miércoles, 20 de junio de 2018

Cipotes



Así se llama la novela de Ramón Amaya Amador donde narra el trabajo infantil de la primera mitad del siglo XX en Honduras. Cuenta cómo los niños se ganaban la vida lustrando botas en el parque de Tegucigalpa y anuncia la migración de niños a la costa norte hondureña atraídos por los encantos de las bananeras.

Muchos años han corrido desde que Amaya Amador nos regaló ese hermoso escrito, sin embargo, el sudor y la sangre infantil siguen pintado las calles y la memoria del pueblo hondureño. Hoy, no sólo están en riesgo los niños que lustran botas, los vendedores de periódicos o cortadores de café, también hay nuevos infiernos para los niños y las niñas que llegaron junto a la “modernidad”.

Cada 12 de junio diversas organizaciones nos recuerdan la vida ingrata de la niñez en Honduras y el mundo. Al cierre de la segunda década del siglo XXI Honduras tiene 450 mil Folofos, como diría Ramón Amaya. Niños y niñas que a esta hora están cargando bultos, vendiendo en los buses, vendiendo periódicos, están con pico y pala en mano en alguna explotación minera, o niños y niñas que en éste momento están siendo vendidos para ser explotados económica y sexualmente.

El flamante defensor del pueblo, el señor Herrera, señaló que “el trabajo infantil es nocivo para el desarrollo físico y mental de la niñez pues incluye tareas mentales, físicas, sociales o moralmente peligrosas y dañinas para este sector en condición de vulnerabilidad”. Al tiempo que afirmaba, que en 2017 apenas atendió 8 quejas relacionadas con el trabajo infantil.

La pachorra del Conadeh es apenas el reflejo del abandono profundo de la niñez hondureña. ¿Cómo entendemos que un paisito de 8.5 millones de habitantes se exploten 450 mil niños y niñas sin que pase nada? Sin duda, la explotación de nuestra niñez sólo puede entenderse como la expresión del fracaso del Estado de derecho, el fracaso del modelo económico aplicado en el país en los últimos 30 años y el fracaso de la sociedad hondureña.

Parafraseando los versos de Carlos Mejía Godoy, tenemos decenas de Quinchos barrites que, mientras sus madres se penquean en la rebusca, esos Quinchos se fajan mañana y tarde vendiendo en los buses, para que sus hermanos puedan estudiar… y creemos firmemente que un día todos esos Quinchos van a enrollar las cuerdas de las cometas y muy felices mirando al sol enfrentarán las realidades de su pueblo y con los pobres de su patria lucharán.

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