar. Ha comenzado. Asumámosla, aunque deba ser a veces acalorada. Será tanto más serena en la medida en que la construyamos sobre la base de nuestra práctica común, a través de los numerosos combates en que nos encontraremos oponiéndonos a los estragos de las políticas xenófobas en curso: trabajadores y trabajadoras sin papeles, acogida del Aquarius, expulsiones de campamentos de migrantes, menores no acompañados o no acompañadas… Nadie posee la etiqueta certificada en materia de solidaridad. Yo no más que otra gente. Y tengo el mayor respeto por toda esa militancia, cualquiera que sea su obediencia, que dedica todo su tiempo y energía en el conjunto de esos frentes.
A partir de ahí, mi (última) pregunta es la siguiente: ¿por qué deberíamos ahora restringir nuestros combates comunes solo a la lucha contra la urgencia engendrada por esta situación, renunciando a denunciar con una misma voz las causas profundas de esta ofensiva global que quiere hacer de la persona inmigrante un chivo expiatorio?
¡Saludos internacionalistas!
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
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