martes, 12 de junio de 2018
Migrar muertos en vida para morir mil veces más
Por Ilka Oliva Corado
Las huellas más visibles de las dictaduras impuestas por Estados Unidos en Latinoamérica, se pueden ver todos los días en los miles de migrantes que se ven obligados a salir de sus países de origen para buscar salvar sus vidas, y obtener techo y comida en Estados Unidos; que es presentado por los expertos en el engaño como la Meca, como el agua que calma la sed, como la tierra de ensueño donde todos los anhelos de hacen realidad.
Una Latinoamérica empobrecida por los gobiernos neoliberales posdictaduras conformados por turbas de corruptos y saqueadores; que han creado bandas de narcotráfico y trata de personas que operan desde el corazón mismo del Estado, hacen de este peregrinar la peor de las torturas para quienes logran sobrevivir a este trayecto en su camino hacia Estados Unidos. Sumado el actuar de la Patrulla Fronteriza que hace un festín con la carne migrante, en todos los sentidos.
Pero la tragedia no está solamente en la frontera entre Estados Unidos y México, ésta viene siendo una de las mil vidas que pierden en su deambular migrante. La desgracia está en el país de origen que los ha violentado negándoles oportunidades de desarrollo y el acceso a una vida integral. Un Estado que los excluye y los estigmatiza, que los mata en hambrunas y en limpiezas sociales. Que los desaparece en la trata de personas con fines de explotación sexual, laboral y tráfico de órganos.
Muertos en vida migran, para morir mil veces más en el trayecto; y ser en el país de llegada la mano de obra barata que también es explotada y violentada. Y mueren desde el instante mismo en el que decidieron migrar, mueren antes de haber cruzado la frontera que los alejará de su nido, de sus afectos y de sus sueños. Y mueren de nuevo todos los días, cuando los países hermanos los maltratan, los discriminan, los abusan, los desaparecen y los asesinan.
Y mueren ahogados en los mares, en las pequeñas balsas que buscan llegar a Puerto Rico, cuando salen de República Dominicana. Y vuelven a morir cuando llegan a frontera entre Estados Unidos y México, cuando la Patrulla Fronteriza en un acto vil de deshumanización los extermina. Y mueren nuevamente cuando entran al país de llegada que en la desgracia migratoria se convierte eventualmente en el país de residencia.
Estos migrantes que se vieron obligados a salir de sus países de origen, son los niños que viven en los basureros, los que limpian vidrios en los semáforos, los que cargan bultos en los mercados, los que huelen pegamento. Los que en cuadrillas cortan café, tapiscan verduras y frutas. Los que dejan los pulmones en los cañales quemados. Los que pican piedra. Son las niñas mancilladas en los burdeles y casas de citas, eso si logran escapar con vida. Son padres de familia que trabajan de sol a sol barriendo calles, limpiando edificios, repellando paredes. Son madres que han dejado la vid en las maquiladoras, en los comedores, en los sótanos de los hospitales, en las calles.
Obreros y campesinos de todas las edades a los que los gobiernos de sus países de origen marginaron desde su nacimiento, que han sido estigmatizados generacionalmente, que son parte de la herida viva de un tejido social fragmentado en la memoria y la dignidad. Esta horda de corruptos ha traficado con empresas transnacionales rematando los recursos naturales de comunidades enteras, arrebatando tierras, asesinando campesinos, obligando a pueblos enteros al desplazamiento forzado, que tiene la modalidad de migraciones forzadas. Capos criminales en los gobiernos que realizan redadas en los arrabales, asesinando y desapareciendo a la infancia y juventud que grita exigiendo oportunidades de desarrollo y que en su lugar las obligan a delinquir o a migrar.
Las causas de las migraciones forzadas están a simple vista: sociedades inhumanas que en un infesto de clasismo y racismo solapan el abuso del Estado hacia los más vulnerables. Gobiernos corruptos que siguen con puntualidad la agenta de las oligarquías y los injerencistas que ven a los migrantes como efectos colaterales de la imposición estadounidense en la región. Migrantes muertos en vida que mueren todos los días en tierras lejanas: violados, golpeados, torturados, asesinados y desaparecidos. Sobrevivientes estigmatizados, que vuelven a morir en cada amanecer: en el país de tránsito, llegada, residencia, destino y retorno.
Porque las deportaciones masivas también son parte de la violencia ejercida por Estados Unidos y el resto de países latinoamericanos con gobiernos neoliberales. No importa de qué partido sea el presidente de Estados Unidos, la agenta migratoria es la misma. Mientras Latinoamérica no se libere de la injerencia extranjera y de los gobiernos neoliberales, la única salida seguirá siendo para miles, la migración forzada. Mientras tanto, ¿quién por los que muertos en vida migran, para morir mil veces más?
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