Por Héctor Flores
La otra patria no es posible sin ustedes las mujeres como protagonistas, y los hombres estamos llamados a desnudarnos, a despojarnos. Romper con el patriarcado para construir una nueva sociedad, es una tarea ineludible en los tiempos actuales, eso Berta lo tuvo siempre claro, eso me dijeron, yo nunca lo hablé con ella y lo lamento tanto, quizá eso me haría - ahora - mejor hombre y soñar mejor la patria.
Los hombres estamos llamados a ser los primeros en la fila para trabajar contra el patriarcado. Debemos hacerlo más allá del discurso, del panfleto, de la apariencia y del protagonismo. Debemos empezar por aceptar nuestra participación directa y abominable en la destrucción casi irreversible a la que hemos sometido la casa común y ante el vulgar e inhumano proceder que hemos tenido con las compitas que se fajan para que la vida sea mejor y justa.
Estamos llamados a reconocer nuestra mala intención y el mal manejo que hemos hecho de la institucionalidad social, para favorecernos en nuestra condición de hombres y joder – en toda la expresión de la palabra – la dignidad humana de las mujeres. Aceptar que hemos sido tan bestias que no medimos el sacrificio - innecesario - al que sometemos a las compitas. Margarita Murillo, a quien desde la sencillez de su machete y la dignidad del sudor en su frente tuve la oportunidad de conocer y hablarle, me dijo que el problema de la humanidad es que los hombres nos hicimos malos. Son malos Chaco - me dijo - muy malos. Mientras ustedes los hombres no acepten y asuman su maldad con lo descomunal que es y el daño que provoca, la humanidad está en riesgo, porque son ustedes quienes la destruyen. Me sentenció.
La institucionalidad actual está dañada porque la patriarcalizamos. Porque los hombres la usurpamos, la mancillamos, la arrebatamos de quienes mejor la han tratado. Porque somos los jueces y parte del proceso y, sabiéndonos culpables, somos los que acusamos. Esa verdad me la contó doña Aquilina, cuando en aquel Tribunal, integrado por hombres, la acusaron de terrorismo que solo cometen los hombres, con jueces terroristas que representan un Estado terrorista y militares terroristas que defienden un proyecto terrorista actuando como terroristas contra inocentes que acusan de terroristas.
La tierra la escarbamos, la contaminamos, la inundamos de la misma manera que hacemos con el cuerpo femenino, y luego presumimos que lo hacemos por que somos la especie privilegiada en la cadena alimenticia. Nuestra avaricia de poder nos ha puesto en evidencia. Mientras ustedes las mujeres, si ustedes las que enfrentan estoicamente nuestro maldito patriarcado, luchan porque el planeta siga siendo habitable, la tierra esté limpia, y los ríos corran libres. Mientras ustedes, dignas e inquebrantables, van remendando los despojos que tiramos y curando las heridas en sus cuerpos que con nuestra versión de “amor” les provocamos. Por eso hoy: quiero proclamar que no quiero seguir siendo hombre patriarca, poderoso, estrujador… quiero ser su compa, el compañero de lucha, que quiere oírlas, que quiere que hablen, el que rompa con la cadena opresora en sí mismo y la de ustedes, el que no las sustituye… el que las acompaña.
La otra Honduras posible ya no será igual sin ustedes las mujeres a las que los hombres ya matamos. A las que condenamos desde nuestro silencio cómplice, desde nuestra lealtad al poder, desde nuestro poder, desde nuestro ego. Y siento vergüenza por eso. Sin embargo, me veo en la obligación de pensar que esa Honduras es posible en mejores condiciones para nuevas generaciones. Otros conglomerados que pueden vivir con el concurso de mis procesos de transformación en los que las mujeres no sean más moda, ni discurso, ni panfleto y menos estadística. Una Honduras en donde el Estado se reconozca mujer, es decir digno, libre y coherente; y los nuevos ciudadanos comprendan que las relaciones son mejores cuando entendemos a la otra y al otro como un ser humano y no como la extensión de nuestra posibilidad de poder.
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