sábado, 24 de marzo de 2018

Concentración del capital financiero global



Por Rolando Astarita

En El Capital Marx observó que “… con el desarrollo de la gran industria, el capital dinerario, en la medida en que aparece en el mercado, resulta cada vez más representado no por el capitalista individual, por el propietario de tal o cual fracción del capital que se encuentra en el mercado, sino que se manifiesta como una masa concentrada y organizada, situada, en forma muy diferente a la producción real, bajo el control de los banqueros que representan el capital social” (p. 470, vol. 3, edición Siglo XXI). Y un poco antes señalaba que “en el mercado del dinero el capital dinerario posee realmente la figura en la cual se distribuye como elemento colectivo, indiferentemente con respecto a su aplicación particular, entre las diferentes esferas, entre la clase de los capitalistas, según las necesidades de producción de cada esfera particular” (ibid).

Estas líneas cobran actualidad cuando examinamos la forma en que grandes sumas de capital dinerario aparecen como una masa “concentrada y organizada”, o “elemento colectivo”, relativamente indiferente ante sus aplicaciones particulares. Aunque no se trata solo, ni principalmente, de los depósitos bancarios, como ocurría en el siglo XIX, sino de los fondos –provenientes de empresas, fondos de pensión, hedge funds, compañías de seguros, etcétera- que concentran grandes administradoras como BlackRock o Vanguard. Estas canalizan los flujos que reciben hacia los mercados monetarios (donde se invierte en obligaciones de corto plazo emitidas por empresas u organismos estatales). Por ejemplo, BlackRock posee un fondo de mercado monetario, BR Money Market Fund. Las administradoras también invierten en títulos de renta fija de largo plazo; en acciones (por ejemplo, iShares ETF es subsidiaria de BlackRock, e invierte en acciones siguiendo principalmente índices); o en derivados, tales como swaps, opciones, futuros. A partir de la crisis financiera y el retroceso de los bancos de inversión, se incrementó el rol de estas administradoras. Por ejemplo, antes de la crisis los inventarios de bonos de empresas mantenidos por los bancos en EEUU alcanzaban los 200.000 millones de dólares; en 2012 era 45.000 millones de dólares. Parte de esta operatoria fue captada por las administradoras.

Según Willis Towers Watson’s Global 500, el total de activos que manejan las 500 administradoras más grandes del mundo llegaba, a finales de 2016, a los 81,2 billones de dólares (https://www.willistowerswatson.com/en-SG/insights/2017/10/The-worlds-500-largest-asset-managers-year-end-2016). Es, aproximadamente, la suma del producto bruto mundial en 2017. Las de EEUU reunían activos por 47,4 billones de dólares; las europeas, incluyendo las británicas, por 25,8 billones de dólares. De acuerdo a Market Watch, a fines de septiembre de 2017 BlackRock y Vanguard administraban de conjunto activos por 10,7 billones de dólares, lo que casi iguala el PBI de China, de 11,2 billones (en 2016; https://www.marketwatch.com/story/blackrock-has-almost-6-trillion-in-assets-2017-10-11). Según Visual Capitalist, las 15 primeras globales tienen activos, en 2017, por más de 30 billones de dólares.

En una nota anterior (aquí) explicamos por qué los beneficios que de conjunto obtienen los capitales dinerarios no pueden provenir de las operaciones de compra y venta de activos. De hecho, estos ingresos están conformados, básicamente, por intereses y por los dividendos que se pagan a los accionistas. Marx consideraba que el interés aparece como el fruto de la propiedad del capital, pero podemos decir que lo mismo se aplica a los dividendos que pagan las acciones. Contra la idea, muy extendida, de que las ganancias del capital dinerario surgen de las habilidades especulativas de los capitalistas financieros, la teoría de Marx explica por qué y cómo su origen y causa es el trabajo no pagado. Una parte de la ganancia bruta “se cristaliza y autonomiza de manera general” no solo como interés, sino también como dividendo. Es plusvalía brindada por la mera propiedad de capital, sea esta bajo la forma del dinero que se presta para que funcione directamente como capital, sea que se invierta en la compra de acciones (que dan derecho a una parte de la plusvalía). En caso de que la administradora, a partir de la tenencia accionaria, pase a formar parte del directorio de la empresa, una parte de la plusvalía remunerará este trabajo asociado al funcionamiento del capital.

