martes, 13 de marzo de 2018

Berta de marzo



La defensa del territorio es un concepto más amplio. 

El territorio también son nuestros cuerpos, nuestra sexualidad, nuestros pensamientos, nuestras propuestas de vida porque nos toca soportar no sólo las agresiones de los grandes capitales, sino también las agresiones misóginas, machistas. 

Berta Cáceres

La última vez que planeamos algo público con Berta,  junto a otras feministas, fue para organizar un debate en Tegucigalpa donde discutieramos feminismo, Para pensar el cómo construir teoría de la comunidad de mujeres desobedientes, insumisas, osadas. Teoría con posibilidad y deseo de ser entendida por quienes viven y enfrentan las opresiones múltiples; teoría feminista del río y el maíz; de la asamblea,  el deseo, la canción y las ollas comunes; los golpes de estado, la miseria, el sicariato y la impunidad. 

Compartíamos urgencia de un feminismo caminante que se alimentara al compartirse y no al quedarse en pocas cabezas que elaboran discursos lejanos y sin retorno. Un feminismo  en primera persona, junto al colectivo de mujeres,  que como decía, Pues así,  evangélicas, nacionalistas, heterosexuales, católicas y creyentes en cualquier dios, analfabetas, y jodidas por el patriarcado son las compas con las que vamos a cambiar este país. ¿Con cuáles otras? Si ellas son las que hacen las luchas todos los días en las comunidades, las luchas por la vida, compa, no cualquier cosa. 

Pero llegó primero la bala y el silencio. 

Matar es un acto de una brutalidad  al que no le caben adjetivos, pero aterra su capacidad   para callar la discursividad del pensamiento. Berta era una mujer de diálogos, se había convertido en una gran dialogadora entre movimientos en un país donde cada día es más fácil decirle a cualquiera, por cualquier razón, Te voy a matar, hijueputa; y hacerlo.  Donde es muy sencillo negar la palabra de y a las otras porque estorban  planes, deseos o hace crecer demasiado el miedo, y parece más práctico negar que otras existen y piensan. Dialogar ahora que se ha convertido en una palabra manoseada no es un ejercicio para cualquiera, requiere valor, inteligencia, respeto que son atributos escasos en la humanidad política que somos. Berta lo lograba y hay que recuperar esa habilidad tan necesaria. 

Ella iba sobre lo central para su vida y sus actos: los proyectos emancipadores. Recuerdo su admiración por la capacidad crítica del feminismo y su ingenio para inventar los mundos, y su sorpresa al constatar múltiples actos feministas tímidos, reformistas,   autosilenciados  que más sirven a limpiar la sangre de las manos de este sistema con leyes y mesas de trabajo donde los agresores invitan al coffee break con el presupuesto de la nación. 

En este tiempo de la dictadura que se extiende como el humo de los gases lacrimógenos,  diversas feministas tenemos que ensayar otras maneras para ir tras los derroteros de la dignidad, porque como diría ella, hay que arreciar la lucha, eso es lo que nos queda. 

Berta era de comunidad para la vida y para la palabra, una convicción  que la hacía altamente peligrosa hoy cuando se esfuerzan en romper todo lo que de colectividad perviva, abanderando el discurso del  individualismo, o el familismo como única vía de sobrevivencia. Este nosotras desde donde ella hablaba, o el nosotros muy común en su discurso no era la sumatoria de personas, sino un colectivo antiguo y rebelde, pero también el esfuerzo durísimo de aumentar ideas, acciones para imaginar una Honduras sin los que hoy practican la violencia como lenguaje. 

Ese nosotras que urge en el verbo de los múltiples discursos donde cada vez escasea más el femenino que es tan necesario para todas las rebeliones posibles.  El nosotras nuestro, de a diario, del que en los últimos meses nos enseñó la gente de este país, del que sabe decir NO, cuando quiere decir No.  

Berta, dueña de sí,  fue asesinada por simbolizar toda esta fuerza.  La mataron las mafias que controlan este país, dueñas o por adueñarse de sus bienes y beneficios; hombres y mujeres ricos, blanqueados, sin sentido de nación, con exceso de dinero y armas.   Colaboraron otros de menor ralea, igual de agresores, desposeídos materiales, que comparten con los primeros una enorme misoginia, una envidia atroz a las mujeres que traen revueltas en sus cuerpos. Más de un macho  ex pareja que no soportó su desobediencia y la puso en la ruta de la pólvora. 

No pueden matar su memoria, pero toca levantar su pensamiento feminista, el que va quedándose en el olvido cuando se le nombra ambientalista o líder popular, pues, estoy segura, fue  la razón prioritaria de su asesinato, el indomable feminismo que caminaba con ella y que la hacía revolucionar todo a su paso.

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