sábado, 24 de marzo de 2018

Una democracia virtual


Rebelión

Por Antonio José Gil Padilla

Los individuos de esta especie nuestra son fácilmente manipulables, por lo que no resulta difícil guiarles emocionalmente hacia una situación de fantasía, hacia un mundo de ilusión, alejado de la realidad, a veces muy dura, en otros incluso cruel. La fragilidad de cuerpo y mente, les impulsa para trasladarse hacia situaciones irracionales, en algunos casos, o en muchos, en busca del poder, en otros aceptando incondicionalmente la inmoralidad, la injusticia, la corrupción.

Una cosa virtual es algo que tiene existencia aparente, pero no es real. Democracia, en los actuales estados de occidente, es la conclusión de un proceso semántico que se queda en eso, en un ejercicio teórico diseñado hace miles de años por los notables de aquella época que admitimos como el origen de nuestra cultura. Aquellos definieron tres formas de gobierno que discurren del poder absoluto concentrado en un solo soberano hasta la responsabilidad popular, calificada como Democracia, pasando por el poder de los “menos”, como así lo definió Aristóteles, a lo que definieron Aristocracia. Pero como digo esto es un simple ejercicio teórico, aunque, bien es cierto, que a los que controlan el actual sistema socioeconómico les ha servido de plantilla para mantener una manera de vida que permite mantener el poder en manos de unos cuantos y contener a las masas bajo el engaño de unos pocos y la sinrazón de otros.

A pesar del tiempo trascurrido desde la definición de estas figuras, se mantiene la de la Monarquía, aunque limitada en el poder político, pero cargada de privilegios y de irracionalidad. La Aristocracia, trasformada en Oligarquía, es quién acumula el poder real. La Democracia se ha convertido en una estrategia para poder mantener una situación de desigualdad y de concentración del poder en un reducido núcleo social, en flagrante contradicción con el concepto teórico de Democracia.

Estas democracias modernas se han convertido en simples ejercicios mecánicos mediantes los cuales las masas se limitan a depositar una papeleta en una urna sin criterio propio, sin ideología o sin, tan solo, búsqueda de defensores de sus intereses. Papeleta en la que aparece una relación de nombres desconocidos en su inmensa mayoría. Unos hombres y mujeres que pudieran llegar a despreciar a sus propios votantes, de los que se olvidan una vez finalizado el proceso demagógico en el que se convierten las campañas. Personas que se desligan del pueblo llano porque saben que es imposible retirarles de sus puestos aunque se corrompan. Una falsa democracia que no puede ser calificada, ni siquiera, de representativa. Los ciudadanos son electores, pero no representados por los que cada vez con más propiedad pueden ser calificados como casta, cuando no como grupos mafiosos.

Sin embargo, el sistema ha conseguido convencer a una inmensa mayoría que, además de un derecho, votar sea una obligación. “Votar a unos o a otros, pero votar” es el mensaje que se ha impuesto, y que ha calado sin cuestionarlo en lo más mínimo.

Pero a pesar de todo, el engendro se derrumba desde dentro por agotamiento. El deterioro ha ido avanzando, hasta el punto de no poderse distinguir el ideario de unos y otros, convirtiéndose esa casta de corte conservador. Por otro lado, los grupos con capacidad de gobierno defienden los mismos intereses, contrarios a los de la mayoría. Los apoyos de otras organizaciones al grupo que gobierna se hacen al dictado del poder real, de la oligarquía. En este país, ahora, el PSOE y Ciudadanos juegan este sucio papel.

La actividad política con esa configuración pseudemocrática, que arrancó en los años 50 del siglo anterior como un panorama multipartidista, con diferentes propuestas, tiende a un modelo de poder político autoritario en la que los comportamientos de la práctica totalidad de los partidos se unifican, rompiendo con la deteriorada estrategia de alternancia bipartidista.

Este proceso de trasformación pasa inadvertido para amplias capas sociales, manteniendo esa “fe ciega” en la práctica rutinaria del voto, aunque la participación política de la mayoría sea nula. El proceso de deterioro del modelo es palpable, aunque, como digo, solo sea detectado, de momento, por una minoría. A pesar de todo, aunque el modelo se mantuviera, aunque el proceso se invirtiera y se aproximara a una práctica más participativa, jamás cambiaría el sistema socioeconómico, jamás alcanzaríamos un mundo de igualdad y de justicia anhelado por aquellos de ideario más progresista. Las posiciones políticas de lo que se conoce como izquierdas, cuando tocan poder, son inestables y, en consecuencia, “fungibles”. Ninguna fuerza política podrá transformar el status quo, las relaciones de poder. Sin embargo, la ingenuidad o la ignorancia nos impulsan, como señalo al comienzo, a vivir un mundo de fantasía. Quienes mantienen la situación actual, los que ostentan el poder, los dueños del mundo, alimentados por esas miserias de ambición e irracionalidad, jamás darán marcha atrás por voluntad propia. Sin embargo, a pesar de estar dominados por esos contravalores, el sistema y el modelo político que le protege han entrado en un proceso de descomposición por sus propias contradicciones internas, lo que nos arrastra a situaciones de inestabilidad e incertidumbre, al no vislumbrarse alternativas y poder suficiente para combatir al actual.

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