En todo esto es clave entender que el capital no puede arrojar beneficios si no actúa como capital productivo. No es posible que el capital dinerario perciba interés o dividendos por fuera de la actividad productiva. Refiriéndose a los intereses, Marx escribía:

“La transformación del capital total en capital dinerario sin que exista gente que compre y valorice los medios de producción, en cuya forma existe el capital global… es, desde luego, un absurdo. Esto encierra la insensatez, aún mayor, de que sobre la base del modo capitalista de producción, el capital arrojaría un interés sin actuar como capital productivo, es decir, sin crear plusvalor…; que el modo de producción capitalista seguiría su curso sin la producción capitalista” (pp. 482-3, vol. 3).

La existencia entonces de estas gigantescas concentraciones de capital bajo las administradoras de fondos líquidos no debería inducir a pensar que la contradicción entre el capital y el trabajo ha sido desplazada de su centralidad por la oposición entre el capital dinerario y el capital productivo. Uno se nutre del otro.

Las empresas private equity

Otra forma en que se manifiesta de manera diáfana esta simbiosis entre ambas formas del capital nos la brindan las firmas private equity (firmas de capital accionario privado). Estas empresas por lo general no tienen acciones que cotizan públicamente. Y a diferencia de la operatoria más tradicional de los bancos, no fondean sus operaciones con deuda de corto plazo; incluso muchas tienen un bajo nivel de apalancamiento. Sus fuentes son fondos de pensión, de seguros, de personas adineradas. Con estos ingresos, y recursos propios, adquieren paquetes de acciones de empresas a través de transacciones privadas, y actúan como socios en el manejo de esas empresas. En otros casos adquieren empresas con desempeños mediocres o malos, las reestructuran bajando costos (típicamente bajan salarios, empeoran las condiciones laborales, reducen el poder de los sindicatos dentro de la empresa, cierran departamentos poco productivos)  y las revenden con beneficios. Dado el carácter de estas operatorias, las private equity tienen horizontes de inversión más largos que los fondos de inversión que poseen acciones que cotizan públicamente. Se trata entonces de capitales dinerarios que asumen diferentes grados de compromiso con las actividades propias de los capitales productivos.

Inversión pasiva y el capital “en general”

En la nota anterior citada explicamos que muchas administradoras de fondos están aumentando las inversiones que se realizan siguiendo algún índice, y modelos computarizados. Un aspecto a destacar acerca de este tipo de inversión es que ejerce una presión directa sobre los gobiernos y los Estados para que estos adopten políticas favorables a la valorización del capital.

Es que los que confeccionan los índices pueden orientar miles de millones de dólares de los flujos de inversión según clasifiquen a un país, sector o empresa. Y por esta vía dan forma a los criterios de qué es aceptable, o no, en las finanzas internacionales. Por ejemplo, en 2017 se esperaba que MSCI (los índices MSCI son el punto de referencia mundial) elevara a Argentina al grado de mercado emergente, y que se reclasificara a YPF y el Grupo Galicia (en 2009 Argentina había pasado al status de frontera). Si en 2017 MSCI elevaba la calificación de Argentina, los fondos que siguen los índices conformados por las acciones de mercados emergentes tendrían necesidad de aumentar sus tenencias de acciones argentinas. Es una presión que se ejerce objetivamente, dado un “poder de fuego” de decenas de billones de dólares en activos. Decimos que es una presión objetiva para significar que es sistémica. O sea, no depende de las cualidades morales de tal o cual directorio del FMI o del Banco Mundial, sino de los impulsos que emanan de la misma lógica de la ganancia. De ahí el interés de los capitalistas locales en que “su” país cumpla con los requisitos que imponen los mercados a través de las calificaciones. Se trata de las necesidades del “capital en general”.

Por último, es la evidencia más clara de cómo opera la tendencia a la mundialización del capital, esto es, a la formación de una clase capitalista que actúa con una lógica cada vez más global. Como se ha señalado muchas veces, el dinero “no tiene patria”. Un inversor argentino, o brasileño, etcétera,  que pone sus dinerillos a disposición de estas administradoras, pasa a tener un interés objetivo en la buena salud del “capital en general” transfronteras. Cuestiones tales como “la liberación nacional” y “la segunda independencia” sencillamente pierden todo sentido. La contradicción entre el capital y el trabajo aparece cada vez de forma más pura.

  • Rolando Astarita Profesor de economía de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.


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