lunes, 25 de junio de 2018
La miseria y el abandono los ha llevado a ser niños artistas de la calle
Mendigan, venden, hacen trabajos y muchos de ellos son malabaristas. En Honduras, miles de niños y niñas son privados de su infancia, son los habitantes de un submundo llamado “la calle”, donde no existe más ley que la supervivencia.
Su historia…
El reloj marcaba las 9 am. El vaivén de los vehículos en la primera calle de San Pedro Sula, al norte de Honduras, era interminable; de repente el rojo del semáforo los detiene. El tiempo que tarda en cambiar de rojo a verde, les sirve a varios niños, niñas y jóvenes de escasos recursos, para vender confites, limpiar parabrisas, hacer piruetas o malabares.
Lanzan antorchas encendidas, pelotas o machetes. Limpian los autos con agua turbia, etc. A intervalos de 30 segundos se convierten en artistas de la vía, que regalan su exposición al peligro, a cambio de uno a más Lempiras, que les dan los conductores o conductoras.
En medio de estos menores está Juancito, un niño de 10 años de edad. Viste con camisa descolorida y llena de agujeros, pero eso sí, la lleva con mucho orgullo porque es la de su equipo preferido, el monstruo verde Marathón, actual campeón de la Liga Nacional de Honduras.
De calzoneta azul desteñida, con pies descalzos y su piel maltratada por el sol, con tres naranjas en mano se gana la vida haciendo malabares. Todo pasa, frente a los ojos atónitos de algunos conductores, la preocupación de otros pocos y las muecas de molestia o incomodidad de la mayoría.
Juancito, es el mayor de 2 hermanos, vive en uno de los tantos bordos de San Pedro Sula. Su madre es María, tiene 28 años y padece de epilepsia. Su padre se llama igual a él, Juan, y trabajaba como guardia de seguridad, pero desde hace un año está desempleado.
Él y su hermano de 5 años deberían estar en la escuela, alimentándose, jugando o haciendo la siesta en un lugar seguro, sin embargo están en las calles de San Pedro Sula, tratando de sobrevivir en medio de la pobreza, la falta de oportunidades y la insensibilidad del gobierno.
Hacer malabares no es fácil, de hecho a Juancito le costó aprender. “Inicié haciéndolo con una mano y luego con las dos manos. Me tardé cinco meses para perfeccionar lo que hago”, manifestó con signos de orgullo.
Cuenta que su labor diaria inicia a las 6:30 am y finaliza a las 9:00 pm. Para ganar 150 Lempiras tiene que acelerar el paso y descansar muy poco, por eso al cierre de su jornada termina agotado. “Cuando llego a la casa siento que me duelen las manos y los pies, y en muchas ocasiones me arde la piel por el sol”, indicó.
Mientras Juancito, hacia sus malabares aprovechando que el semáforo estaba en verde, detrás del volante de un vehículo tipo turismo, está un señor de aproximadamente unos 60 años. Y dijo que “no acostumbro a darles nada a estos “cipotes” (niños) a quienes los ve cada mañana o tarde al regresar de su trabajo. Me dan mucha lástima pero el dinero lo usan para los vicios de sus padres o los propios”.
Sin embargo Juancito, tira el piso esta teoría, “el dinero que gano a diario lo entrego a mi mamá para que compre la comida y compre algunos medicamentos para la epilepsia. No pagamos casa porque tenemos una casita de pedazos de madera y lámina en un bordo de aquí de San Pedro. ¡Gracias a Dios no pagamos alquiler! si no trabajaría sólo para eso”, indicó.
Más de 400 mil menores trabajan en Honduras
El Estado hondureño no protege a la infancia. El Gobierno central, las municipalidades, el empresariado y la sociedad en general, les han dado la espalda desde hace muchas décadas.
Unas 400 mil niñas y niños hondureños trabajan desde temprana edad para contribuir al sostén del hogar, indicóWilmer Vásquez de la Coordinación de Instituciones Privadas por las Niñas, Niños, Adolescentes, Jóvenes y sus Derechos (Coiproden).
Indicó que la pobreza afecta a más del 65 por ciento de los más de 9 millones de habitantes, un elemento fundamental que explica el alto porcentaje de trabajo infantil en Honduras. En este aspecto la niñez se ve obligada a dejar un lado el derecho a jugar e ir a la escuela o colegio.
“El trabajo infantil es una violación a los derechos humanos fundamentales. Lo anterior es porque perjudica el desarrollo de la niñez, pudiendo conducir a daños físicos o psicológicos que durarán toda la vida”.
El trabajo infantil es nocivo para el desarrollo físico y mental de la niñez e incluye tareas mentales, físicas, sociales o moralmente peligrosas y dañinas para ellos y ellas. La sociedad está en deuda, pero el Gobierno, es el responsable de crear y ejecutar políticas públicas para que la niñez tenga las oportunidades necesarias para su desarrollo integral de manera digna.
Mientras eso pasa, mientras el gobierno no genere políticas de protección Juan seguirá en las calles buscando el pan que sustenta a su familia.
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