viernes, 29 de junio de 2018

Del sufrimiento al horror



Después que John Demetrio Negroponte sembró minas y ejércitos mercenarios en la frontera de Honduras con Nicaragua, para derrotar al sandinismo en 1980, más de 300 mil agricultores de la región se fueron. Pidieron asilo a Estados Unidos y Canadá, para no morir mutilados.

Centenares de militares y empresarios cachurecos y liberales se enriquecieron con aquella ocupación militar del territorio hondureño, que dirigía la CIA y el Pentágono desde la embajada de la avenida Los Próceres.

Diez años después, seguido de los hombres campesinos, productores de café de la frontera oriental, se fueron los hombres agricultores de la frontera sur y occidental de Honduras.

Los hombres emigraron a Estados Unidos después que liberales y cachurecos impusieron el neoliberalismo del Fondo Monetario y el Banco Mundial en 1990. Se fueron porque producir maíz y frijoles no era suficiente para mantener vivas a sus familias.

Luego vino el huracán Mitch en 1998 y se fueron las mujeres, dejaron a sus hijos menores de 18 años con sus abuelas. No se fueron por malas madres. No se fueron porque tuvieran falta de marido. Las mujeres habían quedado solas sin ingresos, atacadas por la pobreza que generaron los corruptos del huracán: otra vez los cachurecos y liberales.

Y después de 2009, tras el arribo de los golpistas violentos, corruptos y narcotraficantes, se empezaron a ir los niños. Esta vez ya no hay palabras. Se fueron en masa entre 2014 y 2015, y en 2018 sobrepasan los 20 mil. Se van de Guatemala, El Salvador pero, principalmente, se van de Honduras huyendo de la violencia de los golpistas, corruptos y narcotraficantes asociados todos en el crimen organizado.

Al otro lado de la frontera de México con Estados Unidos, la política migratoria es brutal, inhumana, cruel, perversa, fascista. Los niños y niñas no acompañadas, pero también quienes llegan junto a sus padres, son separados y enviados a bases militares del Pentágono en Texas y Arkansas. Una tragedia. Un abuso monumental a los derechos de los niños y niñas.

Y aquí tenemos cumplido lo que habíamos adelantado en esta misma columna editorial. El gobierno de Estados Unidos recibiría, tarde o temprano, los efectos de su política de sostenimiento de corruptos narcotraficantes en el poder. Falsos políticos. Falsos presidentes. Falsos militares. Delincuentes que lo único que les importa es amasar fortuna, pero no les importa el ser humano.

Los niños y niñas están en poder de blancos inmisericordes que consideran en general a los inmigrantes como delincuentes y a los emigrantes latinos como inferiores, animales indeseables, que no deben existir en su territorio. Y están solos, sin autoridades que los defiendan.

No sabemos qué pasará realmente con estas 20 mil creaturas en poder de militares de Estados Unidos, que ahora tienen un nuevo tipo de guerra en la cual son inútiles los misiles. Es la hora de los niños y niñas. Y están en grave peligro, bajo amenaza.

Es la hora de decirle a Juan Orlando Hernández y a Ana García, que no sean ridículos. No sigan haciéndonos reír con sus estupideces diplomáticas de impostores.

Lean a Roberto Sosa, el inmortal poeta de todos los tiempos. Es fácil dejar a un niño a merced de los pájaros, a merced de Donald Trump… dejarles dando gritos entre una multitud de gentes insensibles, mirarlos sin asombro a sus ojos de luces indefensas, no entender el idioma claro de su media lengua, o decirle simplemente al Pentágono, agárrenlos ustedes para siempre, es fácil, facilísimo… lo difícil es darles la dimensión de hombres y mujeres verdaderos.

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